Joroba que a los menores los usen de comodines en las extraescolares. Te dicen que no, que lo que importa es que se diviertan. Luego ves a quien entrena con las venas hinchadas ordenando pasodobles y empiezas a darte cuenta que el que más corre gana y el que es menos avispado, chupa banquillo.
“Es la vida real”, dirá alguien e irá cargado de razones. Solo que nos pesa que sea así queriéndote encima hacer tragar ruedas de carro de que en los menores es diferente. Los marcadores de los partidos, por ejemplo. No se encienden cuando son menores, pero ya ves la frustración de alguno en las pataditas frente al que entrena con gestos de dibujo animado.
“Todos los entrenadores quieren ganar”, me dijo el otro día un padre cuando yo me quejaba. Pero aun así seguimos llevándolos, dándoles palmaditas para que espabilen porque es bueno para su salud, no solo física sino mental que es la que más lacra.
La vida no está hecha para protegerlos sino para amargarlos, porque nunca se formó a nadie en las batallas cotidianas, ni fue mejor soldado el que corrió menos intentando salvar el pellejo. Hemos olvidado la esencia de todo porque nos hemos hecho políticos acomodaticios, hemos creído -como lerdos- en que nos mantendrían en el poder hasta que nos jubiláramos, sin acordarnos de la Barberá y su caída en soledad.
Somos especie ingrata que dice querer a su prole como la Reina Cobra que no se los come porque los deja liberados de tener una madre que es una bicha.
Los idealistas solo somos Venus de Milo de la mediocridad sin mármol que nos asista, pura mercancía de mercadillo revenido en cualquier plazoleta. Adobamos las palabras de formalismos, queremos que los niños sean mejores pero seguimos alimentándoles con nuestros egos, nuestras frustraciones y nuestros complejos a dos tetas.
Joroba porque escarnece que todos paguen igual, que asistan a clases a las que llaman “escuelas” y en cambio, solo haya algunos que reluzcan como un día de mayo monjil y pagano sobre una pista de madera. Es la supervivencia de la especie, el todo vale para salir en la foto con cadáveres de dinosaurios apalancados en la nevera porque ha llegado una novedad que sacar de los precocinados.
No importaría si no fueran menores a los que dicen que educan. No si los padres y madres fueran coherentes y se dieran cuanta de las proporciones de “los triunfitos”, de cómo solo lo hacen para desfogarse o relajarse ellos mismos, porque no fueron en sus tiempos nada más que dinosaurios en la nevera de alguien. Mientras, los idealistas hemos aprendido a gritar a dos mandíbulas, a secarnos las ganas con los viajes y a derrotar las verdades prisioneras tras los labios que nos cosimos con las bufandas de los colores que ellos tanto aman. No se dan cuenta los que más queremos que son intercambiables soldaditos en una larga fila. Tampoco el de las pataditas porque su ancestro tiene menos cerebro que una lata reciclada. DIARIO Bahía de Cádiz