Creemos perfectamente que la soledad es una de los principales problemas de los ancianos. Al envejecer se producen números cambios en las relaciones sociales de cad persona, porque se van eliminando, poco a poco, ciertos vínculos afectivos que son necesarios en esta época de la vida. No es raro, por tanto, que cada anciano/a se traslade frecuentemente desde la casa de un hijo al otro… como si fueran maletas en el devenir del tiempo cronológico.
El trabajo es para muchos de nosotros-de la tercera o de la cuarta edad, sólo Dios lo sabe-, la única actividad que nos produce suficientes motivos para seguir viviendo, a la vez que constituye una manera o forma de llenar nuestras vidas, que se mueven en el olvido de propios y extraños.
Sin presente y sin futuro para planificar, necesariamente, la vida en la vejez tiende a refugiarse en el pasado: ¡qué tristes perspectivas de vida se avecinan para las personas mayores! Pienso, muchas veces, que es provechoso reírse de un mismo e, incluso, de nuestra propia sombra: de esta manera descubro lo poco que sé, y lo mucho que me queda por aprender.
A medida que me hago viejo -me duele el cuerpo todos los días-, he podido ver y comprobar cómo excesiva gente creen tener derecho a todo: los escritores/as a que se publiquen sus obras (en realidad es un derecho que no se puede negar a nadie), pero deben contar con el beneplácito de los editores. Los políticos españoles -pues supongo que los de otras nacionalidades harán lo propio, y a las pruebas me remito: Grecia, Italia, Irlanda…-, que se marcan sus propios sueldos, no comprendiendo uno de dónde sacan ese derecho, y que se marchan de rositas con sus bolsillos llenos de euros, después de que sigue uno siendo testigo de tantos abusos cometidos por algunos ediles (¿todos ellos han pasado a la cárcel?). Muchos han tenido que dimitir, habiendo tenido las manos libres del control estatal, que debía haber habido…Y que, aun así, los ciudadanos españoles hemos votado el próximo pasado 24 de mayo de 2015 (elecciones Autonómicas y Municipales en España).
La sociedad que nos ha tocado vivir (¿esa maravillosa democracia española, qué nos habla del estado de bienestar para todos, qué nos habla de la igualdad de oportunidades, qué nos habla de viviendas asequibles para nuestra juventud…?), ha ‘roto aguas’ por los cuatro costados, y ha relegado a las personas longevas, única y exclusivamente, para que emitan su voto cada cuatro años… A lo sumo ha construido pocas residencias -jaulas de soledad- donde podemos ir a morir, y, desde luego, ser olvidados por propios y extraños. Eso sí, para morir con tranquilidad, llevando sobre nuestras espaldas sacos pesados con tierras cargadas de olvidos, penas y sinsabores: es una muerte lenta sin objetivo alguno, que muchos piensan así…, con sus luces y sus sombras.
Siempre uno puede adivinar la edad de las personas -ella y él-, por el paso lento que llevan, y ese ir y venir por las calles arrastrando sus piernas. Las miradas puestas al infinito, esperando la última hora de abandonar tierras y amigos. Llevan también la melancolía en sus corazones, que palpitan con ese ‘tic y tac’ que marcan las horas de cualquier reloj o relojes, que siempre son testigos del tiempo…
Historias de amor existen muchas, indudablemente que sí, pero cuando uno ha cumplido más de sesenta años… se puede morir de y por amor. Recuerdo a dos personas, ella de 60 y él de 64, que se habían amado como nadie se ama en esta vida: con ternura, con delicadeza, con sentimiento… Al poco tiempo ella se enfermó de… cáncer de pulmón -esa terrible enfermedad que todos llevamos dentro, y que aparece cuando menos te la esperas-, aunque nunca fumó. Su vida se esfumó a los cuatro meses, ni un día más. Él estaba destrozado, pues su semblante así lo expresaba: pasados dos meses falleció con consecuencia de un paro cardíaco. Su corazón había expulsado sangre de amor por los cuatro costados.
Siempre fueron muy felices mis progenitores, ni que decir tiene… Se despedían, cuando novios, con mil besos-capullos de rosas mil colores-, en el portal de la casa de mi madre. Más tarde se llamaban por teléfono -mil y una veces al día-, se escribían pequeñas misivas cada dos por tres, y jamás sintieron el vacio de sus corazones enamorados… Nunca se le acabó el amor, y jamás se acabaron sus besos: siempre tenían carias y besos para demostrarlo. Felices fueron ¡muy felices!, sabiendo pasar del rosa al amarillo -de la juventud a senectud- en sus vidas terrenales.
Mi madre y mi padre -ella y él- habían ido un montón de veces al cine, al teatro, a bailar, a la Zarzuela, a la Feria del libro, a la del Vino, a la de los anticuarios…, a mil y una ferias. Vivir para creer en los sentimientos propios y los ajenos, y morir para nunca jamás olvidar tiempos pasados: sean éstos buenos o malos, menos buenos o menos malos: tiempos, al fin y al cabo.
Nuestras jubilaciones son una buena etapa de nuestras vidas -doradas diría uno-, para viajar -aunque sea con el IMSERSO-, y conocer muchos países: gentes, costumbres, artes culinarias, folclore… Hemos de perder el miedo…, que todos tenemos, a subir en los aviones, pues sabemos que, a lo largo del año, son innumerables las personas que fallecen en accidentes de tráfico por las carreteras españolas y del mundo entero.
“¿Qué haces?, ¿a dónde vas?, ¿quién ha llamado?, ¿qué pondrás de comer?”. Éstas y muchas otras conversaciones se producen, de hecho, dentro de los hogares, cuando los hombres jubilados no desempachamos actividad alguna. Con lo que, sin duda, al sobrarnos tanto tiempo para no hacer ‘nada’, podemos llegar a hacernos un tanto molestos -en nuestros propios domicilios-, con nuestros familiares. En cualquier caso, y si lo estimamos conveniente, no sería mala estratagema integrarnos en grupos de trabajo para colaborar en tareas humanitarias, religiosas, ecológicas, etc.
Y esto ocurre cuando las personas mayores saben, mejor que nadie, qué es importante en la vida, qué es accesorio, qué merece la pena hacer o desarrollar, qué amor es el verdadero y cuál es el falso…Sí, desde luego, es cierto que los humanos llevamos anexa a nuestras mentes la soledad, sí, la soledad, cuando nos encontramos mermados en nuestras facultades físicas y mentales. Porque nuestros vínculos con los hijos -familias generalizadas-, se van debilitando progresivamente a medida que cumplimos más años.
Y, sin embrago, entiendo uno que la longevidad es un gran tiempo de ocio, que nos permite dedicarnos a laboriosidades que engrandecen el corazón al hombre y a la mujer, y viceversa. Y de esta manera buscamos y encontramos tranquilidad en el alma, y sosiego en nuestros corazones…, que ya corren cansinos en busca de la eterna juventud. DIARIO Bahía de Cádiz