No sé si saben que los simios sonríen de puro miedo. Esa sonrisa de Chita era tan falsa como su sexo porque en realidad era un macho. Así es nuestra vida social muy parecida a la de los políticos como Millet que ha dicho en juicio que las bodas de sus hijas en el Palau no fue por ahorrar gastos -ni festejar a pie de Rey- sino por hacer publicidad gratis para que la gente supiera que allí se podían celebrar bodas.
Una amiga anda en ello, en lo de casarse. Por tercera vez, que también son ganas. No sé exactamente por qué, porque sonsacándola solo he conseguido averiguar que le hace ilusión igual que a mi hija de once años comprarse un slime nuevo. Sé que si no tienen pequeños en casa no saben lo que es. Pues eso que se ahorran porque es una cochina tontería que se han sacado de la manga química para exprimirnos los cuartos, sin que vaya a más de aquel blandiblup que usábamos cuando chicos para hacer pedorretas. Ya ven a mí no me gustaba ni entonces, pero ahora las pirra como el reggaetón machista.
Me jorobaría que fuera comercialización de sexo, porque eso equivaldría a que todo el esfuerzo que han hecho generaciones enteras de mujeres dejándose no solo piel en ello sino también el pellejo, se lo zumbaran estas nuevecitas tragándose los eslóganes publicitarios como si fuera doctrina.
Siempre nos ha marcado la sociedad como a los simios en cautividad que sonreían de puro miedo mientras a nosotros nos encantaba verlos con pañales de adulto de la mano de un Weismuller que estaba cañón. Porque somos la piña de Bob Esponja que ni es piña, ni es submarina, ni está bajo el mar, porque si lo hiciera terminaría podrida. Igual que la conciencia de quién miente a destajo para sacar las nalgas del desfiladero político en el que se ha metido.
Chita se murió y ni siquiera era hembra, ni estaba en el libro original de Burroughs y se escribía Cheeta, pero nosotros la veíamos sin subtítulos. Somos el apéndice no escrito de algún libro, como Macron que se quiere llevar al huerto a May dándole palmaditas en la espalda. Nos las dan y las damos porque sonreímos cuando tenemos miedo. De que no nos quieran, de no tener bastante guardado, de que nos sienten en el banquillo y de que alguna vez refluya todo el guano que tenemos abonado. Puede que vivamos más años de lo que aguanten las pensiones, que los jóvenes que no tienen trabajo se vayan y no vuelvan como esos que tienen tres trabajos en la cuna del Brexit solo para pagar piso, comida e intendencia.
Queremos mejorar pero no nos dejan, porque el smile está de moda como antes lo estuvieron los tacones de vértigo y las fajas y el vinagre para ser más guapas. Pelear para llegar siendo más trabajadores, más leales o más buenos, no gusta a nadie y menos a un mono que cambiaron de sexo haciéndose viejo en cautividad, entre barrotes dorados de rollos de películas.
Sentimos palmadas en la espalda porque nos están dando a base de bien como felpudo puesto en la soga para sacarse las epiteliales atrasadas. Polvo somos de esperanzas, de deseos y de frustraciones como el smile se estire y huela a polvo de talco en una distracción tan absurda como estirarlo y estirarlo. Como casarse sin saber por qué o llevarse las horas tecleando frente a una pantalla que te devuelve letras negras sobre fondo virtual blanco. Simios que están asustados sin saber qué nos está pasando, quién nos está palmeando y por qué aguantamos.
Pobres -de nosotros- monos asustados que viviremos más de cien años para que quebremos el sistema de pensiones sin que la Villalobos sepa darnos mazazo. Porque los jóvenes no tienen trabajo, porque no hay trabajo para nadie , excepto para los que viviremos cien años que limpiaremos sonriendo simiescamente, vendiendo smile enlatados a niños del futuro que se reirán en nuestras caras arrugadas como nosotros lo hacíamos cuando el Weissmuller iba -de liana en liana- gritando. DIARIO Bahía de Cádiz