Desde el “niño de mamá” hasta “el descastado” pasando por la factoría Disney con todas sus princesas, las suegras abundan más que las madrastras. Incluso en la Casa Real. Esta relación tan natural como Atapuerca no por serlo deja de ser noticia si las intervinientes son además de tales, las dos reinas.
Ha circulado un video (como la pólvora) por las redes sociales con besos retirados, defensas de baloncesto y -al fin- suegra y nuera. Yo también la tuve. Creo que todos las tenemos. Incluso si la vida me da tregua, yo también lo seré. Y siempre pensaré que mis hijos e hija son los mejores, terciaré en las disputas y mangonearé a su descendencia lo que me dejen.
No veo yo así a la Reina pospuesta, ya les digo. No me cuadra como metijona. Yo sí -claramente- porque (como le dije al entrenador de mi hija que pidió vía wassap que los padres y madres no nos metiéramos en las cosas que pasaban en el campo de juego) seguiré gritando, aplaudiendo y diciendo todo lo que se me desbarre de los ovarios. Para chula, una. No es por disentir, es que se me va la bravuconería por las venas en cuanto me tocan a la descendencia. Qué le vamos a hacer.
Como les contaba, el buen hombre no era por jorobar ni nada sino porque las minis se concentraran sin mirar a las gradas -a cada poco- a ver si tenían consentimiento familiar a su juego. Pero como voy a las claras, le confesé que soy una metomentodo de primera fila y que igual que iba a hablar con el tutor que tocara, también lo haría con él para lo que viera oportuno.
La Reina pospuesta no me da el cante, ya ven. No la veo metida en oficialidades, ni en primera plana más que presumir de nietos -o nietísimas- como cualquier otra abuela. De carácter resilente -eso sí- porque con lo que le ha tocado si no hubiera sido capaz de aguantarlo y aprender de ello, ya hubiera explotado. En cambio, la Reina antepuesta nunca ha sido mártir de mi peana. Quizás porque mis lonchas no dejan que me caiga bien ninguna delgada. Ni mis dolores de pies quien cabalga en tacones de tres pisos. Tampoco la realeza que le gusta tanto a la gente de la calle.
Nunca me creí el cuento de que la gente se casa por amor en según qué esferas, porque me lo curré mucho para conseguir la persona que quería. No me gustó la boda, ni la oposición de los clasicistas, ni la mucha prensa que se gastó, ni la cara de dulce almíbar que puso ella. Supongo que me sale la mala leche de la suegra que seré diciéndome en el oído del tiempo que “todas las escobas barren bien cuando son nuevas”.
Intento aprender de la más grande -en esto de las suegras- que fue Juana Sevilla quien trataba por igual a nueras, hijo, hijas y yerno, pero es que era una gran mujer que por más años que pasen sigue viva en nuestra memoria genética sin que pueda haber comparación alguna.
Desde el “niño consentido de mamá” -que también la hay en versión femenina- hasta los “descastados” sin género estamos ante un subgénero de la maternidad y paternidad llevada al teatro de los horrores con gente que suelta a los hijos al mundo para que vayan dando resoplidos y mamporros. El antepuesto no, que es alejado y frío como pez coleando. En cambio el pospuesto, ni como abuelo, ni como marido, ni como suegro nos la ha dado, más que nada porque se fue dejándonos sin que lo notáramos. Así que nos quedamos con las mujeres que dan más juego.
Y vaya si lo han dado, con el aditamento de que las dos futuras sean como las de Inglaterra que tanto dieron en su adolescencia y matrimonios que hasta series de fama han inspirado.
Aquí está el “Sálvame” y ya no hay veda real que los patos son cazados al vuelo tenga el plumaje gris o alas verdosas y malvas. Pronto continuaremos, aunque según la Eyre habrá antes pacificación con foto incluida. Lo mismo sí, porque es lo que tiene vivir del erario que te debes a tu público como las cupletistas.
Lástima de familias rotas, bendiciones para las telenovelas que no por ser de la Casa Real española íbamos a ser menos que los monegascos o los anglos, con su Camila antepuesta e indispuesta. DIARIO Bahía de Cádiz