Las lluvias nos sacan los colores de lo malo que hicimos. Lo peor que pagan justos por pecadores. Hay muertos y desaparecidos que no clamaran justicia por lo que ha pasado. Los lodos es lo que tienen que arrasan sin que les importe si es bueno o bazofia. No es la Naturaleza, somos nosotros los que la frenamos, los que construimos en los cauces naturales, ahora también por nuestra acción más seco que una cuenca vacía.
Terminaremos comiéndonos el plástico que tiramos, vertido de cualquier manera al mar. Terminaremos reciclando cuando ya sea muy tarde para todos, porque no se olviden que la Tierra no es plana para que podamos esconderle bajo la alfombra nada.
Todo sale a la luz, todo se lo lleva el barro y las riadas, hasta las fotos que nunca nos gustaron de aquel verano fatídico que no pudimos pisar la playa.
Llueve como torrente del cielo porque nos ha llegado la hora, ahogándonos en agua como antes nos secábamos -como mojamas- al sol.
Nunca he sido de pescados secos, más bien de chicharrones como respuesta a muchas cosas que no hay como pensar en comida para que el Santo se te vaya a otra parte sin acordarme que los dolores por la humedad me joroban los nudillos al teclearle al ustedes.
Llueve por hartazgo a manadas desbocadas de gotas frías y huracanes que antes nos sonaban a muy lejanos cuando la tele era en blanco y negro y los padres decidían cuándo la veíamos. Ahora hay satélites en el cielo, tantos que no sabemos ni a qué se dedican porque siguen ocurriendo desgracias y muere gente que se podría haber salvado. Hemos prosperado en el arte de espiarnos y lo hemos hecho casero, tanto que ya no nos importan los realitys que se nos han pasado de madre, cabeceando ante el plasma cuando hacen “gusanadas” bajo un edredón. Estamos hartos de la nada más absoluta, esa que se disfraza de día a día para levantarnos temprano, acostarnos tarde y llevarnos toda la jornada abriéndonos paso como si nos cortáramos las venas, con determinación y hastío al mismo tiempo.
Llueve porque es otoño, las hojas se han caído y el pelo se nos volvió ralo, estropajado, con alma inquieta que no se ve pero se toca igual que la gomina del pelo o el rímel de las pestañas. Llueve para secarnos las lágrimas y que no se distingan, porque venimos llorados de casa a hacernos mayores, a dar vueltas la rueda que no es sino acabadero de viejos, rompedero de sueños y acunadero de niños de teta, en orden inverso.
Y no cesa, porque no es la Naturaleza, sino nosotros que la puteamos a base de bien, enlatándola y maleándola, regalándole gases que nuca quiso que la asfixiaran a poco que despunte la primavera. Somos lodo que atasca el progreso, sin que nuestra voluntad recicle nuestra mala baba, la pereza, el engreimiento y el creernos especie elegida solo porque nos tocó el billete dorado de la casualidad más pasmosa. DIARIO Bahía de Cádiz