Es curioso que ni el paro, ni los chancleteos nos muevan las caderas a los gaditan@s, pero eso sí la realidad cotidiana de la tolerancia se nos va de las manos. No temo que me clasifiquen de ‘kichera’ porque no gasto. Lo que sí les diré -como buena gaditana- es lo que mis redactores me permitan.
El respeto, la igualdad y sobre todo la educación está siempre sobrevalorada. Si no fíjense en cualquier tema, violencia de género por no ir más lejos, o – dada la época- éste tan cacareado ahora mismo de la igualdad de derechos.
Los derechos son para todos, lo que pasa es que no los procesamos. Como hetero asimilada y rediviva sé de lo que les hablo porque no solo nos metemos en camisa de once varas, sino que además nos las damos de algo por creernos más que preparados para ponernos en la piel de otros solo por tener la mera decencia de saber dónde acaba nuestro ego y donde empieza el debido respeto a la vida de los demás.
En una ludoteca gaditana se ha hablado de la igualdad de derechos, de las diferentes identidades y géneros y se ha armado parda porque el locutorio era infantil y gratuito. No sé a qué edad se enseña la tolerancia, ni la educación que debería ser en vía de teta materna, pero sí sé lo que pasa cuando ésta se evade, porque comienzan los chistes rancios, las amenazas, y luego las agresiones y los asesinatos.
La libertad y la igualdad que van de la mano, reciben tantos palos que van vestidas de luto para que no se les note. Como les digo creo fundamentalmente en la libertad de enseñarles a tus hijos lo que te dé la gana y esté dentro de la ley, en cuidarlos, en educarlos e incluso –ya ven- en darles tus falsos ídolos de barro. También creo que esta máxima debe aplicarse a las instituciones sobre todo cuando las pagamos todos los ciudadanos con nuestros impuestos. Pero en lo que creo por encima de todas las cosas es en que hay que saber guardar el paso y leer las programaciones y tener la mente abierta para que pase un resquicio de aire, que también es idolatría porque sé que hay magnanimidades a las que ni el viento de levante mesaría los cabellos bajo los que se esconden tantos prejuicios.
A los niños de la ludoteca no les hace falta saber la diferencia entre un gay, una lesbiana o un transexual, solo que sus dos padres los recojan de la mano con normalidad o que su tía -o su abuela hagan- lo mismo con su mujer. También que cuando quieran -si no les gusta el cuerpo con el que han nacido- transmuten, sin grandes operetas sino con normalidad que para eso está la ética, los buenos sentimientos y la máxima de que los niños son lo primero. Nadie puede serlo sin que le traten con respeto. Es lo bueno de la libertad, de la tolerancia y la igualdad que salen de paseo a poco que las invites a ello. DIARIO Bahía de Cádiz