En este frío verano, por diversas circunstancias, también frías y desapacibles, el viento de poniente se ha instalado en mi vida. Para buscar calor paso largas horas buceando en mi memoria y más pronto que tarde siempre termino encontrando abrigo. Los recuerdos actúan como bálsamos, puntales en el desasosiego. Abrazos cálidos que anticipan y recuerdan que alguna vez volverán a soplar otros vientos.
Releo a Marguerite Yourcenar y sus deliciosos cuadernos de notas a las “Memorias de Adriano”, donde me reencuentro con este texto:
“Pero aún la dedicatoria más extensa es una manera bastante incompleta y trivial de honrar una amistad fuera de lo común. Cuando trato de definir ese bien que me ha sido dado desde hace años, advierto que un privilegio semejante, por raro que sea, no puede ser único; que debe existir alguien, siquiera en el trasfondo, en la aventura de un libro bien llevado o en la vida de un escritor feliz, alguien que no deje pasar la frase inexacta o floja que no cambiamos por pereza; alguien que tome por nosotros los gruesos volúmenes de los anaqueles de una biblioteca para que encontremos alguna indicación útil y que se obstine en seguir consultándonos cuando ya hayamos renunciado a ello; alguien que nos apoye, nos aliente, a veces nos oponga algo; alguien que comparta con nosotros, con igual fervor, los goces del arte y de la vida, jamás fáciles; alguien que no sea nuestra sombra ni nuestro reflejo, ni siquiera nuestro complemento, sino alguien por sí mismo; alguien que nos deje en completa libertad y que nos obligue, sin embargo, a ser plenamente lo que somos” .
Recuerdo la primera vez que leí ese imprescindible y maravilloso libro. No fue unos de tantos, fue uno de esos libros que marca un antes y un después. El emperador Adriano, Antinoo y Marguerite se instalaron para siempre en mi vida. Yo era muy joven y la definición que la autora hacía de esa extraordinaria amistad, se quedó grabada para siempre en mi memoria.
Hoy, todas las palabras escritas por la autora en esa nota que acompaña a la memoria de Adriano, cada una de esas palabras, las reconozco en la mía. La certeza infrecuente de contar con una amistad fuera de lo común, la sensación del privilegio de tener en mi vida a ese alguien, alivia y conforta este gélido y extraño verano.
Horas y horas de charlas, miradas cómplices que comprendemos sin hablar. Escapadas que añoramos cada día. El respeto y la admiración mutua cimentados en el cariño. Nos adivinamos, nos presentimos siempre. Nunca nos juzgamos, sólo nos comprendemos y aceptamos. Nos cantamos las verdades, como decía el poeta, por muy incómodas que sean. No hay un sólo fingimiento, nunca. Eso es lo más extraordinario.
A veces los caminos que recorremos nos alejan, pero siempre volvemos, sin habernos ido nunca del todo. Es infrecuente que pase más de una semana sin un ¿dónde andas? ¿va todo bien?. Nos buscamos cuando el tiempo juega en nuestra contra, sacando horas de donde no las tenemos. Es el consuelo inmediato ante la zozobra y la angustia. La primera llamada para comunicar la felicidad, el entusiasmo, los éxitos.
Hace diez años que cada una de mis palabras tiene algo suyo, hace diez años que el sueño que Marguerite Yourcenar despertó en mí, tiene un nombre propio. Hace ya mucho tiempo que encontré, en esta antigua ciudad, una persona que no deja pasar la frase inexacta o floja y que encuentra siempre una indicación útil que me ayuda a seguir cuando es demasiado fuerte la tentación de rendirme.
Suelo ser yo la que habita en el País de las Maravillas pero es Alicia la que atraviesa todos los espejos para estar a mi lado, para en completa libertad obligarme, a ser plenamente lo que soy.