Confieso que uno se aflige con esto de que Huelva, Córdoba y Sevilla están en alerta amarilla o naranja a causa del calor. Ustedes, los de Cádiz, están más al margen pero yo vivo en Sevilla y qué susto, por Dios, ay, niño, ten cuidado que los del tiempo están otra vez con las alarmas. “Cerramos nuestro informativo regional andaluz con la misma noticia con la que lo habíamos abierto”, dicen desde RNE. Y yo que lo había cogido empezado acerco la oreja al fono para oír lo que me apunta la periodista: “Huelva, Córdoba y Sevilla están en alerta amarilla, hoy llegaremos a los 40 grados”.
¡Joder! ¡40 grados en verano en Sevilla y Córdoba! ¡Menuda exclusiva mundial! ¡Un bombazo! Alerta amarilla o naranja para afrontar lo colorado que se pone uno al sol ardiente de Andalucía occidental menos Cádiz. Y cuando llegue el invierno, TVE enviará una expedición a la Sierra del Guadarrama para informarnos de cómo un señor no puede sacar el coche de donde lo había aparcado en la calle por culpa de la nieve. ¡Ostras! ¡Eso sí que es periodismo e investigación periodística a tope!
Aún no sé qué es eso de alerta amarilla o naranja. Amarilla, ¿qué es?, ¿acaso que beba uno mucho zumo de limón para no deshidratarse?, ¿o que en vez de tener al lado un búcaro amarillo con agua bien fresca se tengan dos? ¿Y naranja qué significa? ¿Qué en lugar de limón bebamos zumo de naranja? ¿Tres búcaros?
¡Cuánta estupidez! ¡Cuánta alarma social innecesaria! O la gente se ha vuelto bodoque y no ha almacenado las enseñanzas y la sabiduría de sus mayores o los medios de comunicación son los simplones que creen que hay que tratarla como a críos. Ambos factores serían alarmantes y me temo que de todo hay porque a pesar de las alertas veo a algún personal tumbado al sol a horas ingratas y eso no hay protector que lo afronte. Pero ya es hora de que abandonemos tanta filantropía y que cada cual corra con sus responsabilidades, todos están informados de sobra sobre los efectos de don Lorenzo.
Ustedes los de Cádiz qué suerte tienen. Levante al margen, qué cuatro diítas tan ricos me he pasado en Cádiz, en el Hotel Las Cortes de Cádiz, donde me tocó una habitación llamada Ramón Power. Confieso que, en mi ignorancia, llegué a creer que era un nombre de cachondeo gaditano pero no, el tal señor Power fue diputado en las cortes españolas por Puerto Rico y luchó por una justa representación de su país.
Qué fresquito me dio en la cara por la calle San Francisco, cómo te arrulla el casco antiguo de Cádiz, qué casas tan impresionantes hay por rehabilitar, qué acogedor el patio mudéjar del Casino. En el Ayuntamiento, el progrerío ha afeado la fachada con una pancarta en forma de sábana en favor de una Europa solidaria, ellos son así, tienen que “concienciar” a la gente, esa neurosis misionera les invade, como si la gente no estuviera concienciada de eso y de otros muchos aspectos, ellos tienen que dar la nota y por eso me han echado de esa forma de concebir la vida y, al mismo tiempo, me he ido yo, por una cuestión de estética y de razón.
Pero Cádiz es mucho más que una simpleza fantasiosa, es la fantasía del ocaso en La Caleta desde donde recuerdo las pamplinas de las alarmas amarillas y naranjas. Claro que hace calor en esta Sevilla de mis pecados pero déjense de idioteces, por favor, que llevamos así toda la vida y con el búcaro a mano y un abanico no hay golpe de calor que valga. Y, si hace falta, to’os pa Cádiz. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig
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