En los pueblos más primitivos de la humanidad, ha existido siempre la atención, el respeto y la veneración de los ancianos. A los que no sólo han considerados, sino que han tomados de ellos, el valor que supone sus sapiencias y sus propias experiencias ante la vida. Se dice que cada vez que fallece un anciano culto, arde una biblioteca. Y un pueblo que no escucha a sus mayores, es un pueblo que se muere (Papa Francisco).
Ya en la antigua Grecia, existía el consejo de ancianos, que como sabemos constituía un órgano consultivo, ávido en actuar incluso en resolver o en aconsejar los asuntos más perentorios e importantes del Estado. Consejo que tenía un gran prestigio y credibilidad entre la ciudadanía.
Sin embargo con el paso del tiempo, la figura de los ancianos, ha perdido predicamento. Y la aceleración y los cambios vertiginosos de la sociedad, los han llevados a apartarlos con apariencias de estorbos dentro de la circulación del mundanal ruido de la civilización. Sin tener en consideración cuánto dieron de sí sobre esa misma civilización, que ahora los apartan o más bien los marginan.
Los abuelos, son los que constituyen el eslabón más importante de la familia y del conjunto de la sociedad. La existencia de los abuelos justifica la existencia de los nietos. Y éstos a su vez, a los suyos. Y así sucesivamente estableciendo la cadena del núcleo familiar, que sin duda es la figura principal y más representativa de todas las asociaciones habidas y por haber sobre la faz de la tierra. La familia es la primera comunidad de vida y amor. Es el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios. Frase pronunciada por Juan Pablo II en el encuentro que tuvo con las familias en Chihuahua (México) en el año 1990.
¿Quién no ha recibido los besos, las caricias, el cariño o el consejo de unos abuelos? ¿Cuántas veces nos han cuidado cuando hemos enfermados? ¿O cuántas batallas nos han contado de hechos y situaciones pasadas a lo largo de sus vidas? ¿O cuántos “cuentos” nos han leídos antes de dormirnos? ¿Cuántas ayudas, físicas, materiales y económicas nos aportan? ¿Más aún, cuántos abuelos han criados a sus nietos hasta hacerlos mayores? Por eso la sabiduría de la ley natural, establece la comparativa de estas sencillas pero entrañables y amorosas relaciones, entre los dos extremos del proceso evolutivo de la propia vida del ser humano: los abuelos que se extinguen y los nietos que florecen.
Y en esa disyuntiva, los abuelos acentúan más si cabe, sus sentimientos cariñosos hacía sus nietos, sabedores de su cercanía ante la otra ley natural y suprema de la extinción de la propia vida. En cambio algunos nietos en esa precisa época, no son conscientes de corresponderles en sintonía, ni en la misma medida ni con la misma intensidad con la que ellos hubiesen deseados, tal vez debido más a la inexperiencia de sus cortas edades, que al deseo de hacerlo.
Sin embargo a medida que crecen, perciben la necesidad que tienen los abuelos de saberse queridos. Y si no les responden con la misma reciprocidad, que los abuelos en silencio les demandan. Lamentablemente sólo lo entenderán, cuando ya se hayan extinguidos. Por eso, el mejor regalo que podemos hacerles a nuestros queridos abuelos mientras vivan, es mostrarles nuestros afectos, colmándolos de mimos y de cariños, de besos y de abrazos. Porque en realidad esas carantoñas son gratuitas, espontáneas y lo único que ellos necesitan. Creedme que solamente así se sentirán compensados, felices y agradecidos.
Por otra parte, los mayores ocupan el espacio inmediatamente anterior al de los abuelos y se preparan para serlos. Pero mientras tanto, tienen que vencer múltiples situaciones y dificultades con la sociedad y con la misma familia, derivadas de las atenciones que necesitan sus seres más queridos, es decir de sus padres. ¿En cuántos hogares la existencia de los abuelos están provocando situaciones adversas, difíciles o no deseadas de convivencia serena y pacífica?
La vida actual, plantea que ser mayor genera unos compromisos que se enfrentan entre otros, a esas situaciones y a veces, sus soluciones no son las más acertadas, ni las más deseadas. Situaciones que solamente se resuelven con la cordura, la paciencia, la bondad, el entendimiento y la generosidad de la grandeza del alma con la que están dotadas las personas. Y esa grandeza no es otra cosa, que usar la capacidad que la mujer y el hombre tiene de hacer agradable a sus mayores y devolverles lo que de ellos recibieron como algo grande y bueno que fue. Y que ahora sufre los efectos de la enfermedad o la vejez. ¿Estaremos dispuestos hacerlo? ¿Lo lograremos? ¿Seremos capaces de hacer felices a nuestros ancianos, abuelos y mayores?
Pues para hacerlo, todas las épocas, todas las circunstancias y todos los tiempos, son apropiados. Pero ante la Navidad que se nos aproxima, es el mejor momento y el más significativo de relacionarse con ellos más intensamente y decirles cuánto representan -Los Abuelos en la Familia- y en nuestros hogares. Y recordad que el próximo Domingo 28 además del día de los Santos Inocentes, se celebrará también, la festividad de la Sagrada Familia. Otro día feliz y oportuno como la propia Navidad para festejarlo junto a ellos llenos de amor y muy cerquita al ladito del corazón. ¡Feliz Navidad Abuelos! ¡Feliz Navidad y Año Nuevo queridos lectores! Hasta mediados del mes de enero 2015 ¡Que nos traiga buenos horizontes para todos! DIARIO Bahía de Cádiz