Abstenerse es una de las múltiples facultades que posee el ser humano con capacidad de ejercitarla libremente a su buen criterio y voluntad y que le permite además, inhibirse de aquello de lo que no tiene la seguridad de aceptar o sencillamente no le gusta o no está de acuerdo.
En el día a día común y ordinario, se presentan tantas ocasiones de ‘abstenerse’ de algo bien por decisiones propias, ajenas o compartidas, que se producen cuantas veces como horas tiene el día.
Sin embargo, no todas ellas conducen a los mismos efectos o a las mismas causas ni a los mismos resultados. Ni tampoco tienen las mismas dimensiones o las mismas trascendencias.
No es igual abstenerse de fumar por difícil que resulte, que abstenerse de comer por supervivencia. O de trabajar (aunque hoy resulte una auténtica aventura) para ganarse el sustento y posicionarse en la vida.
A veces, abstenerse -aunque no lo parezca- actúa como si fuera sinónimo de estorbar. El diccionario de la lengua dice que abstenerse es privarse de algo o no tomar parte en una votación. Y como lectura final, puede conducir a que si alguien se ‘abstiene’ de algo, debe madurarlo mucho, porque tal vez se arriesgue a no acertar consecuentemente ante la situación que se plantea; sea de la índole que sea.
En general es muy frecuente en todos los órdenes de la vida y especialmente en las tomas de decisiones de los episodios más delicados y trascedentes que suceden; resolverlos como mal menor, mediantes votaciones democráticas para obtener unos resultados: favorables o no, sobre la consulta que se plantee.
Y son precisamente en estas convocatorias donde las ‘abstenciones’ juegan un papel sumamente importante y definitivo. Por eso -abstenerse- no siempre favorece a la intención del voto del interesado, porque casi siempre produce un efecto contrario al deseado. Y los resultados demuestran que ‘abstenerse’ puede estorbar y distorsionar más que cumplir con el objetivo propuesto.
Pero donde tal vez se aprecia más los efectos de los resultados negativos de la abstención, aun respetando naturalmente la voluntad de decisión de quienes las practican, es en el sector político. Y para ello, basta repasar el elevado porcentaje de abstenciones que se producen prácticamente en todas sus convocatorias. Y ahora mismo las encuestas las cifran por encima de un cuarenta por ciento.
Y tenemos numerosos y variados ejemplos que avalan de por sí lo que se plantea. En consecuencias y por citar algunos de ellos aunque en la distancia. No obstante nos sirven como medida y resultado, si lo aplicamos a lo que pretendemos informar en este artículo.
Es decir, no es representativo que todo un -estatuto catalán- por citarlo como ejemplo entre otros, se haya aprobado en su día con un porcentaje no superior siquiera al treinta por cierto aproximadamente de los votos del electorado.
Ni tampoco en -Andalucía- si en sus convocatorias: se vienen votando solamente dos millones de ciudadanos aproximados de promedio sobre un total de ocho con derecho a votar.
La conclusión y el resultado es tan evidente en mi opinión y bajo mi particular punto de vista, que no se puede soslayar, sin que destaque únicamente dos cuestiones de peso y calado.
Una y principal -que los políticos de turno- ante una respuesta tan pobre y de tan escasa representatividad, honradamente deberían plantearse, qué hacer o abandonar (una quimera aunque en otros países lo hagan).
Otra y no menos importante a la anterior, sería considerar que -las abstenciones- a veces estorban y no cumplen el objetivo pretendido del llamado voto de ‘castigo’ que no logro entender cuando ‘esa abstención’ se utiliza como un medio de infligir dicho castigo.
Harto y craso error porque en la mayoría de los casos se observan que las ‘abstenciones’ ¡favorecen a los que menos interesan! Y en realidad el que termina castigado es uno mismo, ya que el efecto de castigar en este caso, permite que se promocione o se cuele otra opción no deseada o, bien el político de turno al que se pretende castigar sigue o en la cresta del poder o en la oposición, pero en definitiva: sigue.
Visto el panorama y el planteamiento de esta situación y los posibles resultados. Creo que es hora de reflexionar y decidir muy concienzudamente la conveniencia o no de -abstenerse- pensando que a veces como se ha dicho puede “estorbar” más que “favorecer”. Y de paso, eso sí, abogar para cambiar la ley electoral.
Y así evitar entre otras cosas que, el voto concedido a un partido político basado en las promesas y en la ideología de su programa, no sea luego objeto de un juego, ni motivo de una moneda de cambio, negociándolo o extrapolándolo a otra opción distinta con la cual no se esté de acuerdo a ‘cambio precisamente’ de unos inconfesables intereses partidistas o particulares, que van más allá que el de los propios sufridos ciudadanos y del país, que es la casa común de todos.
Por todo lo expuesto y a pesar de las circunstancias y del hartazgo que se tenga sobre la clase política -que evidentemente se tiene- ‘el próximo día 20’ los españoles, tenemos la gran oportunidad y responsabilidad de votar ‘qué es lo que queremos’.
Pero de votar en conciencia sin dejarnos engañar de falsas apariencias, pero sin -abstenernos- porque es mucho lo que nos jugamos para nuestro futuro más inmediato y el de nuestros hijos y nietos. Y eso va a depender -sin duda- exclusivamente de nuestros votos si acertamos con la opción votada y en consecuencia con el resultado deseado.
Finalmente, permitidme acabar con unas citas añadidas que he oído últimamente y tal vez vienen al caso y convengan reflexionarlas: ‘ideas más que ideologías’, ‘personas y gestión más que partidos’ Y pensad siempre que el demonio nunca reparte ‘estampitas’. DIARIO Bahía de Cádiz