Mañana no voy a ver el debate. Me niego a que me tachen de imbécil, de crédulo o, lo que es aún peor, de ciudadano responsable y democrático. Porque no es cierta su concepción de la democracia ni su concepción de la libertad. Porque ellos no quieren educación crítica ni debate: esto no es sólo una postura política y personal, es una constatación histórica. La élite económica y política del país no quiere debate, porque implica conflicto. No quiere juicios ni prejuicios, sólo impulsos instintivos. Impulso para aprender, viendo shows pero no leyendo; impulso para crecer, buscando un trabajo y no creando; impulso para creer… para creer.
Admitámoslo: lo vería si mi candidato apareciese. Por prestarle apoyo, por atender a su discurso, por comprender mejor mi propio proyecto. Si Alberto Garzón hubiera sido invitado, lo vería. ¿Me convierte esto es hipócrita? Tal vez. Pero además de hipócrita, soy hipercrítico: me interesan los espacios allí donde mi proyecto está presente, donde mi concepción del país —y consecuentemente del mismísimo ser humano— se está exponiendo, porque esa misma situación se repetirá mañana por la mañana.
Ahora bien, lógicamente, todos discutirán al día siguiente los argumentos maniqueos, absurdos y completamente errados de los grandes partidos del régimen. Del Régimen: ese que nos hará jubilarnos a los 70 años, que nos ha tirado a los perros de negro con porras encima, quienes nos han llevado a cientos al suicidio. Ese Régimen no se merece un debate.
No voy a aprender nada de los traidores salvapatrias que nos asfixian. PSOE, PP y C’s merecen todo mi desprecio por los últimos treinta años, así que si no están dispuestos a discutir con mi candidato, no sé en qué manera podría eso hacerme más sabio, más culto, más tolerante. Que no se llamen demócratas quienes roban y asesinan. Desde aquí les lanzo un guante lleno de mierda.
Quien se disponga mañana a ver el programa sabiendo de antemano que lo tiene todo perdido, o pensando que se puede vencer en política con ilusión y esperanza, se equivoca. Está abriendo su boca para que le orinen, dicho educadamente. Y no me refiero sólo al votante promedio de Podemos, sino a sus propios cuadros: ¿el Cambio? ¿Después de todo el vómito con el que os habéis tropezado por acumularlo en campañas anteriores os atrevéis a llamaros el Cambio? ¿“Gracias 1978”? Puedo entender a Pablo Iglesias, pero no a quien, llamándose de izquierdas, sigue acariciándole la coleta, por no mencionar otras guedejas más indignas.
Mañana no veré el debate. Estaré gritando que no hay nada nuevo bajo el Sol, bebiendo sentado en alguna esquina, pensando en la deriva de una civilización que se pierde en cuál será el lugar de los que, como yo, vemos ni siquiera la rebeldía sabe ser rebelde.
Ars longa, vita brevis. DIARIO Bahía de Cádiz