Está visto que cada día somos más pobres y que las inciviles contiendas proliferan por todo el globo, lo que pone de relieve el estrecho vínculo existente entre paz y seguridad alimentaria. De ahí, la importancia de intensificar la ayuda humanitaria en un mundo tan convulso, tan desbordado de incertidumbres, con tantos sembradores de rencor en ejercicio. Ante este panorama tan desolador debemos salir con más fuerza si cabe al encuentro del otro, de nuestro análogo, comprendiéndolo y aceptándolo tal y como es, ayudándole a sobrellevar la carga a través de la sencillez y la humildad, para llegar a ser verdaderos activistas de una auténtica justicia social. Si importante es amar de todo corazón, con toda el alma y todas las fuerzas, también es fundamental esperanzarnos, mantener el respeto y considerar la separación de poderes legítimos, para poder así vivir una mejor convivencia a la luz de la razón. A veces damos la sensación de convertirnos en auténticos fieras, movidos por un resentimiento ciego, que lo que nos conduce es a cegarnos como seres humanos. Por ello, resulta vital reconducirnos, reeducarnos para la convivencia, para adquirir gnosis del gran valor que somos en la vida.
Ya en tiempos pasados, la inolvidable escritora y pedagoga española, Josefina Aldecoa (1926-2011), reivindicaba: «educar en la igualdad para que no se perdiese un solo talento por falta de oportunidades». Cuánto sentido hay en ello, pues es el personal modo de alcanzar conciencia de la justicia. Tema verdaderamente transcendental, puesto que todos formamos parte de un todo. Sea como fuere cada día caminamos más afligidos, solo hay que salir a las calles del mundo y ver la pérdida de humanidad, de energía, de sueños, la falta de concentración, el desinterés por todo, la indecisión, o la misma mirada perdida que respira un sentimiento de inutilidad, culpabilidad o desesperanza. Deberíamos hablar de todo esto y rebuscar el motivo. La pasividad no puede dominarnos. Por naturaleza, somos gentes de nervio y verbo, de anhelos e inquietudes, de reflexión y pujanza, lo que nos intensifica el encuentro de caminos diversos en un mundo sorprendente.
No cabe duda, de que nuestra atmósfera diaria necesita sosiego, repensar nuevas acciones, a fin de mejorar la coexistencia. El deporte, indudablemente tiene tras de sí una herramienta eficaz y flexible para promover la paz y el desarrollo. Precisamente, en la Declaración de la Agenda 2030 para un Desarrollo Sostenible se reconoce aún más el papel de la actividad deportiva en el progreso social. Lo mismo sucede con el arte; y, por ende, con cualquier creación artística, es también un instrumento para el diálogo, puesto que el artista habla a través de sus obras, que ya no es solamente suya, sino de todos, de toda la humanidad. De igual manera, sucede con la ciencia, unidos en pacífica investigación, se esfuerzan por dar claves que nos humanicen, que nos hagan progresar, poniendo en común los resultados de sus trabajos.
Ciertamente, la sociedad de hoy, necesita despojarse de individualismos para poder avivar el bien colectivo como un servicio que nos fraternice. Cada cual, desde su vocación, debe renacer en el entusiasmo de la búsqueda. El mundo tiene necesidad de reencontrarse con todos los moradores para hacerse una piña humana; y, así, poder afrontar y superar los desafíos cruciales que se avistan en cada amanecer. La alianza es la clave de todo, cuando menos para seguir el camino y soñar un futuro esperanzador. Lo sufriremos con el Reino Unido que se empobrecerá cuando deje la Unión Europea. Tiempo al tiempo. Los aislamientos no son buenos para nadie, nunca lo fueron. En consecuencia, es tiempo de acuerdos, de establecer acciones concertadas que contribuyan a dignificarnos como especie.
Ahora bien, es público y notorio que las diferencias económicas, sociales y culturales entre pueblos, suelen generar tensión, discordia, y falta de entendimiento. Todos nos merecemos un impulso humanista, capaz de poner un nuevo orden en el planeta que nos solidarice mucho más entre unos y otros, indudablemente garantizando la convivencia a través del Estado de Derecho, requisito crucial para el funcionamiento de la democracia y para garantizar los derechos humanos. De un tiempo a esta parte, la deshumanización es tan fuerte que forma parte de nuestra realidad cotidiana. Deberíamos, por consiguiente, reconsiderar sobre esa sed de venganza del ser humano contra sí mismo, y cooperar mucho más en la armonización del planeta. Lo reconocía, precisamente, hace unos días el Secretario General de la ONU, António Guterres, con motivo de una visita hacia las personas que sufrieron la opresión del ISIS y que, en estos momentos, padecen las operaciones militares que buscan expulsar a ese grupo fundamentalista de Mosul. Estas eran sus palabras: «No tenemos los recursos necesarios para respaldar a esta gente, ni la solidaridad internacional requerida». Qué pena, que el programa de la ONU en Iraq sólo esté financiado al 8%. Ya en su tiempo, Juan Pablo II hablaba de humanizarnos, «de colocar a la persona humana en el centro de todo proyecto social». Quizás tengamos que reflexionar con nuevos lenguajes, y sobre todo, con nuevos pensamientos, la cuestión de la protección al linaje. Esto es el único modo de evitar que la globalización progrese en detrimento de los más necesitados y los más débiles, acrecentando aún más las distancias entre opulentos y necesitados, entre naciones pobres y naciones ricas.
El pez gordo no puede seguir comiendo del chico. Ha llegado el momento de plantarse. De decir basta. En un momento de tantas frialdades tecnológicas, de divisiones entre familias, urge más que nunca el consuelo. Una palabra también en desuso. El lenguaje de la consolación ha entrado en crisis. Apenas nadie lo lleva en el alma, cuando es preferible consolarse que ahorcarse; pero nos hemos endiosado tanto que, en ocasiones, hasta las piedras sienten más que nosotros. No me extraña que ante esta situación de desconfianza y desesperación, la depresión sea la principal causa de problemas de salud y discapacidad en todo el mundo. Ojalá activásemos el desahogo más, el hablar más, el compartir más, el ser más servidores unos de otros. No perdamos de vista que la depresión también es un factor de riesgo importante para el suicidio. Sin duda, la especie humana no puede olvidar su razón de ser.
Nadie puede ser menospreciado. Todos estamos obligados, en responsabilidad, a crecer en lo humano; con la gratuidad solidaria de la confianza recíproca, algo que comporta atender y entender el valor trascendente de las normas morales naturales. Al fin y al cabo, somos espíritu en acción, seres en coalición con la propia naturaleza, unidad en relación con los otros que nos acompañan. Por tanto, es doloroso constatar la falta de compromiso, el deterioro de nuestras relaciones, la falta de interés por aglutinar y armonizar ideas, que nos hagan avanzar como familia. La concordia como especie pensante, hoy tiene más necesidad de ser descubierta que nunca. Sin ella, no podemos experimentar avance alguno. Reconozco al fin, que la melancolía ha llamado hoy a mi puerta, aunque me niego a ser feliz en la tristeza. Tomaré fuerzas ahora mismo. DIARIO Bahía de Cádiz