Las vacaciones van diciendo adiós (¿vacaciones?, que nos pregunten qué es eso a parados, trabajadores precarizados, autónomos exprimidos, a los que no tenemos un duro -y al menos la playa todavía es gratis-: las vacaciones, las de verdad, las inventaron los ricos, que siempre están de vacaciones a costa de nosotros; los pobres no viajamos por placer, sino por hambre o huyendo de la guerra, guerras que desatan esos privilegiados codiciosos que luego levantan muros…). Se asoma septiembre al calendario y volverán a machacarnos con eso de que se abre un nuevo curso político. El “ciclo de la vida”, que diría aquel.
Afortunadamente será un curso breve, e intenso en promesas y embustes, y es que las elecciones generales deben celebrarse antes de que acabe el año (y como aperitivo turbador, las catalanas). ¡Qué bien pensado!, así podremos atragantarnos de satisfacción con las doce uvas que den paso a 2016 y brindar por que hicimos realidad la utopia del cambio. Asumiendo que será un mero cambio ilusorio frustrante si no hay subversión, si no somos valientes e imprudentes, todavía más que los hermanos griegos: poco o nada tenemos que perder a estas alturas. Esta farsa democrática manejada por el vil dinero que tragamos mientras echan fútbol por la tele y consumimos vida enganchados al móvil es bastante desalentadora y motivadora a la vez.
Y en ese concepto de “cambio radical” me quiero detener en esta parrafada que vengo cavilando durante mis no-vacaciones de verano; no, no he sido víctima de una insolación, creo. Intuyo que no voy a plasmar nada que no se haya masticado ya, pero necesito articular (y ordenar) mi auto-convencimiento de que sí se puede… “cómo me gusta auto-engañarme”, me cuchichea mi yo agorero ojeando la programación de Telecinco, líder de audiencia…
Que sí, ¡coño!, que se puede: conseguimos darle la vuelta a la tortilla en nuestra Bahía de Cádiz escorada a la derecha el pasado mes de mayo. No fue fácil ni lo será, es verdad (y los tambores de mociones de censura programadas y pactadas entre el ojiplático bipartidismo resuenan desde la misma constitución de los nuevos ayuntamientos), pero de momento les hemos expulsado del poder más cercano. Ese PP que ahora va entorpeciendo y bloqueando todo los posible (en connivencia con el PSOE, demasiadas veces), llorando soberbia y recelo democrático por las esquinas porque fueron los más votados y sólo por eso deben gobernar, se ve que no han entendido las reglas de este juego (y amenazan con cambiarlas a su conveniencia); y donde no han sumado más papeletas que sus oponentes, como en San Fernando, también gimotean porque otros no quieren pactar con ellos, todo coherencia el señor Loaiza (por algo será que naide quiere aliarse ya con ellos, ni los andalucistas en vías de lógica extinción).
De entrada, ha merecido la pena: sólo el hecho de verles patalear entre risibles rabietas sazonadas de altanería, odio y simpleza (vaya a pedirle barcos a su amigo Maduro en Venezuela, le instaba días atrás de forma más o menos literal Teófila Martínez al flamante alcalde de Cádiz…), ha merecido mucho la pena. No terminan de asumir que sus mayorías absolutas dictatoriales son ya pasado, triste y negro pasado. Que se acabó el ordeno y mando, el clientelismo, los rodillos en los plenos (bueno, eso no, ahora se práctica desde la oposición), el “impulsar” caprichosas obras faraónicas para que la constructora de Florentino Pérez y otras amigas esquilmen las arcas públicas, y saciar el ego con auto-fotos delirantes en medio de un innecesario megapuente, para entrar y para huir: con “V” de ¿victoria? o de ¿vendetta?
tienen pavor a que el pueblo se vote a sí mismo
Las venideras elecciones generales son, lo sabemos y lo saben, cruciales para el devenir histórico de este desnortado país. Es nuestra oportunidad de librarnos de tanta caspa (pone caspa, pero si quieren poner casta… ese palabro que tanto les escuece); caspa política corrupta, y corrompida de tanto mentir y engañar sin sonrojarse, que únicamente piensa en ella misma (y en quienes realmente les/nos mandan, Alemania y los bancos). Lo hacían antes de la muerte en la cama de Franco, y lo han seguido haciendo después, reforzados por el edulcorado relato de la intocable transición, que básicamente supuso la reconversión de franquistas en demócratas de pacotilla con el consentimiento miedoso de quienes habían “corrido delante de los grises”. Una transigencia, supongo, explicable en ese contexto incierto de finales de los 70 del siglo pasado (soy del 79, no digo más); hoy ya inadmisible, lo pinten como lo pinten.
