CRÍTICA. David Morales presentó el 27 de junio su última producción ‘Lorca muerto de amor’ en el Villamarta de Jerez, basada en ‘Los amores oscuros’ del escritor Manuel Francisco Reina. El estreno tuvo una acogida calurosa por el público que apreció la entrega y buen hacer en el baile de Morales. El espectáculo está llamado a ser una referencia obligada en coreografías posteriores por la delicadeza, libertad y cuidado en el tratamiento del amor entre hombres. Destacan la calidad en los detalles escenográficos que Juan Estelrich disemina a lo largo de la representación, especialmente las proyecciones de imágenes en un doble ciclorama, anterior y posterior, que rodean la escena. El interés se sostiene todo el tiempo, y alcanza su punto álgido con el intensamente emotivo y exhuberante paso a dos interpretado por David Morales e Iván Amaya, en los papeles respectivos de García Lorca y Juan Ramírez, amor del poeta.
Es difícil encontrar un nuevo enfoque sobre Lorca, sea cual sea la faceta que se quiera mostrar: como poeta, como músico, como persona… Parece un milagro hallar un resquicio donde la imaginación se cuele para diseñar una obra artística que sea diferente a las anteriores obras que traten sobre la figura de Lorca; mucho más milagro si esa obra supone un paso adelante, un descubrimiento, un nuevo hito en el mundo artístico. ‘Lorca muerto de amor’ lo es, quizá sin proponérselo porque en donde brilla especialmente se resta protagonismo al promotor y creador de esta gran obra. El montaje no alcanza la categoría de extraordinario en su faceta flamenca, pero todos los presentes en el Villamarta de Jerez tuvimos la certidumbre y satisfacción de hacer asistido al estreno de una obra singular y llamativa, que será referencia en posteriores trabajos coreográficos.
‘Lorca muerto de amor’ es una celebración del amor, de la obra del escritor andaluz más internacional de todos los tiempos y de una época brillante y terrible, con el flamenco como vertebrador de todo“, reza el breve programa de mano, más bien redundante en las ideas que se van a transmitir sobre el escenario: “Sobre todo queremos dar un grito a la libertad, un grito a esa etapa de la vida tan sufrida que tuvieron muchísimas personas” afirma Morales. Amor y libertad, pues, son los núcleos temáticos propuestos en esta obra que se centra en los últimos años de la vida de Federico García Lorca, en los que se produce el advenimiento de la II República en España, y hasta que en los albores de la guerra civil muere fusilado por las tropas franquistas.
La modernidad, mejor dicho, la postmodernidad de la obra se manifiesta en el conjunto de recursos y detalles de esta pieza, que denota un intenso e inteligente trabajo de los diferentes creadores para redondear esta notable pieza. El tema central sugerido ya en el título, la relación amorosa del poeta granadino con Juan Ramírez de Lucas, entronca con la revisión de los géneros y con la corriente de la visibilidad en la homosexualidad. David Morales bebe en la obra ‘Los amores oscuros’ del autor jerezano Manuel Francisco Reina, que le impulsa a transformar el núcleo central de su coreografía en un canto al amor sin distinción de sexo. Sorprende la libertad en la narración del amor entre Lorca y su querido Juan, pero también el cuidado exquisito para no violentar a los espectadores. Hay que leer entre líneas Lorca muerto de amor, es necesario estar atento a los detalles del montaje, para percibir la atención y puntillismo con la que se ha preparado esta obra, que precisa el concurso inteligente del espectador para darse idea de su grandeza.
En la disposición y forma de la escenografía y los efectos de iluminación es donde aparece la mano maestra de Juan Estelrich, que encauza la acción entre el habitual ciclorama de fondo y un panel semi-transparente ubicado en primer plano. La proyección simultánea o en contrapunto sobre ambos telones resta vivacidad a la escena, sobre todo en los pocos pasajes de color que tiene el montaje, y anula la visión del baile a ras de suelo, pero con ellos da corporeidad tridimensional a una escena casi desnuda, con los músicos situados a ambos lados del proscenio; pero, sobre todo, con el doble ciclorama Estelrich consigue efectos sorprendentes y novedosos, como la proyección de unos ojos, amplificados o multiplicados a conveniencia, que constituye una clara referencia a las relaciones del poeta con dos grandes genios españoles: Buñuel y Dalí.
