Quisiera ser más flamenca de lo que soy. Entender de compás, y saber exactamente qué es eso de “el duende”. Pero de lo que sí estoy segura, si me piden un ejemplo, es de un nombre que para mí, lo representa: Pepa Mercé, bailaora como las de antes.
Porque ella es arte innato, amor al flamenco desde la cuna, y los sueños que se cumplen con esfuerzo para forjar un futuro gracias al tesón, la ilusión y las ganas de encauzar un talento que le sobra absorbiendo lo máximo en las academias de Cádiz, para darle forma construir los cimientos de su ya brillante carrera.
Pepa Mercé se dedica actualmente a la docencia. Es especialista en baile flamenco en el Centro Profesional de Danza de Cádiz, y entrega su tiempo y su vida, por encima de las dificultades y obstáculos, en transmitir cuanto sabe a los que serán, quien sabe, futuras promesas del baile flamenco.
Pero ella es mucho más, y es un privilegio verla en una de sus actuaciones que, de manera puntual, nos regala. Es complicado verla en acción, pero de vez en cuando, cuando siente la necesidad de colaborar, de actuar, de bailar y entregarse, cubre esa otra parte de la artista que aún vive en su interior.
A pesar de su humildad, de su entrega, de su sencillez, se puede leer entre líneas cierta melancolía, añoranza por las tablas. Y debe ser así, porque antes que docente, antes que formadora o guía para otros espíritus flamencos, está la Mercé artista por encima de todo, la que es capaz de poner al público en pie, cuyo taconeo con brío despierta la pasión y arranca el aplauso más sincero.
Así la vimos en ‘Soliloquio’, por ejemplo, hace unos años en el estreno en Teatro Moderno de Chiclana. Pero mientras esperamos a verla de nuevo en el escenario, con bata de cola, prestándole sus alas a la ilusión y dibujando maravillas de aire con un mantón, nos centramos en su labor docente, magnífica, como no puede ser de otra manera.
Pepa Mercé sigue la estela de sus artistas admirados, que son muchos, los que han aportado su grano de arena para “escribir el gran libro del Flamenco”. Se inspira sobre todo en el baile de mujer y a medida que pasan los años bebe de la fuente de los orígenes, evocando a aquellas bailaoras que sin más recursos que el puro sentimiento.
Lo que más valora ella en el baile es la naturalidad, la limpieza y fluidez en cada movimiento, el ARTE y la técnica puesta a su servicio, no al revés. Es consciente de que el Flamenco está en continuo estado de cambio, como todo arte vivo y se adoptan técnicas propias de otras disciplinas por la época actual en la que vivimos, pero sostiene firmemente que la originalidad está en el origen. La base ha de ser sólida, y si este requisito no es posible la evolución. “En el Flamenco no todo vale ni no todo el mundo puede permitirse equivocar a las generaciones jóvenes”, afirma con seguridad. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Toncoso