Creíamos que el nuevo año nos colmaría de gozo, más que nada por descarte del anterior. Incluso el maestro Joao dijo que la suma que daba tres no podía ser otra cosa que perfecta, pero ya ven qué marranada nos hace el incipiente que tenemos ola para rato y gente que se vacuna cuando le da la gana.
No les digo que me sorprenda, que haya muchos que -con el poder que les hemos dado todos- hagan lo que les vienen al sayo. Luego están los tontos, los idos, los pasotas y los que niegan hasta que su madre los pariera por obra y gracia de un útero complacido. Que hasta Paola Bosé dijo que su madre no se había muerto del covid sino de esa extraña enfermedad -muy recurrente- que le daba cada invierno. El que no quiere entender ni a gritos se convence y el que quiere vacunarse por la jeta no lo corres ni a palos para que se vaya de su cargo.
Ya les digo que no me sorprende porque estamos en épocas apocalípticas y caóticas con gente que hace un arte de llevar mascarilla mientras que otros- que ya nos asfixiamos por definición asmática-encurtimos la cara pareciendo aceituna sin hueso.
Si me siguen en las redes ya sabrán que a estas alturas mi madre ya se puso la segunda que no celebré como la primera con ese afán mezcla de satisfacción y alivio, porque ya están saliendo los codos a la vacuna y me da miedo perderla de una u otra manera.
La naturaleza humana -al menos la mía- es frágil como tarta en patio de colegio… Todo se me hace tragedia. Si se la ponen es bueno, pero la segunda dicen que da como mazazo al cuerpo de una nonagenaria que ya ha visto tantas cosas desagradables que no es más que negativo descolorido de ella misma.
Mi madre -por otra parte- se está haciendo tan etérea que terminará por volar quiera yo o no quiera. El tiempo y la vida son indiferentes a mis deseos. Tampoco es inmortal, soy consciente. Pero jode. Últimamente me he dado cuenta de que todo me jode… que casi esté a punto de arrollarme una jovencita que no tendrá ni la edad de mis hijos mayores con una furgoneta prestada seguramente por un familiar, que la gente se drogue al volante, los que les venden la droga, los que no respetan las horas de sueño de los demás, los de los gritos destemplados y en general todo ser humano que tenga la desgracia de acercarse a mí en las horas bajas.
También las tengo altas -no crean- cuando veo que los políticos se despachan las dosis que deberían ser para los enfermeros que están en primera línea para todos. Ya ven esos enfermeros a los que el idiota de mi vecino aplaudía hasta quemarse las manos para luego salir sin mascarilla a cada rato. Es difícil ver a tanto imbécil junto barruntando y seguir mantenido la calma. La que fuma y te expele el humo del cigarrillo cuando pasa por tu lado no entenderá jamás tu cara de mala leche. Tampoco los políticos que se han vacunado porque pueden, igual que los nazis eliminaban lo que les molestaba hasta que se les pararon los pies. Es la posibilidad, la indiferencia ante los demás y una dosis muy elevada de muy poca vergüenza. Nos debimos dar cuenta que los nuevos años no son panacea de nada, sino volteadero de página vencida por el tiempo como nosotros mismos.
Tenemos una gran ola encima que aprieta y destroza a esta especie elegida para horadar el espesor de Marte con una sonda tan inútil como las mascarillas a media asta o los aplausos en el techo de una casa. No somos los mejores, ni los elegidos. Nunca lo fuimos. Lo mismo sí somos los payasos de la galaxia con seres pensantes alienígenas descojonados de la risa con que seamos tan patéticos y apocalípticos con nosotros mismos.
Y a todo esto, la profe sustituta de lengua de mis hijos quiere que lean La Celestina. No cualquier cosa, no. La Celestina. Gente de 14 años que se preocupa más de su pelo que de lo que va dentro. Que consideran lesa majestad ir con la misma camiseta dos días seguidos. Que su biblia es el tiktok o el Rubius que ha volado porque en España existen los impuestos sin que importe para qué sirven. Si se pudiera meter un emoticono para explicarles cómo me siento, les pondría la mujer que se toca la frente con la palma de la mano, porque qué año nos espera, amigos míos, qué año más largo de comer arena con trazas de espinas. DIARIO Bahía de Cádiz