Las aguas andan revueltas, no tengo yo que decírselo. Pero andan siempre, solo que a veces no las vemos desde nuestra ventana. Siguen habiendo refugiados, pateras que naufragan y guerras silenciosas que no son retransmitidas porque han perdido fuelle. Es como el duelo, sigue estando ahí solo que a nadie le importa más que al doliente.
La vida nos impulsa a seguir hasta ese momento en que nos vencemos y caemos eslorados como el Vaporcito del Puerto contra el Muelle de Cádiz.
Sigue ese machismo silencioso que mata a pasos contados, ese que quiere que te limites a lo mínimo y dependas de él hasta para hacer puñetas. Los “tocamientos” del sobón del autobús ahora se han perfeccionado porque las redes protegen a los acosadores aunque los policías vigilen como halcones.
La vida es rala y no siempre cuerda, nos cuesta dar pedaladas. Quizás por eso nos asombre tanto que a unos pocos -envalentonados- les valga más el “yo” que el “todos” para bailarse una sardana. Es política superior de clase avanzada sin diplomáticos al uso sino vociferantes que desbaratan voluntades y hacen que se tema por todo cuando antes solo nos asustaba la desesperanza.
Siempre andan las aguas revueltas solo que ahora las vemos como -en las marejadas –bailando salsa en nuestras costas poniéndole ya el palio a la Virgen de la Palma para que no nos inunde las casas la derivada, ni nos mate las macetas de mariguana.
Mientras empapelamos los pasos para reconducir a unos niños que ya lucen vellos incipientes bajo las nasales. Niñas que perfuman botones mamarios. Pensamos en los ruines que los esperan a la puerta del instituto encogiéndosenos las ganas, sabiéndonos idiotas por procrear cuando había tanta vida y libertad aguardándonos. Pero eran las hormonas las que nos guiaban, esa mismas que lo mismo disfruta Puigdemont rebozado de poder y gloria. Riña de pasillos de instituto que ha llegado al director porque los padres han hecho denuncias y los peones se han movido y las cuentas del Ampa se han ido a otro Instituto más pacífico donde prosperar porque éste -creen que- se convertirá en un gueto.
La vida gusta de vicisitudes, de cambios y de tropelías, de gente ahogada sin edad con ojos vidriosos de tanto llanto acumulado. Nadie piensa que lo mismo la sal del mar viene de tantas lágrimas vertidas en sus costas, en las llagas de su espuma blanquecina. Nadie piensa en nadie cuando la trifulca está en marcha, cuando el muerto está cremado y cuando la viuda es un mar de emociones poniendo cara de póker para que sus hijos avancen sin lacra.
No soy de vaticinar, pero creo que las aguas se reconducirán a su cauce hasta un tiempo en que todo vuelva a moverse como las mareas, las fases lunares y los ermitaños perezosos buscando otra concha donde esconder su fealdad porque han evolucionado y en la vieja ya no caben. Lo mismo este ermitaño pasará de enconcharse buscando más bien simbiontes que la recubran, como esponjas y algas calcáreas. O bien como los litótidos vivirá sin protección abdominal escondida entre las rocas. Se pueden ver muy bien las aguas revueltas desde una atalaya o desde el azul cristalino de los fondos subterráneos con la silueta amañada de la quilla y la roda de las pateras transitando.
Espuma blanquecina revuelta de flequillo por las motos tripuladas que entregan carnaza morena en playas solitarias. Luego las plantas de los pies vuelan cargadas de esperanza, mientras las aguas revueltas esperan troquel de tiempo, vaivenes de aspavientos, roces de sobón al uso e instituto plebeyo que no hay como un Rey para cerrar una ecuación que se eleva al cubo. Nada como un Vapor estrellándose contra un Muelle por hartazgo de trasiegos, por levantes interminables y pasajeros que miran hacia otra parte. DIARIO Bahía de Cádiz