El presente trabajo debido a su extensión y para facilitar tanto su publicación como su lectura ha sido fraccionado en nueve capítulos escritos de memoria. Está basado exclusivamente en las vivencias de los hechos, de la noticia y del boca a boca. Y si algo se ha consultado ha sido solamente la constatación de fechas de algunos datos demográficos y las fotografías que en él figuran. Por lo demás tampoco se ha escudriñado ningún texto ni documento alguno. Y corresponde como la de cualquier mortal a los años de juventud coincidentes con los de estudiantes qué, casi con toda seguridad equivalen a una etapa de la vida que sustentan los mejores años de la formación del ser humano, supongo. Y desde luego debo confesar que así fueron los míos y en cierto modo se lo debo a mi querido padre, que aunque vivía en San Fernando, era gaditano de nacimiento y de pura cepa, pues cada vez que podía se trasladaba a su ciudad natal; donde no sólo lo compraba absolutamente todo sino que curiosamente lo hacía en un espacio vital y reducido de escasos metros y en una sola calle. Se vestía en la sastrería de Casa de Joaquín Lahera, se cortaba el pelo en la peluquería de Félix, su cafelito en el Bar El Español, las gambitas en Joselito, etcétera. Y todas esas diligencias las hacía con un medido ritual que realizaba en la misma calle -La Calle Nueva- y después de esta liturgia como se figurarán participaba de todas sus fiestas y eventos habidos y por haber. Los sábados como si fuera -un rito sagrado y misa de guardar- era preceptivo visitar la capital, quisiéramos o no el resto de la familia, yo incluido.
Pero antes de continuar pido disculpas al lector si al leer este extenso artículo por capítulos tal vez no se encuentre identificado en algunos de sus pasajes, bien por no coincidir con su contenido o simplemente decepcionado si detecta algún error u omisión, que habrá supongo en el largo transcurso de todo lo narrado. O tal vez por no haber citado algo vivido por él y que tampoco haya sido reflejado. Pero por otra parte y una vez aclarado estos conceptos. También tengo la completa seguridad, que como buen lector y buen gaditano -si fuera este el caso- o el de otro lector cualquiera que se encuentre con lo escrito y le pique la curiosidad de leerlo, lo entenderá perfectamente; pidiéndoles mil disculpas y a la vez mostrándoles mi gratitud por haberlo leído. Porque eso sí, este relato está colmado de muchos e inolvidables recuerdos nostálgicos, sentimentales y románticos; descritos quizás torpemente, pero os aseguro que han salido de lo más profundo de mi corazón con mucho amor y gran cariño. Y reza así:
Cádiz es sin duda una ciudad a explorar tanto en las profundidades de las aguas de su hermosa bahía como de excavar en todo su rico y sorpresivo subsuelo; seguramente repletos de los incalculables vestigios y de las reliquias que dejaron aquí las culturas de los pueblos que la visitaron en su antepasado.
Y es raro que en Cádiz al comenzar una obra o abrir una zanja no se encuentre en ella alguna pieza que nos traslade a su pasado fenicio, cartaginés o romano. Y como consecuencia, se podría decir casi con toda seguridad también, qué existen más objetos enterrados, que hallados o descubiertos. O cuando no -tapados y datados- o solamente -tapados- por inconfesables consignas o decisiones ¡que vaya usted a saber! ¿Y preguntaría? ¿Se sabe con exactitud cuántos pecios hay en el fondo de la Bahía? ¿O cuántos restos arqueológicos en su subsuelo? ¡Qué enigma! ¿Cuántas sorpresas? Incluso se habla de la famosa Atlántida; tantas veces situadas en tantos y diversos sitios. Además de las más de 3000 historias de su antigüedad no contadas.
Pero sí tenemos la absoluta certeza que Cádiz está considerada como la Ciudad más antigua de Occidente. No en vano ¡Más de 3000 años la contemplan! Según los restos arqueológicos fenicios de Gadir hallados debajo del Teatro Cómico del Títeres de la Tía Norica. Por no seguir hablando demasiado de la leyenda de otro Cádiz, que se adivina sumergido debajo del actual, cuyos restos también se supone adivinarlos entre las aguas cuando el nativo o el visitante se asoma a la balaustrada de la extraordinaria Alameda Apodaca para dirigir su mirada hacía el fondo de las profundidades y su imaginación suelta, percibiendo la extraña sensación de ver entre sus aguas los restos.
Cádiz por su emplazamiento está situada al suroeste de la Península Ibérica en la parte más meridional del Continente europeo. Y si la contemplamos desde el cielo a través de un helicóptero o como se suele decir a vista de pájaro; observaremos que prácticamente se parece a una isla unida al continente por un istmo o estrecha faja de tierra formada por una carretera de 14 kilómetros de longitud aproximadamente en forma casi de ángulo recto con el vértice en la curva del complejo militar formado por Torre Gorda (que pertenece a la Armada) y el polígono de experiencia Costilla vulgarmente conocido como La Costilla (al Ejército de Tierra). Ambos situados juntos y a la vez separados en la citada curva (como si fuera el vértice de dicho ángulo imaginario) que se encuadra casi justo a la mitad de la distancia entre las dos ciudades. Es decir, un tramo recto desde que sale de Cádiz y otro tramo también recto a partir del citado complejo militar pasando por el Río Arillo (molino de mareas tristemente abandonado). Y en los terrenos próximos de marismas, muros y salinas que existen entre el complejo militar y El Río Arillo, se ha construido una Depuradora, que según el viento de cada día, así perfuma el ambiente a su paso. Y a su lado podemos apreciar la vistosa Puerta-Portada como último reducto de la Salina de la Dolores (que según cuenta también la leyenda de siglos pasados, en la casa de dicha salina, aparecía y desaparecía de forma inopinada y esporádica una niña envuelta en grandes risotadas que imponía el miedo a los que por allí se acercaban. Y preguntaría ¿Será por eso su abandono o…) y los almacenes en ruinas que quedan de La Sociedad Salinera Española del Sur o de la Unión Salinera, justo enfrente del Molino de Mareas ya citado. Sitio éste donde acaba precisamente su término municipal y se une al de San Fernando (otra isla) y ésta a su vez, al citado Continente.
Dicha carretera al llegar a La Ardila se bifurca en dos ramales: uno que va directamente a San Fernando bien por la citada Ardila en sentido recto pasando por delante del Polígono de Tiro Janer donde se pretende instalar una Zona Franca, ahora parada a raíz de unos importantes descubrimientos arqueológicos descubiertos y otras circunstancias ajenas a los mismos. O girando a la izquierda bordeando la Fuente de las Comunicaciones (conocida popularmente por unos como la fuente “mojosa” y por otros como la fuente “oxidá”)… Continuará… DIARIO Bahía de Cádiz