No sé si aguantaría nueve horas -subida- a una valla, pero si eso me sirviera para buscarme mejoría a cualquier precio al menos lo intentaría. En ‘El planeta de los simios’ -la original de Charlon Heston- trataban a los humanos como a los sudafricanos en la otra frontera. No es que nosotros seamos mejores es que las leyes imperan y cuando alguien se salta la mata, actúa y castiga. Eso nos protege, pero quién les cuida a ellos que solo ven metal y esperanza al otro lado del infierno.
Nueve horas es tiempo de desayunar y de quitar la mesa, de llevar niños al colegio, de ponerte a trabajar en el ordenador, de ir haciendo extras para los que nunca tienes tiempo. Incluso de ganarte un jornal completo y hacerte una extraordinaria para gastos no previstos. De un Consejo de Ministros donde se debatirá que hacer con los ilegales que quieren traspasar las vallas de Ceuta.
No sé si saben que Ceuta huele a vida, a risas y gentío. Que huele desde el bosque donde se ocultan -los subsaharianos- es una certeza que no sale en periódicos ni rotativas. Por eso saltan. Por eso se mantienen firmes cabalgando sobre el acero y las estalactitas que se clavan en la carne como dentelladas del destino que no sabe de nada más que de pares y nones. Pares de tener casa y techo sobre la cabeza, nones para vivir en la pobreza, en los aledaños de guerras tribales, para ser mujer y violada, para ser joven y esclavo, apaleados por porras que no tienen más que uniforme y botas militares, mientras levantan las manos -al vuelo- como palomas.
Cuando tras nueve horas te arrancan de la mierda de esperanza que es abrigarte entre concertinas e infames hierros, das coces e incluso te rebelas porque la batalla a una mínima normalidad se ha perdido y vuelves a ser carnaza en ‘El planeta de los simios’ que te apalean y muerden. No sé quién de nosotros podría estar agarrado a esa valla nueve horas, dos más que los pecados capitales porque se le añaden el dolor y el hastío. Pero perseveran porque hay quien lo consigue, quien se encarama -como macho joven de la manada- para esperar su momento y caer como pluma ligera que lleva el viento. Luego solo tienes que burlar a los civiles…Ya estás en Ceuta, puerta segura de legalidades y prosperidad en marcha.
Es doloroso verlos aparcados como escoria allí arriba sobre las vallas esmeriladas, expectantes y adormecidas, porque son humanos sin humanidad galopante.
No son más que pueblo de ninguna parte con carne y vísceras, abatidos.
La desesperación ciega llagándonos el saberlos pernoctando cerca de viveros, apalabrados a los semáforos o masificados en los centros de emigrantes cuando el sueño europeísta no lleva más que a un callejón sin salida.
Es la realidad más cruel verte en ese espejo deformado para no hacer nada más que comentarlo, más que pasar página porque nadie perdería nueve horas esperando que al otro lado de la vida se obrase un milagro.
Cada uno que cayó es una losa sobre nuestra tumba como especie, una lacra a nuestro futuro porque nos enseña -en carne viva- lo que existe más allá de nuestras cómodas fronteras. Uno a uno fueron desalojados entre gritos y pedradas ocasionales de los ya realojados en el CETI, que se recuerdan en otros ojos y otras caras.
No tardaremos nueve horas en olvidarlos, ni siquiera nueve minutos porque la vida nos ancla en el presente cotidiano que nos agrada, en nuestras deudas y conflictos más glamurosos sin huesos rotos, ni porras.
Caminamos a paso seguro porque no sabemos lo que nos depara el futuro, porque la esperanza está enlatada al lado de “la nocilla” del desayuno de los niños mientras nos devanamos los sesos para que nuestros amigos no sepan lo que nos cuesta llegar al trabajo cada mañana. Nueve horas sin sueño reparador jugando a video juegos, nueve horas de parto por gestación subrogada, nueve por coger el coche para pernoctar al lado de un río congelado. DIARIO Bahía de Cádiz