Aquel olor a café de la casa familiar, aquellas tardes de partidos interminables, ya fuese con los cromos o con los amigos en la calle y una pelota casi de trapo. Aquellos días de colegio, donde las obligaciones y tareas parecían muchas, pero nada comparado con las volteretas que hay que dar para llegar a final de mes cuando eres adulto. Aquellas amistades forjadas con sinceridad e inocencia. Aquellas horas que pasaban a otro ritmo, cuando no éramos conscientes de las arrugas y canas que acaban trayendo el paso del tiempo.
Hay quien dice que al lugar en el que un día fuiste feliz nunca has de volver. Muchas personas coinciden en que en la infancia encuentran los mejores recuerdos que atesoran.
No hay dedos en la mano para contar el número de personas que volverían a la infancia con los ojos cerrados. Si lo dudas, mira en tu interior un momento y dime si alguna vez no lo has pensado también. Si tuviéramos una máquina del tiempo, la tentación podría con nosotros. Probablemente firmarías un cheque en blanco para emprender ese viaje al ayer.
Aunque reconozco que para lo que digo ahora no tengo base científica, creo que el hecho de que la infancia esté ligada generalmente a la felicidad y a los buenos recuerdos, es lo que hace que muchas personas se vean inmersas en ese regreso al pasado provocado por ese giro inesperado que representa la enfermedad del olvido.
Sí, porque qué es sino un regreso a la tierna infancia. No soy médico, ni investigo esta enfermedad, pero los casos cercanos que conozco siempre condujeron a las personas queridas por el mismo camino: de vuelta a su etapa más feliz, a esos lugares comunes escritos con rotulador permanente, grabados a fuego en algún lugar oculto, a donde a veces tarda en llegar aquello que todo lo borra.
Recuerdo que alguien que ya no está abandonó llegado el día su careta de hombre serio, disciplinado y duro para volver a ser el niño que un día fue o quiso ser. Eso conllevaba hacer el típico juego de quitar la nariz incluso a personas desconocidas. Sus actos metódicos de otros tiempos dejaron paso a las bromas y a actos muchas veces fuera de lugar en la sociedad artificial que hemos creado entre todos. A una persona frágil y vulnerable. Pero qué importan esas cosas cuando eres feliz.
Otro caso cercano permite comprobar cómo se olvidan cuestiones cotidianas y conversaciones de unos minutos antes, mientras se rememora con una lucidez sorprendente aquello que ocurría cuando era niña.
Y qué decir del maldito parné, de esa moneda que de mano en mano va y que ninguna se la queda, que se convierte en una tortura por cómo somos las personas y cómo olvidamos ayudar y no aprovecharnos de quienes poco a poco van estando sin estar.
Sí, es 21 de septiembre, Día Mundial del Alzheimer. Quizás sea una de las enfermedades más duras actualmente, porque, hasta que llega el deterioro físico, pone ante nosotros a personas con cuerpo de adultos, pero almas de niños.
Para las familias, es complicado ver a seres queridos perder sus habilidades sociales, ver cómo quieren y no pueden encontrar las palabras para expresar aquello que quieren contar, y descubrirlas con comportamientos más propios de la infancia. No es fácil tomar café en un sitio público y mantener las formas durante todo momento, por ejemplo, como tampoco lo es cuando te encuentras a alguien conocido por la calle, personas que no imaginan que en ocasiones la retroalimentación ya no es posible.
También es difícil de llevar para las personas que lo padecen, que conviven con ese virus invisible que va reseteando poco a poco su cerebro, ese disco duro que ve cómo se borra todo lo aprendido con el tiempo.
Cuando el Alzheimer llama a la puerta, hace acto de presencia una de esas experiencias donde cada tic-tac del reloj se sufre más si cabe, por lo que conlleva.
Contra esto, cabe resignarse y encerrarse, echar las cortinas y esconder a estas personas o afrontar la vida y pintar un sol cada día, aunque en ocasiones esté nublado y llueva. Hay personas especiales que saben afrontar como ningunas este tipo de avatares del destino. Tú que me lees eres una de ellas. Por eso quería rendirte con estas líneas mi pequeño homenaje. Te admiro.
En este Día Mundial del Alzheimer únicamente cabe desear que ojalá más pronto que tarde se aporte la financiación necesaria para investigar esta enfermedad (también muchas otras), para conseguir plantarle cara de manera definitiva o al menos conseguir combatirla y detener al máximo sus efectos.
Mañana puedes ser tú a quien el destino decida borrar tu vida, eliminar tus recuerdos y devolverte a la infancia. Con pañales y con canas. Qué dura y jodida es a veces la vida, aunque no por ello menos maravillosa.
Creo que no hay mejor forma de afrontar esto que no perder nunca la ilusión del niño que fuimos y ponerla en cada cosa que hacemos. ¡Ánimo y fuerza familias! ¡Ánimo y esperanza para ti! Ojalá nunca tengamos que lamentar perder nuestros recuerdos y que nuestros regresos al pasado sean a través de fotografías y charlas con brindis y final feliz. DIARIO Bahía de Cádiz