El que fuera alcalde de Jerez anda en horas bajas en Puerto III. Le han arrebatado un crucifijo que él trataba como prenda porque se lo regaló un recluso luego de darse el piro.
Rapunzel también tiene sus tesoros ensortijados en el banco de paseo que se aposenta en las inmediaciones del colegio de Pinar Hondo. No es como Pacheco una presa de cárcel alguna más que de huesos y médula, perjudicada anatomía que la lleva a pernoctar en desbandada.
Hace mucho que debió perder la conciencia. Mucho que la vemos vagando -de cualquier modo- con enseres que depreciamos en contenedores y papeleras para que ella les dé cariño y fines adecuados.
Un día llamé a los locales para darles cuenta de que por mi barriada vagaba perdida una joven rubia, pero me dijeron lacónicos que irían en un rato sin que hasta el día de hoy les hayamos visto el pelo.
Si la hemos visto a ella que se ha instalado -siempre en la provisionalidad que da la propiedad municipal- como les dije antes en las inmediaciones de un colegio, frente por frente a un centro de preescolar.
No es mala vista la de este banco con más solera que los que cogieron maletas y se fueron cuando lo de la DUI de Puigdemont.
La tiene de sobra entre sus tablas y metales porque ya antes de Rapiunzel -con sus trenzas rubias y sus ojos celestes desvaídos de raciocinio- estuvo otro ocupa que parecía Papá Noel con barbas extensas y greñas níveas.
Lo atraparon un mal día los de servicios sociales devolviéndonoslo rapado y de imagen impoluta al mismo banco donde se apalancan los que creemos locos mientras que ellos piensan lo mismo de nosotros que nos afanamos como hormigas imbéciles en hacer cada maldito día las mismas inútiles cosas.
Rapunzel pasa las horas mágica e inalterable, princesa del cuento más desgraciado porque ni Príncipe -ni rana- van tras ella, sino críos ya rozando la pubertad mezclada con mala leche que se burlan a los gritos estridentes de “ahí está la loca del Puerto”. Loco del Puerto era Alberti que simulaba ser poeta pero era ido magistral y dicharachero visitando el colegio de Pinar Hondo cada vez que se lo pedían para deleitar igual a maestros que al alumnado.
La veo cuando paso atareada yo, ella perpleja, escribiendo en un cuaderno quizás símbolos mágicos que conjuren su mala suerte o puede que un testamento vital que nos aclare dónde se encuentra su castillo en esa otra dimensión donde los cuentos de hadas no terminan más que con finales felices. Tumbada en su banco día y noche, vestida con una cazadora de mil vidas regaladas, desguazada y despellejada como si fuera una segunda piel, con pantalones que una vez fueron de marca y unos cinturones que cada vez tienen más agujeros para ajustarse a la silueta quijotesca.
A Pacheco le quitaron el crucifijo porque dijeron que podía usarse de arma, pero qué más arma que la mente puede haber dentro y fuera de un presidio. Cierto que se podría decir que nadie mata más que las religiones, más que una cruz donde fue ejecutado un inocente, más que una cárcel que mata almas al minuto, más que un banco solitario sujeto a la indiferencia de los paseantes.
Todos quieren que la normalidad vuelva, que Pacheco siga en la cárcel pleiteando recursos para los presos y Rapunzel escondida entre los asfaltos y la arboleda que siempre fue –más para ella- perdida y oscura como la conoció Alberti enamorándolo de por vida, volviéndolo el más ido y magistral que había en todo El Puerto. DIARIO Bahía de Cádiz