“Nadie engaña con buen fin: la bellaquería añade su malicia a la mentira”. J. de la Bruyère.
Bastaría, señores, para convencer al más empecinado de los que creen que Catalunya, en caso de independizarse, sería un paraíso donde los catalanes saldrían beneficiados y serían aceptados con los brazos abiertos por la CE; hacerle la crónica de lo que han venido predicando los líderes del independentismo desde que el señor Mas, en un arrebato de despecho, anunció que iba a conseguir la independencia para los “Países Catalanes”, hasta estos últimos días de la campaña para las elecciones autonómicas que, sin embargo, mucho nos tememos que de autonómicas no tengan nada y si mucho de desafío a la nación española cuando, los independentistas las presentan como lo que no son: “plebiscitarias”. En efecto, las posturas de los que han venido predicando las ventajas para Catalunya de una posible separación de la nación española; han ido sufriendo importantes cambios desde que se afirmaba que los catalanes continuarían en Europa, con todos los beneficios que ello reporta y con todos los derechos, como 7ª potencia económica de la UE.
Han pasado los meses y cada vez aquellas expectativas tan optimistas que se mantenían entonces, han ido decayendo hasta que ya se acepta la “posible” exclusión de la CE, los problemas que se derivarían de esta nueva situación y la postura de la economía catalana con motivo de lo que ellos insisten en denominar como una situación transitoria, de poco tiempo, en la que, según ha reconocido un reciente documento en el que figura un informe de la Generalitat de Catalunya, se alerta de un posible “corralito” financiero si Catalunya llegara a independizarse; reconociendo los posibles “riesgos financieros” de un proceso de independencia, aunque siguen insistiendo, con inusual terquedad, en que “la probabilidad de que Catalunya sea excluida de la UE, es mínima”. Es posible que pretendan venderles a los catalanes semejante utopía porque, en contra de esta opinión, todos los principales mandatarios de las mayores potencias europeas y los presidentes de Parlamento Europeo y demás estancias europeas, se han manifestado, con energía y suma claridad, en el sentido de que, cualquier nuevo país que se separara de uno perteneciente a la UE, quedaría automáticamente fuera de ella.
Y no es que, como pretende los señores del informe, que se los excluyera por la UE de la pertenencia a la CE, sino que se entiende que “el que abandona voluntariamente, para constituirse en una nación independiente, una nación de las pertenecientes, como miembro, a la UE, lo hace por su propia voluntad y riesgo y, en consecuencia, se produce la inmediata separación de aquella”. Aquí no se trata de que vaya a considerar si conviene o no, a la UE, prescindir de Catalunya o si se van a atrever a expulsar de ella a una país de 7,5 millones de habitantes; en modo alguno, porque el mecanismo es automático y no valen argumentos en contra ya que quien, como sería el caso de Catalunya, se desgaja de la nación en la que ha estado incluido, fuere por la causa que fuere, si lo hace voluntariamente, será considerado comprendido en dicha causa de exclusión, sin otras consideraciones. Y esto es lo que se desprende directamente de la actual legislación de la CE al respecto. Todo lo que se puedan inventar el señor Mas, Junqueras, Oms o el mismo Romera, por mucho que intenten comer el coco a la ciudadanía, no es más que un intento alevoso de negar la evidencia y, como tal, condenado al fracaso.
Por otra parte, es de una lógica cartesiana, si se considera que el objetivo de la propia CE tiende a unificar y no a separar, a las grandes uniones y no a las atomizaciones, que lo único que consiguen es restar fuerzas al colectivo comunitario, el ir acogiendo naciones pequeñas que, no obstante, tendrían derecho a voto en el Parlamento Europeo, lo único que podrían provocar sería problemas y retrasos en la toma de decisiones. Es evidente que no es España la única nación donde el nacionalismo viene constituyendo un problema ni, tampoco, la única en la que el secesionismo tiene carta de naturaleza, porque tenemos ejemplos claros como el del RU con Escocia( sin que ese sea un ejemplo equiparable al de Catalunya ya que dicho país hubo tiempos en que tuvo identidad de nación independiente y fue gobernado por una dinastía, los Estuardos (1.371- 1.603), que nada tenía que ver con la que regía en Inglaterra, los Tudor; algo que nunca ocurrió en Catalunya que perteneció a la corona de Aragón.) o el caso de Italia con su Liga Norte o Francia con la isla de Córcega, que, como es natural, no estarán dispuestas a sentar un precedente dentro de Europa que les pudiera crear problemas internos.
