Como todos a estas alturas sabemos, esta semana se ha concedido el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, archirreconocido artista del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Esta decisión ha removido ideologías, ha suscitado la ira purista de quienes se dedican profesionalmente a la literatura, ha llevado a la descomposición casi ontológica de multitud de escritores que ya no saben a qué llegarán con sus escritos; pero estoy seguro, sin ánimo de ofensa, de que esto es una gran ingenuidad que sencillamente no nos hemos parado a desgajar.
Primera de todas las pruebas contra el fiscal: Bob Dylan es un cantautor. Canta de su propia autoría[1]. Recita versos acompañado de una guitarra y una armónica, pero antes de poder de trillar las melodías necesita escribirlas. Tan sencillo como eso: Dylan ha escrito poemas que más tarde ha cantado. He aquí la segunda prueba contra la acusación: sí que están publicadas. Existen libros con las letras de Dylan, y no hace falta ser muy avispado para ver que si están publicadas es porque su carácter poético y su estructura posibilitan que puedan leerse o recitarse. Técnicamente Dylan sí que ha publicado poesía, que pueden ir a comprar a la fnac.
Nos estamos saltando el factor temporal de todo este asunto, quedándonos meramente en el debate superficial al los académicos snobs nos quieren llevar: una canción es una canción porque tiene melodía y armonía, espacio-temporalmente obedece a otro registro. Sin embargo, cuando es una recitación o una lectura en solitario el texto adquiere carácter poético, naturaleza puramente literaria, porque no depende de un especialista que lo interprete y porque materialmente podemos poseerlo por sí. Recordemos las múltiples versiones del cante jondo de Lorca de los años ’20, o los Cantares de Machado que ahora Serrat mueve por toda Iberia; ¿en qué se diferencian?: en que Dylan está vivo y nos acordamos de su cara.
Me remito a las palabras de Sergio del Molino, del diario El País, que asegura que existe cierto temor a que la literatura deje de ser patrimonio exclusivo de escritores[2]. Es como si las categorías clásicas del arte se vieran desbordadas pero, ¿acaso no es eso lo que hemos pretendido a lo largo de todo este siglo último? Yo estoy de acuerdo en ello que dice, y creo que Dylan se ha portado como un caballero (de nuevo) al no hacer ninguna mención del Nobel en sus conciertos ni en prensa. DIARIO Bahía de Cádiz
[1] Galardón que no todos nuestros artistas favoritos pueden exhibir.
[2] http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/13/actualidad/1476386501_600511.html