También es de alabar cómo consigue situar al espectador en el contexto histórico con los colores del mantón y la bata de cola de la bailaora Noelia Sabarea, y con las connotaciones de la canción ‘Suspiros de España’ que le sirven de soporte en el baile. Aún más, no hay palabras para describir el extraordinario impacto que produce en los espectadores el efecto de la lluvia torrencial que corta bruscamente las partes en las que se divide Lorca de Amor y que sirve de elemento de transición en la narración. Son pequeños detalles de una calidad que engrandecen y enaltecen a una obra que transcurriría por derroteros menos brillantes en otro caso.
AMOR Y LIBERTAD
David Morales muestra con toda honestidad su forma de entender el baile flamenco, con un extraordinario zapateado y buen gusto en la conformación de las figuras como mejores activos. Comienza la obra con un cuarto de obra de baile total del artista en un solo prolongado, vigoroso y complaciente con sus fortalezas, sobre el fondo musical de tonás y martinetes. Prolongó su trabajo al son de ‘Tres puertas’ y otros cantes flamencos.
La irrupción en escena de Iván Amaya en la segunda parte, con el rol de Juan Ramírez, cambia el registro del baile hacia una danza de fusión estilística, donde el brazo y torso toman protagonismo siguiendo la escuela de la danza contemporánea. Su número inicial, marcado por la sensualidad anunciada por el rojo encendido de su vestimenta y la exuberancia de sus composiciones, supone un brusco cambio de la tensión alcanzada hasta ese momento con los números iniciales, seguidos con interés pero con tono emocional neutro. Sigue luego, el paso a dos de Morales con Amaya, que enciende los ánimos de todos por la belleza y plasticidad del baile, interpretado con la libertad anunciada por el bailarín y donde las imágenes de efebos proyectadas son simples redundancias del encendido romance mostrado sin cortapisas por ambos intérpretes. Una secuencia memorable.
El resto de la coreografía no llega a captar tanto el interés del público ni llega a la emoción sostenida que excita en todos el dúo Morales-Amaya, o el dúo Lorca-Ramírez, que tanto da. Sin embargo, no son desdeñables los recursos exhibidos en el resto del espectáculo. La celebración de esponsales, sobre el tema ‘Romance de los Peregrinitos’, se disfruta en una nube de plumas, otra bonita idea de Juan Estelrich, y se remata con fandangos en tono festivo. La cantante Clara Montes hace vibrar al público con una sentida interpretación del ‘Romance del Rubio de Albacete’.
En la última parte, claramente planteada en forma de abreviada conclusión, la creatividad musical de Daniel Casares da rienda suelta a una composición donde se mezclan poemas de Federico, sus conocidas piezas musicales y alegrías de Cádiz con referencias a Manuel de Falla. En el cierre de la narración, marcado por el fusilamiento del poeta proyectado en sangre en los cicloramas, destaca la emoción transmitida en el recitado del ‘Requiem por Federico’ de Rafael de León por Esperanza León, que se exhibe también en la interpretación de una petenera anunciadora de la muerte.
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
Lorca muerto de amor (Estreno absoluto).
David Morales, baile y coreografía. Juan Estelrich, dirección escenográfica y audiovisual Libreto: Manuel Francisco Reina. Música: Daniel Casares. Artista invitada: Clara Montes. Bailarín: Iván Amaya. Bailaora: Noelia Sabarea. Cante: Esperanza León, Kiko Peña y José Montoya. Guitarras: Daniel Casares y Gaspar Rodríguez. Violín: David Moreira. Percusión: Guillermo Ruiz.
Lugar y día: Teatro Villamarta de Jerez, 27 de junio. Asistencia: aforo completo sólo en el patio de butacas.