La educación está por los suelos. Estamos acostumbrados a tragárnoslo, porque lo que queremos es que los niños terminen y que se pongan a trabajar. Fíjense si somos tontos. Nuestros jóvenes estrellas, esos que se han criado con las tetas de la democracia, que presumíamos sin los defectos congénitos de los que nacimos a las trancas del gran dictador, se nos han venido abajo, en dos resoplidos de realidad. No son lo políticamente correctos que se pretendería con lo bien educados que fueron. Pero es que esto es una pescadilla que se muerde la cola, porque no me digan que con los medios que tienen, el acceso a todo, solo se vuelven más idiotas, menos compasivos, menos humanos y más egoístas.
Si han visto los anuncios del nuevo tostonazo de Telecinco, la versión “sonrisas y lágrimas” en plan dos nada más, sabrán que el conductor de “Hermano mayor” anda con emociones saltadas, porque “no está acostumbrado a ese tipo de familias que se quiere tanto”. En mi opinión es más real, sin serlo, las barbaridades que se sueltan los de ese programa, que los besitos y cursiladas del otro, pero para gustos los colores, ya saben. La educación está por los suelos porque no basta con lavarle la cara, ni el día de la tolerancia, sino que hay que embestir a fuego a los jóvenes para que sepan que esto sí y esto no. Es un aprendizaje, es un camino que puede llevar a una gran persona o a gente que coge a un indigente, le arrea una paliza de muerte y encima le quema. No sé a ustedes, pero a mi viendo la última de Banderas, lo único que me daba ganas era de llorar. No porque los muñecos fueran feos de narices, sino porque era verdad lo que decía la autómata con cara de repipi de los años 50, “No sabía que los humanos pudieran hacerse daño, unos a otros”.
Lo de “algo habrá hecho”, lo escuché por primera vez en boca de una abuela con apellidos ilustres gaditanos, a la que le pedí explicaciones, en el preescolar, cuando su nieto le arreó un carpetazo en la cabeza a mi hijo, sin que hubieran cruzado palabra. Es una frase de obtuso y de mamón, como los que piensan que las mujeres habremos hecho algo para que nos maten. Que sí que lo hacemos, al menos quejarnos, porque la muerte mata y el dolor duele, algo simple que ellos debieron aprender en la escuela que todos los demás pagamos con nuestros impuestos. Pero no se crean, esto no va de escuelas, ni de élites, esto va de eso, de mamones y obtusos, como la abuela del engendrito al que todo el mundo le disculpaba porque era una mala pieza ya con sus tres añitos, pero más mala pieza era su familia que lo protegía de sus mamonadas. Y esa es la base de que la educación sea una porquería y de nos invadan los que arrean por encima de los que ayudan.
Hay que sacar los cubos y las palas, hay que ponerse a fregar y renovar votos con lo que es esencialmente importante como la humanidad. El “algo habrá hecho” referido a una mujer maltratada, no ya asesinada, es de una falta de respeto, de educación, de falta de empatía, tan grande, que da hasta arqueadas. El que pega, es tan culpable como el que disculpa y el profesor que mira para otra parte porque teme que las consecuencias sociales se le vengan encima, tan culpable como los que le hacen la cama, al arreador. La versión tostonazo de “sonrisas y lágrimas” de Telecinco con dos nada más, no es sino porque no hay familias que puedan permitirse tener más de uno o como mucho dos hijos con sacrificios, porque no se pude sacar de donde no hay. Pero sobre todo, porque queremos darles hasta lo que no tenemos. Y así os luce, porque no es tener cosas lo que nos esponja el alma, sino que nos quieran cuando hemos metido la pata y que nos corrijan por ello mismo. No son los arreadores, los maltratadores, una especie aparte de nosotros mismos, sino nuestra esencia enlatada en heces rancias, nuestros propios hijos, los maleducados, los dejados con caprichos, los no negados, ni castigados, porque los queremos tanto que les premiamos hasta cuando la espichan. DIARIO Bahía de Cádiz