… para tomar la Avenida de Pery Junquera. Y otro que se desvía con anterioridad a la altura de la antigua venta San Lorenzo (desaparecida) o de la salina de Los Tres Amigos, dirección Algeciras y Sevilla con salida previa al complejo comercial de Bahía Sur y más adelante a la entrada de San Fernando a su paso por el puente Zuazo. Paralelamente a esta carretera y en este tramo va emparejada las vías del ferrocarril Cádiz-Madrid que discurre hasta la antigua Estación de San Fernando convertida hoy en Apeadero, pasando antes por la nueva Estación de San Fernando Bahía Sur.
Cádiz es una ciudad pequeña y muy recortada de poco más de 12 kilómetros cuadrados de superficie. Sin embargo la superficie total de su provincia tiene 7.385 kilómetros cuadrados y sus costas ocupan una extensión de 250 a 300 kilómetros cuyo litoral ocupa la mayor parte de cara al Océano Atlántico (costa de la luz) y parte del Mediterráneo (costa del sol), que da lugar a magnificas playas de finísimas arenas y de limpias aguas. Cádiz es también una ciudad alegre y bulliciosa por su empaque, su contenido y por su apasionante historia. Abierta al mar como una rica vía de viajes de pasajeros y de transportes de mercancías, cuyo puerto otrora fue extremadamente importante y pionero en las comunicaciones comerciales, especialmente con Hispano América o la América latina. ¿Quién no recuerda, aunque de oídas, a los buques entre otros: Cabo de Hornos y Cabo de Buena Esperanza que hacían la citada travesía?
Cádiz es una ciudad que cautiva por el encanto, la simpatía, la hospitalidad, el ingenio y el talante de sus gentes. Así como por la estructura de su urbanismo que la convierte en una ciudad cómoda de recorrer por sus calles estrechas, sus edificios altos de altos y preciosos balconajes, de casas palaciegas y señoriales, de patios blancos y espaciosos sostenidos de columnas del mejor mármol de la época. Y de sus plazas recoletas colmadas de vida. Y el bullicio y la alegría de sus gentes unido a los 17 ó 18 grados de temperatura media anual, que es lo que verdaderamente invita a que la vida transcurra en sus calles o tertuliando en las terrazas de los bares; impulsando a que este fenómeno constituya un hecho circunstancial y espontáneo, que termina siendo una continuidad. Y por tanto sea el denominador común de sus habitantes; dotándola de un generoso calor humano, de cercanía y de hospitalidad con la que sorprende y a la vez desconcierta al visitante. Cualidad que se evidencia y no pasa inadvertida del que la visita; gratificándose ¡cómo no! de sentirse tan armoniosamente arropado como tan cariñosamente acogido en ella. Además de manifestarles otras alternativas picarescas hartamente ensayada de -los gaditanos- al considerar que existen dos Cádiz -esta vez- real y sobre el nivel del mar para mostrar y vender (porque ellos nunca dirían poner en valor); la de adentro amurallada (los restos se pueden apreciar todavía de lo que queda en las murallas de San Carlos). Y la de afuera, separada por el Torreón (vigía) y las famosas Puertas de Tierra (vieja entrada a la ciudad), que en la antigüedad con los fosos laterales que disponía, se cerraba impidiendo su entrada. Pero antes de continuar se hace obligado comentar, aunque brevemente, lo que sucedió en las citadas afueras de las Puertas de Tierra de aquel caluroso día 18 de Agosto de 1947 del cual, se han cumplidos ya 67 años.
Puerta de Tierra, ocupa la zona que va desde La Cortadura (hoy residencia militar) hasta las mismas Puertas. Y tiene una extensión longitudinal de más de 4 kilómetros y 1 kilometro y medio aproximado de anchura. Y fue la que más directamente sufrió aquel día fatídico -el impacto mortal y demoledor- de una tremenda explosión ocasionada por unas minas, cabezas de torpedos y unas cargas de profundidad alojadas en unos almacenes anexos al Edificio del Instituto Hidrográfico de Cádiz, guardadas tal vez en el lugar equivocado o menos adecuado, cuya explosión iluminó no sólo a toda la Bahía sino más allá, incluso a bastantes kilómetros a la redonda de ella. Su detonación se oyó en Sevilla, Huelva y Portugal y se avistó desde Ceuta al otro lado del estrecho. En el cielo se formó por el efecto de la flama un gran hongo enrojecido como presagio turbador de haber propiciado tantas víctimas. En el aire se oían los gritos desesperados de los heridos flotando en el siniestro ambiente. Eran las voces desgarradas de los supervivientes solicitando auxilio bajo la esperanza de vivir. Fue después más conocida como -La Catástrofe de Cádiz- que tiño de luto a España entera y al resto del extranjero. Desaparecieron familias enteras y otras quedaron cercenadas por algunos de sus miembros que quedaron atrapados entre los escombros. Así como las casas y los edificios convertidos en ruinas por la fuerza de la onda expansiva. Pero como todas las tragedias y tras el horror de la destrucción llegó el consabido efecto del antídoto consolador, si cabe, de la reconstrucción; conformándola poco a poco a tal como la conocemos hoy. Curiosamente en la antigüedad y en la época romana, Puerta de Tierra, albergó el mayor número de columbarios romanos -algunos de ellos- se conservan fielmente todavía.
En la actualidad las Puertas de Tierra divide y a la vez une la práctica convivencia de sus habitantes tanto de los que habitan en los intramuros como en los extramuros. Si bien los que viven adentro se autodenominan ‘gaditanos’ llamando éstos a los que viven en las afueras ‘beduinos’ y éstos a su vez, a aquellos “tirillas” que no significa otra cosa, que una manera simpática e ingeniosa de pique o de diferencias -a sui géneris- entre ellos. Es decir, algo parecido a los árabes en el desierto cuando se dirigían a entrar a la Medina para adquirir sus avituallamientos. Sólo que como todo lo que ocurre en Cádiz sucede en clave de humor sin que tenga otras mayores y serias consecuencias. Tampoco se puede obviar -otra figura- que los propios gaditanos aun sabiendo que se trata de la misma, la denominan ‘gadita’ (que pueden confundir al personal de afuera) porque además de serlo, ejercen como los más genuinos, finos y depurados autóctonos. Y se comportan encarnados como si fueran los más supremos y fieles amantes de su tierra que en el argot de su jerga callejera, también son considerados cariñosamente como los más “jartibles” o sea los más pesados del lugar (el término viene de hartible y ha servido para darle carta de naturaleza a esta hermosa palabra de origen gaditano que constituye un arquetipo en Cádiz, donde por lo general se tiene otra medida distinta del tiempo). Estos mismos “jartibles” son tildados eso sí, de decir ‘picha’ con un acento tan especial que les imprimen al vocablo, como sólo lo saben pronunciar precisamente los propios del lugar… Continuará… DIARIO Bahía de Cádiz