No quiero que se me pase darle mi más sincera felicitación a Radio Nacional de España (RNE) en su ochenta cumpleaños (1937-2017). Igual que ahora tenemos la generación de nativos digitales, existió la generación radio como nos muestran películas de la calidad de Historias de la radio (España, 1955), dirigida por José Luis Sáenz de Heredia, o Días de radio (USA, 1987), de Woody Allen. Ahí sigue la radio, más viva que la televisión y que la prensa de papel, por supuesto, defendiéndose contra viento y marea de la hiperpresencia tecnológica, conservando su principal seña de identidad: la cercanía psicológica, como ya demostraron hace años comunicadores clásicos; por no irme más lejos, cito a Jesús Quintero cuando estaba en RNE. Quintero, a quien quiero rendir humilde homenaje desde aquí y decirle que comprendo su indignación con la comunicación actual, su velocidad de dicción, sus superficialidades, su apuesta abrumadora por lo cuantitativo.
Aunque se ha contagiado bastante, RNE es una excepción a la regla. Mientras las cadenas privadas de radio suelen ser más plataformas publicitarias que medios de comunicación, RNE se mantiene –dentro de lo que cabe- fiel a lo que debe ser el periodismo radiofónico. La franja horaria que va desde las 8 de la tarde hasta las 12 de la noche es el mejor informativo radiofónico que conozco. Información, formación y profundidad, conducidas con rigor por Miguel Ángel Domínguez.
Programas como La víspera del infinito o los contenidos de Radio Clásica, colocan ante nuestro conocimiento a otros muchos “superhéroes” –hombres y mujeres- que le permite a una minoría –y a quien quiera- conocer que el mundo ni empieza ni acaba en Hollywood o en los muchos “ruidos” que circulan por las redes sociales.
Me han entrevistado varias veces en RNE, la que con más cariño recuerdo es una que a las tantas de la madrugada me hizo Manolo HH en Madrid, con unos diez grados bajo cero en el exterior de La Casa de la Radio. Fue en 2004 cuando publiqué mi libro Dioses y diablos mediáticos.
Me recuerdo con 14-15 años, sentado junto a una camilla, al calor del brasero de picón que mi madre elaboraba cada día invernal de Sevilla, consumando mi traducción de latín o de griego clásico (eso que no sirve para nada) mientras en RNE sonaba el espacio Para vosotros jóvenes que anunciaba desde Valencia la aparición de un nuevo fenómeno: el cantante Nino Bravo con su tema “Te quiero, te quiero”. RNE, el latín y el griego, son tres de los factores que me han salvado de morir estúpido. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig