Escribir es como hacer ballet sobre la tela de una araña. Te impulsas y quieres coger pasos, pero siempre te sale el arácnido por poco que te estires. Te empeñas y te levantas temprano, buscas hueco, pero no hay manera porque si no es el cartero es la olla, y si no el perro ladrando.
Por muy temprano que se levante el día, ya no te ve la cara, como mucho la espalda encorvada, la gabardina puesta y el paraguas en mano, en busca del autobús para ir al curre, que hoy pasan lista.
El verano está aún muy lejos y la Feria no te abre boca más que para bostezar y dolerte la cabeza, que es gastadero de euros sin reposo para la guerrera cotidiana.
Las vacaciones no son, porque los niños están de perpetuo y los mayores y los ancianos y el cuidado y la cocina y los platos, que no por meterlos en el lavavajillas, se lavan solos.
El plasma arrecia machismo y te perfuma acompañada por un chulazo de tres al cuarto con el que debes prosperar por narices, porque hueles bien y todo te va a salir de perilla si consumes a lo grande. Te ves delgada a base de confabular con las dietas milagro, las caminatas a contrapelo y los jugos mágicos, que te aconsejaron despiojando una cebolla y con unas muecas de jengibre. Estás hasta el cucharón y nadie te entiende, nadie te escucha tronar porque te pusieron una sordina y aún no has dado con la clave para quitártela.
Pero ya vislumbras el futuro en el azul de tus pupilas. Estás cerca de meta y lo saboreas cuando te llaman por teléfono y te sobran las magras, las amabilidades y las correcciones lingüísticas, porque emparchas el papel con lo que te da la gana, aunque más de un parroquiano no le vea el sentido. Vampiros al cabo, de sangre nuestra, marujas al fin de múltiples primas, de aristas alineadas y muchas caras para soportar todo el peso en la chepa que con el tiempo nos han ido poniendo. Demasiado peso, demasiada guasa, demasiada mansedumbre, la que tenemos con las ubres ya tan hinchadas, los ovarios abotonados y la lengua suelta.
Amas somos de casa de guardar, de hijos que prosperan y nos olvidan, nos resetean en el arte de la necedad y nos vanean como si fuéramos un virus en peligro de extinción. Pero aun así, sobrevivientas, mujeronas, crochetonas, y un pelín amargadas, porque somos carne marinada en la Bahía de buen adobo y mejor catar. Nos hemos comido a nuestro chulo y ahora lo vemos mermadito y quieto, dependiente de nosotras, muerto por nuestros huesos y aun así, masticadas y descarnadas, no yermas, ni inactivas, ni fracasadas, ni vencidas.
Amas de nuestro propio cuerpo, de nuestro destino, de nuestra fe y nuestros sentimientos.
Escribir es padecer, armar la escopeta y dirigírtela al cuello, cegarte los ojos y mirar con las cuencas vacías, destornillarte el cerebro y amarrarlo en una jaula de pájaro y aun así, sobrevivir para comértelo. DIARIO Bahía de Cádiz