En cuanto al tema del “corralito”, los dos más importantes que se han conocido han sido: el de Argentina, que comprendió desde el 3 de diciembre del 2001 hasta el 2 de diciembre del 2002 en que fue abolido y el, más reciente, el de Grecia del 2015, que apenas duró unos días (29 de junio- 20 julio). En ambos casos se bloquearon los depósitos bancarios, restringiéndose la libre disposición de dinero en efectivo, plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorros. El objetivo fue evitar la salida de dinero del sistema bancario con el fin de evitar una “ola de pánico bancario” que pudiera llevar a que se colapsase el sistema bancario. Los efectos de esta medida no pueden ser más molestos para los ciudadanos, que se ven obligados a limitar sus gastos, sus transferencias y sus pagos al exterior; lo que produce largas colas ante los cajeros, problemas de pagos en efectivo y la sensación generalizada de encontrarse ante una situación excepcional que no pronostica nada bueno.
Claro que todo esto no se les ha explicado a los catalanes y se les ha querido mantener en la ignorancia, con el fin de que continuasen creyendo, algo que, incomprensiblemente, ocurre entre una ciudadanía que se considera con capacidades suficientes para poder entender estas cuestiones, quizá por la inercia intelectual y la cerrazón mental que les hace prescindir del habitual “seny” para entregarse a una deriva, una locura colectiva, un sentimiento alimentado durante años en las escuelas catalanas, en las que se les ha enseñado a odiar a España, a infundirles la idea de que los españoles roban a Catalunya y que, la única solución a esta situación, consiste en separase de España y lanzarse a la aventura de navegar en solitario.
Curiosamente, quizá más preocupados por lo que pueda suceder el día 27 de este mes, cuando los catalanes acudan a las urnas para votar, se viene notando en los dirigentes separatistas, un cambio de actitud, un enfoque distinto, como si ahora, a pocos días de la votación, se quisieran presentar como “amigos de los españoles”, “compañeros inseparables de España” con la que, según dicen, están dispuestos a entenderse cuando sean una nación libre ( no se olviden de que el comercio de Catalunya con el resto de España constituye el 60% de su PIB) y con la que están dispuestos a la mayores gestas. Tarde para una táctica tan burda, tarde para rectificaciones interesadas y tarde para buscar las simpatías de aquellos a los que han venido injuriando durante años, tachándolos de enemigos de los catalanes y ladrones que los han estado robando.
No sabemos lo que va a ocurrir el día después del de las elecciones, ni tenemos idea de lo que nuestro Gobierno tiene previsto en el caso de que saliera una holgada mayoría de los partidarios del “sí”; pero, en todo caso, va a ser muy difícil que las cosas sigan como hasta ahora, porque el mal ya está hecho y si los votos apoyaran la declaración de la independencia por el Parlamento Catalán, les sería muy difícil a aquellos que han creado semejante atmósfera, el pedirles que esperen o el pasarlos con canciones alegando que todavía es pronto. Tenemos unas elecciones a las puertas, las legislativas, y se va a producir la disolución de las Cortes; momentos delicados para el país y más endebles para tener que enfrentarse a una posible sedición, cuando los partidos están dedicados a promocionarse, enfrentados entre sí. Atentos que nos jugamos el ser o no ser de España y, desde Europa lo mismo que desde América, nos están observando atentamente. Esperemos que el gobierno del señor Rajoy haya tenido en cuenta estas circunstancias y que las instituciones permanezcan alerta, dispuestas a cumplir con su deber si fuere preciso.
O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos con inquietud como llegan momentos de incertidumbre en los que los españoles nos vamos a jugar, a cara o cruz, nuestro destino hacia una recuperación o hacia el abismo en el que estuvimos a punto de caer a finales del año 2011. DIARIO Bahía de Cádiz