A finales de octubre del pasado año, por mor de esos regalos que te da la vida, esos cargados de autenticidad, tan inmerecidos como inesperados, tuve el privilegio de presentar el primer libro de un periodista jerezano. Un libro que en cierto modo se podría enmarcar en ese género ahora tan en boga como son los llamados libros de autoayuda y entre cuyos mensajes centrales se ponía de manifiesto la imposibilidad real de ser verdaderamente felices si no somos capaces de desprendernos de ese sentimiento tan poco edificante como es el odio.
El odio, ese que Sigmund Freud definía como un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad y que parece consustancial a la condición humana, se pasea omnipresente cada mañana por las calles jerezanas como uno de sus vecinos más ilustres ante el aplauso general del respetable, que diría el taurino.
Odio entre aficionados de dos club de la misma ciudad que comparten historia. Odios preconcebidos contra los creyentes y contra cualquier manifestación religiosa. Odios de algunos ‘terapeutas sociales de tres al cuarto’ que se olvidan de que las penas privativas de libertad están orientadas hacia la reeducación y reinserción social del preso, haya sido alcalde o vendedor de churros, y siguen pidiendo más sangre como si de la exaltación de un rito satánico se tratase.
Odios entre muchos que les sigue ‘chirriando las entrañas’ cuando ven a dos hombres besarse apasionadamente en un centro comercial. Odio contra los políticos sin exclusión, pasando por alto que los políticos como los protésicos dentales o los ebanistas, los hay brillantes y honestos y mediocres y corruptos. Y por nuevo supuesto, nuevas maneras de chorrear odios, ese creciente que se desarrolla en las redes sociales donde unas veces desde el anonimato y otras desde el sectarismo se castra el profiláctico debate de las ideas y nos instalamos en una burda y estéril ceremonia del insulto y la sin razón.
En definitiva, la caza del otro, del diferente, de aquel que piensa o hace algo distinto a nosotros se está convirtiendo en un ‘deporte nacional’, muchas veces promovido por ciertos personajes públicos que únicamente parecen emplear el viejo ‘divide y vencerás’ para tratar de perpetuar su poder, que pronto estará en disposición de competir con el flamenco o los caballos como seña de identidad de Jerez y tras alguna Zambomba de más, incluso de jerezanía.
No creo que haya mejor antídoto contra el odio que la Educación y la Cultura, pero no parece que el hecho de que contemos con la juventud mas formada de la historia haya conseguido paliar la situación de crispación e intransigencia generalizada en la que vivimos. Lo mismo resulta que en aquello del `talante’ del que hablaba Zapatero había mucho más `talento’ del que pensábamos.
En mayo del próximo año tendremos la oportunidad, en ejercicio de nuestros derechos constitucionales, de elegir a quienes mejor consideremos que defenderán nuestros legítimos intereses desde el Ayuntamiento. Unos tendrán que responder de su acción de gobierno. Otros por su ‘holgazanería política’ de estos últimos años. A otros, les tocará ratificar las alternativas presentadas en esta legislatura para construir un Jerez mejor.
Deseo sinceramente que seamos capaces de ser testigos y protagonistas de un sonado acierto colectivo y que sepamos distinguir entre la defensa vehemente, si cabe, de nuestros postulados y los odios más viscerales. De lo contrario, puede que empecemos a situar a la ciudad y a las generaciones venideras al borde de un particular pero asegurado ‘proceso sumarísimo y fusilamiento al amanecer’. DIARIO Bahía de Cádiz