“Quería huir
Ya no podía soportar
Aquel constante martilleo borreguil
Y tanta risa y tanta chispa y tanta sal…” (*)
No soy de mirar más allá de los límites (sin barreras, geográficos y mentales) de la Bahía, pero cuando me asomo (y me asoman)… ¡Que paren el mundo, que yo me bajo! Yo no quiero seguir malviviendo aquí ni en este siglo XXI donde el amarillo (de nuestro Cádiz) es todo menos un color-sentimiento muy chulo, y ni aventuro a imaginar cómo continuará involucionando todo todo todo en unas décadas. Poco se ha recreado en esas películas futuristas, que no veo, ni en la más pesimista y apocalíptica. Y distópica, que cualquiera sabe qué querrá decir.
Sospecho que todo parte del aburrimiento y hastío vital que impregna los poros de esta insustancial e insípida sociedad contemporánea ridícula hasta el extremo (derecho), de la que nos beneficiamos los que, por azar, hemos nacido sin querer ni pedirlo en un pedazo ¿rico? del mundo redondo.
En ese momento en el que el ser ¿humano? pudo despreocuparse de atender únicamente sus necesidades primarias, las de cualquier animal razonable (cazar, tener agua cerca, huir de peligros, buscar compañía, reproducirse, dormir sin poner el odioso despertador…), todo empezó a torcerse.
El hombre (y la mujer, sí: apostilla para quienes no quieren asumir el masculino genérico ni el factor de la economía lingüística, de lo más natural en una lengua viva), listo como naide (¿cómo puede ir agilipollándose tanto tanto tanto cada telediario que se emite?), fue adaptándose a la vida/subsistencia, acomodándose e ingeniándose cachivaches, ideas, conceptos, normas, obligaciones y rutinas para, incoscientemente, ganar tiempo ¿libre?
Tiempo para huir de la realidad exterior y sus amenazas (había que estar alerta, o te devoraba un mamut). Tiempo para la introspección, hablar con uno mismo, y para dejar de andar encorvado que debía ser malísimo para la espalda. Tiempo para tratar de comprender la propia existencia y la de los que pululaban cerca (compitiendo por la comida y/o cooperando por conseguirla). Tiempo para juguetear con detener el inexorable paso del tiempo, sin el cautiverio de relojes ni horarios que cumplir.
Y lo reconozco: aquello del fuego, la rueda, la agricultura, el lenguaje y la escritura, el ábaco y las raíces cuadradas, la brújula, el papel y la imprenta, el arco de medio punto, la máquina de vapor, el inodoro, la bicicleta, la penicilina, el boli bic, el velcro, la guillotina y el humor, la revoluciones y emociones que movilizan, las escuelas y bibliotecas, el surrealismo, la Generación del 98 y la del 27, la cruzcampo, la empatía, el tocarse el ombligo, ‘La Bola de Cristal’ y ‘Barrio Sésamo’, el cine y la música por descubrir, las cintas de cassette y el vhs… no están mal, e incluso están bien.
Pero a la vez, esa misma mente pensante y malpensante (y su ego y circunstancias en cada momento histórico) ha ideado: la moneda, los bancos-ladrones, el dios-mercado, la avaricia, la especulación y el capitalismo vomitivo, la desigualdad institucionalizada y el acumular mierdas que no necesitas porque te lo lleva a casa en un rato el señor Amazon o te lo importan de la China casi regalado; la productividad, el emprendurismo por necesidad y la neoesclavitud; las sectas con más o menos posturas y postureo, la religión y los dioses celestiales para (además de cagarte en ellos) autoengañarte y no asumir que la muerte es parte de la vida sinsentido y le da su sentido; la antinatural monogamia, la homogeneización, la heteronormatividad, el puritanismo, el 14 de febrero y el 12 de octubre, las comedias y remakes industriales hollywudienses y el ‘Aquí hay tomate’; la moda, la malage, la hipocresía al cubo, el veganismo y el gluten, la laca y la gomina, la shandy cruzcampo, el fútbol moderno, el turista estándar, los críos hiperprotegidos con GPS y ojos tapados y los padres superprotectores que olvidaron que fueron niños; la depilación masculina y los tatuajes a granel, los rostros pixelados, los ofendiditos y las etiquetas.
