Una chica de 17 denunció a un hombre -de nombre Gabriel- por tener fotos comprometidas de ella que se disponía a publicar en las redes si no accedía a tener relaciones íntimas con él. No es nuevo ya lo sé. Imagino cómo pudo llegar a esta situación porque las redes son opacas y la gente parece trigo limpio.
Este ángel Gabriel ya era un conocido de los Cuerpos de seguridad, porque –justo cuando lo buscaban para arrestarlo por la denuncia de la menor- estaba declarando ante el Juez de Guardia por (siempre supuestamente) haber usado los datos bancarios de otra persona para comprarse dos bicicletas de más de 2.000 euros. También está siendo investigado porque se le vio salir corriendo de un incendio que se inició en el coche de un vecino con el que había peleado, que se extendió hasta otro coche y una casa donde vivía una anciana que tuvo que ser atendida por los servicios sanitarios.
Como les decía un angelito. Ahora hay que saber si en realidad (como dice la victima) tiene o no esas fotos en su móvil con las que la amenazaba por medio de mensajes con vejarla públicamente. Lo que pasa es que para analizar el móvil hay que pedir una orden judicial, así que denles tiempos que “se está en ello” como diría con acento tejano Aznar. Es curioso el ambiente enrarecido que se ha formado con lo del “Chicle” supongo que porque nos negamos a creer que los monstruos andan sueltos y caminan a nuestro lado haciendo barrabasadas tales como matar a alguien y luego irse a cenar a casa.
Nos negamos a ver que en realidad no somos pueblos civilizados sino adiestrados por un César Millán infinito y legal que nos inculca desde pequeños qué está bien y qué mal, para que no orinemos en la alfombra del salón , ni defequemos en la puerta de entrada a la vista (y olfato) de los vecinos. Angelitos lo somos todos metidos en nuestra piel de normalidad, en nuestro trabajo de muchas horas mal pagado o ni siquiera eso porque nos valoran lo mismo que el vejador a la de diecisiete como material devaluado y cambiable quizás a otro degenerado tan vil como él.
Material desechable como los cartuchos de la impresora, las bolsas del supermercado o los envoltorios que nos hacen creer que los productos son más bonitos, más grandes o mejores, igual que una de menos de 17 pintándose con un eyer line, subiéndose a unas plataformas o poniéndose relleno en el sostén. No nos ven como iguales sino como recorrido de pulgas, por eso nos arrojan a la basura y nos ningunean sin que tengamos más que ardores de estómago y mala baba.
Estamos cogidos en una tela de araña esperando que venga la devoradora de almas y nos succione hasta la última gota que podamos dar. Esperando nada más. En cambio los ángeles caídos trotan en las redes, se hacen uno con ellas porque los protege el anonimato, cazadores de ovejas que pastan entre comentarios jocosos y fotos divertidas, deseando que nos quiera alguien que no nació para querer sino para dañar, para estafar y minar la confianza que le dimos a raudales. Pero cómo hacemos que nos crean, cómo les quitamos el disfraz sin que las menores nos vean como a verdugos de su independencia o libertad. Cómo protegemos a tanto incauto cuando nosotros también lo somos exponiéndonos, lamiendo las suelas de todo lo que consideremos que nos puede encumbrar a que nos sigan, digan que les gustamos o nos quieran aunque sea a nivel virtual. Porque qué hay más hermoso que la virtualidad que ni huele a pies, ni suda por las glándulas axilares.
Nos gusta soñar con hipotéticos viajes astrales que nunca se harán realidad porque son tan irreales como los amigos cambiantes, las cenas de recetas de blog copiadas o los piropos para hacerte desnudar ante una cámara que te robará la dignidad. No porque estés desnudando el cuerpo, sino porque hay un ángel que te va detrás. Ya ha captado tu estela, solo tiene que tender las alas y atrapar tu imagen pulsando el “descargar”. Luego entran en juego las amenazas, las apetencias de los caídos, las denuncias y a esperar (siempre igual) la orden judicial. DIARIO Bahía de Cádiz