Saeteado el cuero por varias puñaladas, se asomó la tragedia entre jóvenes inmigrados a la fuerza. Unas zapatillas rescatadas de la basura tuvieron la culpa de que se entablara la riña. Dos discutían puñal en medio, mientras otro agarraba por detrás al osado para sostenerle las puñaladas y un cuarto, miraba asustado. Luego la sangre que es lo que contiene el cuerpo (la que lo sustenta) fue derramada por las esquinas haciéndose visible poco a poco. Lo mínimo hasta llegar al hospital, coserlo y darle vuelta de tortilla para la invisibilidad permanente.
Los ofensores -que se habían vuelto dianas- cogieron tanta mecha, apalabradas las piernas en darse el piro, que casi las Fuerzas de Seguridad no los encuentran.
Pensándolo bien, puede que fueran éstos los antecesores de los que se tiraron al mar en Marruecos -hace nada- para recorrer a nado las millas náuticas que los separan de Ceuta.
Cuando hay marejada política entre vecinos es lo que se presta, como los documentales de Telecinco con televisivas apariencias. Por lo visto hay jerigonza de vaivenes monarcas, por una barca que navegaba en mar abierto y ya saben, cuando una mariposa aletea, hay huracanes en la playa. Aquí (en esta tacita mellada de “la Bella y la bestia”) no se difunde odio, sino invisibilidad esquinera que desluce una ciudad milenaria porque se hacinan como los gatos en su colonia controlada, pero sin bondadosos benefactores que los castren, los alimenten y los vacunen. Por lo demás, igualdad rastrera porque hasta las casuchas de tela y plástico podrían ser las mismas.
Y seguirá la Carrasco devanando madejas, porque la boca ya se le ha calentado como las piernas de los deportistas y ya no hace falta bálsamo (ni vaselina) que dilate los razonamientos.
Ahora puertas para adentro, nos quedamos igual, por lo menos ustedes y yo que nos haremos viejos sin que entendamos de qué va esto que se nos antoja moridero a ratos y que desde África venden como la puerta al cielo, de libertades y dineros metidos a bocajarro por la parabólica que miente como bellaca.
Lo mismo yo también nadaría esos pocos metros que separan la realidad del llanto, la súplica del perdón, la alegría del vitalicio enlutado. Lo mismo me ahogaría en sed de mar, en vacunas necias, en líneas en un periódico de pueblo que no lee nadie. Lo mismo unas zapatillas lo son todo, cuando te has perdido en la nada viendo cómo lo que te prometieron se disuelve como azucarillo en el agua.
El que se ahogó tenía una madre y un Rey. Cómo le llorará la primera, hasta que se muera, hasta que sus huesos sean cal de mar, encerrada en su aldea. Nadie sabe lo que duele un hijo muchos años después de haberlo parido. Nadie sabe cómo duele la puñalada del fracaso vista desde las puertas del cielo, permanentemente cerradas. DIARIO Bahía de Cádiz