Se hace duro solo pensar en repetir secuencia. No sé cómo se las apañarán los actores, pero a mí me cuesta. La mayoría ya hemos gastado una paga y aún no hemos comenzado. Las extraescolares es lo que tienen… gastos. O te la clavan con los libros de inglés de la Academia o con el uniforme del Club Deportivo. La cosa es que seguimos interpretando el papel que nos han dado hasta que el Director se harte de nosotros.
Por lo demás todo sigue igual como si la arena de la playa, las olas, los guiris de los embotellamientos fueran sustituidos con precisión suiza por el asfalto, los corrillos de madres y las pitadas en los “cedas el paso”.
Como con la Navidad -que retirar los espumillones me deviene a nuevos madrugones y tardes de estudio– el recoger neveras y bañadores me obliga a pensar que el próximo lunes se volverá a la normalidad. Ya hoy los dedos vuelven a teclear a ritmo de artrítica porque hay que volver aunque el sol aún derrita y los niños campen en mares digitales. Cuánto nos han ayudado a las madres laboriosas esas consolas de las que luego rajamos en reuniones cumpleañeras. Cuánto esas meriendas que el endocrino quemaría en la hoguera sin que jamás lo reconozcamos como la realidad de nuestro peso o que nuestras hijas nos sacan las arrugas de tanto cabrearnos.
Hay gente feliz –ya les digo que sí- pero son excepciones… los nuevos enamorados, los optimistas y los idos que siempre miran el cielo por si aparece algo nuevo. Los demás como mucho miramos al cielo para que no nos defeque una gaviota que ya se sabe que ellas no tienen fechas en el calendario dándoles igual si vas de chaqueta a un bautizo o de chanclas a la Puntilla.
Los nuevos enamorados estarán comiéndose a besos en las gradas de los partidos dándonos a los demás una grima verdosa tipo exquisitez de Ángel León, pero menos marítima y más costrera. Los optimistas verán ventajas por todos lados por empezar una nueva etapa. Y los idos –benditos ellos que no contagian- seguirán pensando que si algo nos vienen de allá arriba no será un misil de un ególatra consumado, ni una nave para hacernos puchero en barra sino un unicornio defecando arcoíris.
A estas alturas mi redactor de turno ya se habrá congestionado -o no- que seguro también le afectará la normalidad y el bajo peso de nuestro cuerpo contra lo que nos dan -el papel comprimido de un texto- porque al fin no somos más que personajes que deambulan por un escenario tipificado.
Volver se me está encajonando en los dedos como niña chica que no quiere entrar en el colegio porque sabe que se acabaron las siestas y los dibujos animados. Entiendo que hay que hacerlo porque nos hemos hecho mayores. Con todo nos duelen las lonchas (de las barbacoas pasadas) rozaditas –unas contras otras- bajo estoicos disfraces de gente corriente que solo quiere respirar otro día ese aire de normalidad que nos gusta tan poco. DIARIO Bahía de Cádiz