“No pudiendo obviar de denunciar por su nocividad, acorde a la cera de mis cirios, el enorme y terrorífico complejo petroquímico… onubense”.
Durante la pasada Semana Santa, estuve por el Coto de Doñana y por las excelentes playas de Matalascañas (Huelva), alejado del ruido de los tambores, cornetas, capillitas, cirios, velas, penitentes, sotanas, mantillas y peinetas… Evitando, con dicho viaje, presenciar a los mandatarios políticos de las ciudades y pueblos de la Comarca del Campo de Gibraltar de los reinos de las Españas, desfilar delante o detrás de los pasos, vistiendo sus mejores galas de alta costura, ‘a Dios rogando y con su bastón o mazo dando’.
No obstante, a pesar de mi ateísmo, tengo claro y soy consciente de que, para que una sociedad limitada por dos pilares prosiga su devenir “viento en popa y a toda vela”, hay que complacer a la otra parte. Y como está prescrito desde la época romana que al “César lo que es del César”. No dudo nunca que a mi ‘Cleopatra’ también, mientras duren nuestros lazos.
Por ello, el Jueves Santo, cuando ella y yo disfrutábamos de los ‘placeres’ de ir de tienda en tienda mirando ropita y otras clases de prendas, por las céntricas calles de Huelva. A servidor de usted, estimado lector, le llegó una irradiación similar a los que emite el vidente Rappel desde la Casa del Gran Hermano VIP. Y como un lazarillo y no el de Tormes sino del Río Palmones (sin premio), guié a la luz de mi sombra, para que se postrara a los pies de la Esperanza y Macarena en su templo onubense. Y, así, cumplir con su fe cristiana y tradición saetera. Pero en esta ocasión lo hizo, con mucho penar en los timbres de su garganta, al no haber podido cantárselas a la Señora ni al Señor de Algeciras.
Pelillos a la mar marinera, porque después de mi gesta realizada, me quedé más que gozoso por el duende de mi templanza. Compensándome en un pequeño homenaje que me hice, al adquirir una camisetilla de corte deportivo. La que lucí más que orgullosamente al alba de la mañana siguiente, cuando realicé una caminata, de ida y vuelta, desde el Hotel Gran del Coto sito en el Parque de Doñana, hasta el tapón de piedra o Torre La Higuera. Saciándome la sed acumulada con una rubia o estrella dorada, por las inmediaciones del chiringuito Paco Triana.
Destacar, además, la visita que realizamos al Muelle de las Carabelas en La Rábida. Donde contemplamos las réplicas de las embarcaciones La Pinta, La Niña y La Santamaría de Cristóbal Colón y los marineros hermanos Pinzones. Y la excursión que hicimos a Almonte, la Aldea del Rocío… No pudiendo obviar de denunciar por su nocividad, acorde a la cera de mis cirios, el enorme y terrorífico complejo petroquímico… onubense. DIARIO Bahía de Cádiz