Muchas veces, mejor dicho, siempre, lo más importante, lo que nos deja tranquilos es comprender cuándo y por qué pasan las cosas. Rocío Jurado sabía la razón por la que se le rompió el amor, “de tanto usarlo”. Decía; siempre me pareció muy sugerente esta forma de acabar con el amor. Incluso la muerte la puedo entender si soy capaz de racionalizar sus razones, sus causas.
Labordeta puso encima de la mesa sus banderas rotas, mis banderas, las nuestras; pero ¿cuándo se rompieron? ¿Quién las rompió?, y sobre todo porqué las rompieron o se rompieron? No hablo de esos estandartes de colores antiguos por los que muchos dejaron su vida en trincheras. No hablo de banderas y símbolos que tantas veces lucen en calles y desfiles, las que a menudo se enarbolan en guerras y que son refugio y escondites de otras intenciones.
Me estoy refiriendo a esas banderas más próximas, más de andar por casa, me refiero a las que hacen que nos levantemos cada día, a las banderas que se comparten, y que se hacían grandes en la medida de que las encontramos en los ojos y sonrisa del vecino, de la frutera; creímos que podíamos cambiar el mundo. Pero un día, casi sin darnos cuenta, cuando levantamos la vista para ver cómo ondeaban al viento, no es que estuvieran rotas, hechas jirones, simplemente la mayoría no estaban allí, en los mástiles, y las pocas que aún seguían eran irreconocibles.
Y es que, a diferencia de otras ocasiones, para asegurarse la supremacía, para asegurarse de que todo debe continuar igual, el primer paso es dejar sin banderas por las que pelear, por las que luchar, en las que creer. Todo y todos son iguales, y de nada sirve…
Candidatos y líderes bailones y cantores, políticos profesionales diseñados a través del marketing moderno, cómo no hace mucho tiempo diseñaban qué canción, qué cantante, creado en gabinetes de las multinacionales del disco, íbamos a consumir ese verano. Aspirantes a dirigir la sociedad que relacionan subirse a un molino de viento o a un globo, con liderazgo, que confunden democracia con la cuota de pantalla, y que son capaces de redactar programas electorales a golpe de encuesta y estudio de mercado, ya que entienden que el poder es el fin mismo de su ‘juego político’.
Y puedo llegar a confundir un debate entre Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Rajoy con una actuación de Loco Mía con Palito Ortega como invitado…
Pero puede ser que esto me haga encontrar no nuevas banderas, nuevos motivos, sino simplificarlos, descubrir sus auténticas raíces. Y convencerme que en la duda está la clave, que la igualdad y la justicia tienen sentido en sí mismas, que la solidaridad, si no soy capaz de individualizarla, solo es un sindicato polaco. Que poco puedo cambiar si yo no cambio, que el respeto y reconocimiento a la mujer solo puedo generalizarla si respeto y reconozco a la mujer con la que comparto mi vida. Quiero creer que no son nuevas banderas, estoy convencido que estaban ahí siempre, y que las derrotas, lo que han hecho es quitarles el polvo y mostrarlas tal cual son. DIARIO Bahía de Cádiz