Ojo, también es para hacerse ver tanto servilismo y caciquismo, las conquistas, reconquistas y guerras inciviles; la Inquisición, el colonialismo, la hegemonía neoliberal; la ley intransigente, fanática, inamovible y amordazadora; los revoltosos, la estupidez y la ignorancia que suelen ir muy juntitas; los países, las fronteras dibujadas con escuadra y cartabón, los muros avergonzantes, las policías y los ejércitos, la mentira de la transición maquillada y su zombie Constitución del 78, el “a por ellos” y sus mamporreros, las banderas carceleras, las banderas en los balcones, las banderas en pulseritas, polos, calzoncillos y bragas, las banderas antes que las personas, los himnos patrioteros sin patria; los fachas de ayer, hoy y mañana, los ultrafachas y megafachas, los de centro y los que no son de izquierdas ni de derechas, los muy y mucho españoles que ven ratas y basura por doquier cuando no ‘mandan’ en ‘su’ cortijo, Vox, PP, Hazte Oír, Falange, Ciudadanos, y el cuarteto (de telonazo) que forman Pablo, Albert, Santiago y Felipe despertando a la bestia “pero que no me desentierren a Franco”; los nostálgicos de ETA, del blanco y negro y la desmemoria histórica, el revisionismo histórico, los que saben más de Venezuela que de su barrio y escupen desprecio infundado hablando de invasión y avalancha ante la desesperación de personas inmigrantes para luego hacerse la foto dándoles la mano horas después de jugarse la vida en el Estrecho; los que patalean porque los empobrecidos por sus crisis-estafa puedan llegar a 900 euros de salario mínimo y llaman clase media a los que cobran más de 130.000 al año; la política como modo de entretenimiento y adoctrinamiento pueril y no como herramienta para transformar la sociedad; los móviles incomunicadores, twitter, whatsapp, facebook, instagram y demás escaparates para exhibir cenas y odiar a tutiplén, la araña de internet que te atrapa y controla (y sigues aceptando ‘cookies’ sin rechistar), los comunity managers, CEOs, youtubers, influencers, la postverdad (o imbecilidad, pero de verdad), la censura hasta en las letras de Mecano; vivir a través de pantallitas, y grabar los recuerdos en tarjetas microSD y no en la mollera; y por supuesto el seudoperiodismo manipulador de masas que amasa, amansa e ¿informa? a golpe de titulares gancho, notas de prensa, declaraciones sin contexto, videos amateurs ocurrentes y llamativos, tuits de este y de aquel famosete, mentiras que se sabe que lo son pero repítelas mucho que algo queda, lluvia, sol, frío y calor en riguroso directo, morbo, sangre y anécdotas, siempre en la superficie, que la administración pública de turno, el bancosantandé y el cortinglés pagan, ahí no te metas… que querrás comer mortadela, ¿no?
¡Ahh!, y las pistolas que se disparan solas, las bombas de precisión que no se equivocan matando y las corbetas chantajistas; y el feudalismo, dictaduras y monarquías que nadie ha votado herederas de esos tiempos oscuros que insisten en blanquear (ya va tomando sentido aquello del “que tiene el culo blanco…” y el “viva el rey” para tapar la mierda propia, y ajena, y algún que otro máster regalado) a base de pantanos levantados en la postguerra por mano de obra esclava, por presos políticos… ¿presos políticos?
Presos políticos… ¿esos que hoy día te hacen tragar como políticos presos, aquí el orden de los factores sí altera el producto (y fugados o huidos, a los exiliados políticos), condenados de antemano y sin juicio, por malversadores, insurrectos y sediciosos, sin haber roto un plato? (y cualquier juez imparcial en el resto de Europa lo evidencia). Aunque su único pecado sea haber cumplido sus promesas y sacado los pies del plato, un plato hondo rebosante de legalidad rancia (y sordo, ciego y mudo, pero atento al Marca) para que hablara (votando) la gente (la que quiere carne y la que es más de pescado, todos), gente que al autoorganizarse soñando con una país de iguales y sin corruptos ni privilegiados reales (llamémosle… ¿república?) ha aprendido a sobrepasar a sus políticos mediocres y “a ser pueblo” (como escribiera el periodista y activista David Fernàndez). ¡Y qué envidia da! Si Andalucía abriera los ojos y diera ese paso adelante…
Pero llega la bofetada de realidad: al pueblo despierto, desarmado y solidario (a los de abajo) hay que apalearlo (“el Estado no es el reino de la razón, sino de la fuerza”, parece que dejó dicho Karl Marx) cuando aspira a ser más que mero espectador/cliente/usuario/consumidor obediente; cuando se harta, desobedece, protesta y se resiste a no tener la voz y la palabra, y cuestiona a los de arriba, en este caso, al establishment postfranquista (político, económico, social y cultural). En ese momento, junto a los palos y pelotas de goma y ante el temor de que las ansias de liberarse del yugo opresor (de todo lo “atado y bien atado”) se extiendan a otros pueblos hermanos, lo oportuno es inventarse el caos, la crispación, el odio entre vecinos y encender la mecha del miedo, y para eso tienen sus teles, sus radios, sus periódicos, tertulianos a sueldo, sus bancos, sus políticos, sus jueces, sus negocios, sus hooligans, y además, dan vía libre e impunidad a sus fascistas, tantos años en barbecho, como aquellos orcos del ‘Señor de los anillos’…
“¿Veis? eso es lo que pasa cuando tratáis de quitaros los grilletes, volved a casa, sentaos en el sofá y poned el ‘Hormiguero’, diablillos”, nos susurra el Pablo Motos en prime time.
Y qué es eso de expresar ideas en el espacio público con ¡¡lazos amarillos!!, de reivindicar “pau, justícia, llibertat, democràcia” junto a un colegio, en un parque o en la playa, ¡qué poca vergüenza!, alentar a menores a que piensen sobre la sociedad putrefacta y atrofiada que les rodea cuando deberían estar consumiendo dibujos en Clan, series en Netflix, porno en cualquier esquina virtual y actividades-negocios extraescolares, y escribiendo la carta a los reyes… “¡Que os mando a mis matones a limpiar las calles (y conciencias) de tanto amarillo…!”, braman amenazantes entre estampas patéticas, grotescas, esperpénticas.
¿Y nosotros?, ¿seguimos neutrales, en el bando equivocado, agachando la cabeza, mirando el dedo del amo…? No descubro (ni escribo ni pienso) nada nuevo. Sí, coincido con Groucho Marx: ¡¡¡que paren este mundo, que yo me bajo!!! Jo també vull la independència… Y no hablo (sólo) de Catalunya.
“Y todos decían
Tienes que parar, debes desistir
Tienes que esperar, tienes que olvidar
Y yo quería volar, yo quería volar…” (*)
(*) de la canción ‘Nunca nadie pudo volar’, de La casa azul DIARIO Bahía de Cádiz Dany Rodway