Si nos parasemos a pensar lo rápida que se va la vida, nos tumbaríamos a esperar la muerte. O meteríamos la cabeza en un hoyo como vulgar avestruz. Pero miramos al cielo y nos quemamos la retina porque un día nos creímos hijos de dioses, todos nosotros. Un hombre nos dio alas para soñar que hasta el hijo de un carpintero podía cambiar el mundo, pero luego empujamos un carrito sin que se nos muevan las zapatillas de casa.
Hay una señora (huésped de un geriátrico) que me desmocha el alma. Arrastra la sillita de ruedas de su marido con la misma desidia que los zombis de ‘Residence evil’ los palos y herramientas. Pero no ceja en su empeño, porque es su toda su vida y las secuelas no lastran cuando estás enamorado.
Se creen algunos imbéciles que el amor se agota, o peor aún, que tiene plazo de caducidad porque te salgan arrugas en los bajos. Les tengo lástima porque están tan vacíos como la cáscara de una pipa. Tan ciegos como los habitantes de la caverna de Platón y tan estúpidamente ausentes como todos aquellos que solo conocen lo que les dicen que crean.
Es curiosa la cara de los políticos porque podrían ilustrar un “emocionario”, esa nueva moda que nos abre las posibilidades de conocer nuestro interior desde la infancia.
Me llega tarde, como casi todo. No los años aprendidos, ni la sensibilidad, ni los paseos mentales. No reniego de mi edad porque (aún doblada, crujida o rota) la he vivido a conciencia. Nunca he dejado a nadie en la estocada, no abandono fácilmente los empeños, digo la verdad intentando no hacer daño y pago mis deudas.
Nunca he visto un político residiendo en un geriátrico. Sí a médicos que en el último atisbo de conciencia se lavan las manos repetidamente. Sí a gente autoritaria echando galones a auxiliares de buen servir y mejor atender que ganan poco dinero por hacer lo que la mayoría no queremos o no podemos. Porque todos llegamos, pero nadie parece hacer sensatez de ello. La vida es muy corta, pero trotamos pensando (quizás) que le podremos ganar esa carrera, que desde que nacimos está amañada por la Naturaleza.
Está mil veces más viva que nosotros la anciana que lleva a su marido a cuestas. Mil veces más enamorada, entusiasmada y clarividente que muchos de nosotros, porque atisba los días desde un ventanal que platea una Bahía rebosante de gente que pasa y no se queda. Fantasmas atenazados en el tiempo sin saber bien adónde van o dónde terminará el camino. Ella sí, porque artríticas sus caricias hacen mella en las sienes alopécicas del que velan.
No sé cómo acabarán los políticos sin sus fotos en portadas de prensa, sin los seguidores vehementes, sin sonrisa ensortijada y gesto prepotente. La vida es tan corta que no merece pensarlo porque pierdes cuerda y pisada. Ya se acercan los compases y huelen a primavera. Porque anticipo el paso para intentar llegarle al Tiempo. DIARIO Bahía de Cádiz