CRÓNICA CARRERAS DE CABALLOS DE SANLÚCAR (I PARTE). La tarde está calurosa. La playa de Sanlúcar hasta arriba. No en balde es viernes y hay carreras de caballos. Y la coincidencia no es común, ya que se celebran siempre la primera y la tercera semanas del mes de agosto, pero para que los caballos puedan correr en un hipódromo marinizado, es necesario previamente realizar un pacto con la naturaleza, y esperar a que la bajamar coincida con las horas apropiadas para el evento, es decir: Que sea por la tarde, pero no tan tarde como para que la luz haya desaparecido por completo detrás de la silueta del Coto de Doñana. Por esa razón, unos años coinciden con el fin de semana y otros no.
Después de haber dado unas cuantas vueltas intentando aparcar el coche, y tras conseguirlo un poco más lejos de lo que uno hubiera querido, nos acercamos a la playa, a la altura del Polideportivo-Club Náutico, donde tomamos por fin contacto con la gente y con el gran cajón de salida de los caballos que van a correr esa tarde. Un tractor lo va moviendo en la arena, según la carrera sea de mayor o menor distancia, porque no todos los premios son iguales, ni todos los caballos, ni todos los jinetes.
Nos ponemos el sombrero, ajustamos la cámara de fotos, pegamos unos cuantos codazos en la arena, intentando usurpar la primera fila a algún niño playero dominguero, frente a la mirada del guardia civil que vigila atentamente que ningún espectador o bañista se aproxime a lo que es el circuito, y esperamos pacientemente a que los caballos lleguen. Y lo van haciendo poco a poco, procedentes de la playa de Las Piletas, justo al otro extremo de dónde se encuentra la salida, a unos dos kilómetros de distancia, en lo que parecería una línea recta, pero que no es, sino la suave sinuosidad de la desembocadura del río andaluz más popular e importante.
Altos, esbeltos, brillante el pelo, montados tranquilamente por jinetes multicolores que apenas si tocan sus monturas, van accediendo poco a poco los caballos a la línea de salida, donde los van encajonando en el imponente armatoste que los iguala, al menos en la partida.
El ambiente se tensa, y de repente, casi sin que te dé tiempo a reaccionar, jinetes y animales empiezan a volar sobre la arena. Es impresionante el verlos pasar por delante de ti, hasta que poco a poco se van haciendo pequeños a la vista conforme van buscando la meta en Las Piletas.
En unos minutos, la playa es de nuevo invadida por bañistas y curiosos, hasta que comienzan de nuevo los preparativos para una nueva carrera. Pero nosotros aprovechamos el momento para avanzar en la playa sanluqueña, hacia la meta, en busca de un emplazamiento diferente que nos de otra perspectiva de caballos y jinetes. Y tras un ratito andando, a la altura de la Calzada de la Infanta, decidimos pararnos y volver a iniciar el ritual de usurpar a algún incauto bañista un huequecito en la primera línea para ver pasar los caballos de la segunda carrera. Nos armamos de paciencia, apuntamos con la cámara una y otra vez a lo que imaginamos sería la carrera, y esperamos.
Por fin, y tras ver pasar los caballos tranquilamente en demanda de su puesto en el cajón de salida, la carrera comienza, y esta vez conseguimos verlos con una perspectiva totalmente diferente: A lo lejos, en el fondo, podemos ver el Faro de Bonanza, que como un ojo cotilla y larguirucho, quiere ver carrera, caballos y jinetes sin perderse detalle. Al fondo, la carrera agrupada, y los animales pequeñitos. Y a nuestra derecha el gentío de espectadores que se agolpan para verlos pasar montados por sus jinetes. De repente los caballos se van haciendo grandes, inmensos, y tenemos la suerte de que siguen todos agrupados. Aún no ha tenido tiempo el que va a ganar la carrera, de despegarse de sus compañeros de galope. La vista es preciosa, y nuestra mirada va girando hacia la izquierda, mientras hace, sin darnos cuenta, un barrido subliminal de la orilla del Coto de Doñana, sin perder nuestro objeto principal, que siguen siendo los caballos, aunque ahora vuelven a hacerse pequeños poco a poco, mientras no dejan de enseñarnos sus espectaculares grupas.
La playa se inunda de nuevo rápidamente de bañistas y curiosos. Y nosotros, otra vez, enfilamos el camino hacia Las Piletas. Por la ruta, vemos los únicos puestos de apuestas “ilegales” permitidas: Son las casetas de cartón que arman y decoran los niños sanluqueños. Pintan una raya, improvisada meta parcial, delante de su casetilla y el primer caballo que la cruce es su ganador particular. Los otros niños, los que se inician en las apuestas, a cambio de unos céntimos, obtienen chuches y regalos si su apuesta es la ganadora.
Por fin llegamos a la meta de la playa de las Piletas, justo a tiempo de ver salir los caballos de la siguiente carrera, del recinto oficial de la Sociedad de Carreras de Sanlúcar de Barrameda. Aquí en la meta, encontramos algo menos de dificultad para emplazarnos con nuestra cámara, debajo de las gradas acotadas para los que han tenido la suerte (previo pago de su importe, claro) de entrar en el recinto de la carreras y disfrutar de otro punto de vista del evento.
Pero esto lo contaré en el siguiente artículo, aprovechando el segundo ciclo de carreras, que es cuando más ambiente hay en el recinto. Hasta la próxima. DIARIO Bahía de Cádiz Jesús Sánchez Ferragut
GALERÍA DE FOTOS de las Carreras de Sanlúcar, AQUÍ