Como mortal que soy, de carne y hueso, me hallo sometida a los vaivenes propios de mi condición humana. Esto viene a ser, en algunas ocasiones, harto desagradable. Si bien es cierto, que en la mayor parte del discurrir del tiempo desde que habito en este planeta, la balanza se inclina del lado de merece la pena andar por aquí.
Del lado desapacible me tocó, tal vez por herencia genética, tal vez por mis altas capacidades empáticas (estoy trabajando en ello) o por una alineación cósmica inoportuna; por lo que fuera o fuese, me tocó digo, lidiar con la ansiedad. Como introducción les diré que prefiero volver a parir a pelo otro niño, que experimentar esa sensación que tiene a bien asaltarme de vez en cuando.
“Ser ansioso es tener un alien en el estómago y convivir con el monstruo de por vida. El ansioso no suele compartir sus crisis con nadie porque se siente algo avergonzado de generarse a sí mismo tal cantidad de síntomas”, describía Elvira Lindo en un reciente artículo, en el que imagino que muchos, como yo, nos vimos perfectamente retratados.
Hay muchas maneras de abordar este tema, tantas como ansiosos en el mundo han sido, pero creo que lo más inteligente debe ser procurar abordarlo con sentido del humor. Sobre todo porque al ser un mal relativamente extendido y frecuente, las recomendaciones, recetas y opiniones al respecto son variopintas y abundantes.
Desde el pensamiento positivo de los collons (y permítaseme la expresión) hasta el más Platón y menos Prozac, pasando por todos los listos de turno que al no comprender son los que más recetas infalibles procuran. Nada más osado que la ignorancia, una vez más.
No te preocupes, ocúpate. Sonríe y así le envías al cerebro señales que interpretará como que estás bien. Qué tontería si lo tienes todo. Eso es que no tienes problemas de verdad. Dile a tu ansiedad que hoy no le vas a hacer caso, etc. etc. etc.
Hagan un barrido por Internet, ayudados por Google, y sólo con la palabra ‘ansiedad’ les saldrán 21.300.000 resultados en 0,4 segundos. Hay editados millones de libros con recetas de autoayuda, consejos y soluciones de patinillo. Hay millones de personas que los compran y que dan crédito a los gurús de turno.
Cuando comienza a faltarte el aire, el alien empieza a darte bocados en el epigastrio y todo lo que controlabas con soltura desde siempre, empieza a ser una montaña imposible de abordar, te agarras al primero que te cuente un cuento bonito y hasta lees a Paulo Coelho si es menester.
Te puedes leer a Platón, Aristóteles, Wittgenstein y Kierkegaard o a Marcial Lafuente Estefanía, que da igual. En ese momento y hasta que vuelves a tomar posesión de tu ser, lo que quieres es desaparecer, dormirte, escapar. Que se te pase cuanto antes, que no vuelva. ¡Qué me deje!
Como la experiencia es un grado, la mía la pondré a disposición de mis lectores ansiosos y si alguno consigue un pequeño alivio daré por bien empleados mis tormentos varios. Sólo alivia saber que pasa. Siempre pasa. Tarda minutos u horas, pero pasa. Calma respirar hondo, tipo yoga o preparación al parto. Relaja hacer ejercicio, aplaca parar de pensar (véase meditación consciente), serena escuchar música y por último el gran recurso o técnica infalible: ríete de ti mismo.
No hay nada mejor, al menos que yo sepa. DIARIO Bahía de Cádiz