Cuando alguien dijo que éramos hechos a semejanza de Dios lo fastidió todo. No solo a los animales -que son poco más que cajas de cartón reciclables- sino también a la naturaleza, al Planeta o a sus habitantes que sufren guerras y hambruna perpetuas.
Si lo viéramos en una película de ciencia-ficción nos echaríamos las manos a la cabeza, pero si una científica explica que clonan animales en los laboratorios para hacerles experimentos (porque no valen nada al lado de la especie dominante) se lo agradecemos porque intenta salvarnos la vida. Porque somos dioses o semejantes a dioses. Elegidos para la gloria en twitter donde nuestros comentarios serán vistos por miles gozando de popularidad -y prestigio social- igual que en el instituto cuando te “congratulabas” con el más guay.
Nos hacemos ancianos porque nos oxidamos, porque este sabio Planeta sabe que somos plaga que le contamina, le escarnece las entrañas y mata todo lo que toca.
No es pesimismo es filosofía, de esa de abrir y cerrar bares. Es cortarte las tripas para no comer porque está mal visto ser un gordo, cuando en la posguerra por el hambre que campaba, la gordura (tipo Churchill) era vista como de potentados. El chocolate Matías López podría contar muchas de esas historias pasadas con solo su cartel publicitario. Ahora no, porque nos hemos hecho más humanos… Nos horrorizamos de las guerras ajenas, nos congratulamos con los refugiados que no olemos y pinchamos para reenviar todo aquello que nos gusta, pero que nos importa un pimiento.
Los animales han tenido la desgracia de tenernos como custodios, porque no solo nos los comemos -que no digo que ellos no lo hicieran- sino que también experimentamos, los mandamos al espacio, le sacamos piel, uñas, dientes y todo lo que valga.
No es para escandalizar porque ahora mismo gaseamos a niños que servirán como eslóganes de guerra que saciará los bolsillos de anónimos que caerán como todos, porque ya les digo que el planeta mata por supervivencia, la suya, asfixiándonos en oxigeno que quema nuestras células. Todos morimos pero no en el mismo tiempo, ni de la misma forma, porque brotan enfermedades nuevas, revenidas de no alimentarnos bien, de tener demasiado o gustarnos lo doblado. Porque los dioses somos así -mitad griegos, mitad asiáticos- con más gusto por la carne y la espada que por el arte y la filosofía, que los libros son costosos y leerlos da grima. Donde se ponga una fiesta y un concertado con uniformes, quítese biblioteca y doblar los codos para sacar futuro.
Donde haya rancho que se quite la hambruna, donde sea yo que se largue el de al lado. Alguien se equivocó cuando dijo que nos parecíamos a dioses, porque somos la imagen perfecta de algún chiflado dios del que se cachondeaba el universo quemándolo con oxígeno puro que contaminamos con gases sacados de fábricas, freidoras industriales y automóviles tan fosilizados como nuestro intelecto. Que no se nos apague la última esperanza que lo mismo vemos a los otros habitantes del planeta, incluido la propia madre Tierra, que lo mismo tiene algo muy importante que decir. DIARIO Bahía de Cádiz