La explosión de oportuno aire fresco a raíz del movimiento 15-M y su crisis-estafa nos han abierto los ojos. Esa manida crisis económica planetaria de los últimos años que han originado-inventado ellos como pretexto para hacer ‘limpieza’: despedir en masa a todo el que tenía un jornal digno, recortar derechos socio-laborales conquistados en décadas, y al tiempo las libertades para acojonar y multar a quien ose levantar la voz o siquiera defenderse pacíficamente, y pasar ahora a contratar pero en condiciones de neoesclavitud y temporalidad con sueldos míseros. Si antes ganaban diez, ahora ganan cien. Pero querrán más, así es el devorador capitalismo. Y nos exigen darles las gracias por soportar sus recortes y tijeretazos y subidas de impuestos, sus palos, sus exabruptos, sus comisiones, sobresueldos y cajas B, su indignidad. Y qué mejor que agradecerles tanto sufrimiento y asco por nuestra parte que, taparnos la nariz, y votarles otra vez, claro… que “la economía española ya crece como antes de la crisis”.
Definitivamente, nos hemos hartado de ellos, de esos mediocres políticos profesionales de corbata y laca títeres de los mercados que viven ajenos a quienes presumen representar (pero cuando se acercan elecciones salen del plasma a hacerse selfies con la plebe, plebe con pedigrí), y de quienes naciendo ya sin aguilucho en la bandera (su bandera) rejuvenecen esas formas, esos mensajes, esa falta de un mínimo de empatía y de sentido común. Y ese vivir a toda costa de la política y de lo público despreciando lo público (troceándolo para beneficiar al cuñado en la empresa privada) porque no saben hacer otra cosa, les ha sobrado con tener el carné del partido y pelotear al de arriba, mucho “sí bwana” babeante.
El cambio que tenemos en nuestras manos tan cerca, y jugando en su campo y con sus reglas injustas, hace que les tiemblen sus piernas, y los bolsillos. Están asustados (por eso insultan y ofenden, y miran a Venezuela y Cuba para evitar hablar de cómo están saqueando EspÁña, y meten miedo, mucho miedo, ellos o el caos, como si el caos no lo hubieran traído ya ellos…), temerosos de que, tras treinta y pico años de democracia amañada, el pueblo despierte, ese pueblo que creían domesticado con las nanas de sus medios de comunicación en la indolencia y la resignación de tener que conformarse con un rato de PSOE y otro de PP, la supuesta izquierda y la derecha. Tienen pavor a que el pueblo ahora se vote a sí mismo.
“Sólo el pueblo salva al pueblo”, reza una irrefutable arenga. El problema es que ese pueblo no se siente comunidad, está enfermo, le han inoculado el virus de la competitividad para anular los genes de la cooperación, se cree lo que no es (y le da por irse de vacaciones a Cancún o de crucero de lujo-borrego por el Mediterráneo, entrampándose, emulando a los pudientes sin un euro) y vota lo que no debe. La ignorancia y el consumismo ‘fermentados’ por el poder, el político y el económico. Un obrero ¿votando a Rajoy?… y un profesor, y un policía, y un autónomo, y un desempleado, y un estudiante… ¿estamos locos? Pero ¿acaso ganarían en cordura metiendo en la urna la papeleta del PSOE? Pueden cambiar rostros y ser los más guapos, remangarse las camisas, agitar sus discursos, vender los avances sociales durante el felipismo y el zapaterismo, mas el pasado reciente es una losa: ¿quién acordó junto al PP con agosticidad y alevosía la modificación de la Constitución, esa que no se puede cambiar, para que el pago de la deuda y sus suculentos intereses a la banca sea una prioridad del Estado antes que cualquier otro gasto? “No somos lo mismo”, recalcan enojados…
ellos no son nosotros
Tenemos que espabilar y tomar la Moncloa, este es el momento, sin dramas fratricidas. Asumir nuestro propio destino, dejar de delegar en ellos, que no son nosotros. Y no únicamente para gestionar burocracia y migajas, reformar la superficie. Toca ya una revolución que transforme el sistema de mierda que han creado para tratarnos como mercancía. No es nada cómodo, requiere tiempo, esfuerzo, sudor, empeño, negociar y ceder, estudio y reflexión, apagar el televisor y silenciar el wasap. Supone apelar al empoderamiento, implicarnos, autogestionarnos, pero qué satisfacción es saberte protagonista de tus aciertos, y de tus errores; compartir un reto, un país que de verdad sientes tuyo porque decides tú (decidimos contigo, no contra ti), donde lo público es lo de todos, no lo de nadie; donde la patria sea su gente, con sus diferencias reconciliables en pro de un objetivo común; sin banderas ni reyes impuestos y heredados. Somos más y la unión hace la fuerza, no me canso de repetirlo. Podemos. Juntos. Ahora.
Y si no nos votamos y encima concurrimos a las urnas en unos meses enfrentados con nosotros mismos y desparramados, los responsables de que sigamos malviviendo en blanco y negro, de que ellos sigan riéndose en nuestra cara, seremos sólo nosotros… Miento: los únicos culpables seréis vosotros, yo desde enano he tenido muy claro contra quien votar. Y desde hace unos meses incluso voto queriendo votar.
Ojalá el generalizar no fuera un error mayúsculo y de verdad se pudiera simplificar tanto la tarea que nos queda por delante. Quizá sí me ha dado mucho el sol en la cabeza este agosto… DIARIO Bahía de Cádiz Dany Rodway Pablo Iglesias Pedro Sánchez Alberto Garzón Ahora en Común José María González Kichi
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tiene toda la razón, pero somos idiotas y votaremos otra vez a la mafia