CRÓNICA CARRERAS DE CABALLOS DE SANLÚCAR (II PARTE). A pesar de que estamos ya en la segunda quincena de agosto, la playa de Sanlúcar hoy está a rebosar, y eso que es jueves 21, y primer día de carreras del segundo ciclo de las carreras de este 2014. El primer ciclo lo vivimos a pie de arena, pero en este segundo, entramo en el recinto que la Sociedad de Carreras de Sanlúcar monta cada año en la zona, donde además se vive la fiesta particular de “los palcos”.
Esta vez he aparcado el coche en el punto opuesto a dónde lo hice hace dos semanas. Paralelo a la playa, y próximo a la de Las Piletas, hay un improvisado aparcamiento, lleno de gorrillas que te indican dónde dejar el vehículo en una explanada, y poder dirigirte, tras unos diez minutos andando, hacia el imponente montaje de carpas, jaimas, palcos y gradas que conforman el recinto que la Sociedad de Carreras de Sanlúcar instala cada año a pie de playa, y que, salvo la pista, que es la propia ribera del Guadalquivir, conforman todo el tinglado que da realismo a lo que significa un auténtico hipódromo. Aquí se encuentra la meta, y de aquí también parten todos los caballos para situarse en los cajones de salida, al otro extremo de la playa sanluqueña.
A poco que indagas, te das cuenta de que la gente acude al hipódromo, con dos horarios bien diferenciados: los que van a ver las carreras, que empiezan a ir sobre las cinco de la tarde, y los noctámbulos que acuden al especial festejo que continúa en “los palcos” una vez acabadas las carreras, y que se prolonga hasta muy entrada la madrugada. Estos en realidad no tienen hora de llegada, pero casi nunca lo hacen antes de pasado un buen rato de la puesta de sol.
En mi caso, acudí con tiempo suficiente, sobre las seis de la tarde, para ver a los caballos en el paddock (pequeño picadero que hay en el recinto), y que es dónde el público puede ver a los animales y a los jinetes antes de partir para sus posiciones en los cajones de salida.
Junto al paddock hay unos compartimentos especialmente adecuados para efectuar “el pesaje” de los jinetes y monturas. Dependiendo del sistema de “hándicap”, la cantidad de caballos de una misma cuadra, y según los pesos establecidos por el reglamento, algunos de ellos son tarados en sus monturas con pequeñas pesas de plomo, para que la competición se iguale.
El recinto se va llenando de curiosos que admiran cómo, primero los caballos y luego éstos con sus jinetes, se exhiben minutos antes del comienzo de la carrera. Es impresionante ver estos cuidadísimos caballos, sus musculaturas, sus caras y el brillo de sus crines. No en vano muchos de ellos son purasangres. En el centro del picadero, los jinetes aguardan junto a los propietarios y algunos miembros de la Sociedad de Carreras, la orden de montar. Un silbato lo anuncia.
Es el momento adecuado para elegir al ganador de la apuesta que vayamos a realizar en los numerosos puestos que el sistema facilita para ello: se puede apostar a ganador; a gemelas; tríos, etc. La más fácil, y la que suele estar peor pagada, es la apuesta simple a caballo ganador. Este año la apuesta mínima posible es de 2 euros, y en función del número de apostantes por cada caballo, así podrás cobrar si tu caballo resulta ganador. En realidad, hasta el último minuto no sabes lo que puedes llegar a ganar. De igual manera que te pregonan lo bien que sienta una copita de manzanilla, no hay sanluqueño que se precie, que no haga una apuesta, aunque sea mínima, una vez dentro del recinto. Es tradición. Como también lo es el regalar a la compañía (sobre todo si es femenina), un nardo, signo floral distintivo de las carreras sanluqueñas de verano.
Con mi boleto de apuesta al caballo que me ha parecido que reúne todas las características para ser ganador, y a pesar de no tener ni idea de caballos ni de hándicaps, ni de carreras, me voy totalmente ilusionado a una de las gradas que para el público hay instaladas en la meta. La vista es estupenda: el coto de Doñana al frente, el Guadalquivir fundiéndose con el Atlántico a mis pies, y un día de sol radiante. Tanto que no me puedo quitar el sombrero ni dejar de abanicarme. De repente, suena la campana de salida y la tensión se siente. La gente se pone en pié. Pero aún tardan los caballos en llegar. Pasados unos minutos veo que el mío ya no es tan grande ni tiene tanta cara de ganador como cuando lo vi en el paddock. De hecho intuyo que va el penúltimo de los doce que compiten. En fin, en una abrir y cerrar de ojos pasan volando delante de mí, y efectivamente mi caballo entra penúltimo. Bueno, otra vez será.
La verdad es que se trata de una pena pasajera, pues en cuanto terminan las carreras, comienza la fiesta particular de “los palcos”, una especie de Feria de Sevilla, pero sin sevillanas (aunque con muchos sevillanos), en la que cada grupo de amigos, socios de las carreras, tiene “un palco” que costean a sus expensas, junto con sus compañeros, y con los que, año tras año, acuden a la cita, para disfrutar con una copa de manzanilla o una cervecita, de las maravillas gastronómicas de Sanlúcar, encabezadas, cómo no, por su riquísima majestad océana: el langostino.
Afortunadamente, tengo un buen puñado de amigos sanluqueños dispuestos a invitarme cada uno de ellos a su palco, porque si no, no podría tomar manzanilla ni degustar tan ricas viandas, ya que en los palcos no se paga, sino que te invitan. Ya lo dije antes, como en Sevilla.
Son las tres y media de la mañana, y he tomado la decisión de volver al centro de Sanlúcar andando, porque pienso seguir llevándome bien con la policía local y/o la Benemérita, por aquello de la manzanilla. En fin, que me quiten lo bailao, que no ha sido poco. Sin duda el año que viene, repito. Y a ustedes no les invito, porque no tengo palco propio, pero sí que les animo a que vayan a ver las carreras de Sanlúcar. No se arrepentirán. DIARIO Bahía de Cádiz Jesús Sánchez Ferragut
Un día en las carreras (en la playa). Crónica del primer ciclo de carreras