Parece espacial lo sé, pero lo que hace es controlar cómo vamos (usted y yo) por las vías urbanas. Es un dispositivo -que si se fijan bien- parece sacado de una novela de ciencia ficción para hacernos la puñeta. Se supone que nos previene de gente que coge el móvil conduciendo, que van hinchaditos de droga y alcohol, pero también el que se salta los cincuenta kilómetros por hora.
A mí los controles de velocidad -como no sea el que va a cien por el casco urbano matando palomas con el bufido- me parecen meramente recaudatorios. Como los parquímetros cerca de los hospitales o los colindantes a las playas en verano. Que no me parece mal que se pague, pero no por minutos pasados. Tampoco me parece bien que en algunos sitios de inigualable belleza, los amantes de las caravanas a cuatro ruedas las aposenten –desechos orgánicos incluidos- a pie de sendero, sin pena (ni gloria alguna) de que llegue un uniformado a levantarle las panderetas. O que llegue el verano y el niño del cubito nos destroce la fauna a paladas.
A mí es que hay cosas -de falta de solidaridad y de estupidez soberana -que me joroban en exceso, como que se conduzca bebido o drogado o que te toques el móvil porque te llaman. Eso me parece criminal por el riesgo que supone para todos los que se crucen con estos descerebrados. Pero el pasarte del rango de los cincuenta -ni siquiera por la biología- va a ser que no entra en mis prioridades.
Sé que muchos no estarán de acuerdo, pero yo tampoco con que vaya una moto disfrazada de cochecito con un jeta al volante, por la Nacional dando bandazos más feliz que unas Pascuas adelantadas. Es que tiene derecho lo sé, pero me jode porque estorba más que un pelotón ciclista echándose unas risas mientras tú intentas adelantarlos, con tanto miedo en el cuerpo que cuando se dan cuentan te hacen todos señales con las manos como si fueran a la feria de Sevilla.
Y es que soy prudente porque llevo niños (míos y de otros, lo cual da aún más canguelo) y ni bebo, ni fumo. Ni aprieto el acelerador, ni cojo baches más que si voy por senderos donde los campistas foráneos asientan sus mastodontes evacuando los orinales a pie de montaña para gloria de arbustos y bestiecillas que pueblan esos parajes, que no hay como ir al extranjero para hacer el cafre, como los de los balcones o los de los San fermines.
Para eso están los urbanos con su pistolita y su libreta reglamentaria, para echarnos una mano, no para aguarnos el día en familia, la salida o entrada a la urbe que nunca fue madre porque nos devora con sueldos plegados a la raspa y familias de muchas bocas. Sin pagas extras sino extraescolares que los infantes tienen más vida social que las borbones con cumpleaños y partidos, salidas y reentrés para cupletistas de baja estatura. DIARIO Bahía de Cádiz