CRÍTICA. Muchas personas ven el cine como una herramienta pensada para el entretenimiento. En ese contexto encontramos millones de películas diseñadas exclusivamente para relajar nuestra mente, cansada por el estrés diario. Sin embargo, una de sus funciones más importantes es, a veces, la más olvidada: ser testigo de la Historia, luchando así contra una sociedad en la que las noticias quedan rápidamente olvidadas.
En ‘7 días en Entebbe’ nos situamos en 1976. Motivado por el conflicto entre Palestina e Israel, el autoproclamado Frente Popular para la liberación de Palestina planea una operación muy arriesgada: el secuestro de un avión de AirFrance procedente de Israel con destino a Paris. Con el objetivo de negociar la liberación de presos palestinos en diversos estados, los terroristas llevan a cabo el aislamiento de los pasajeros israelíes en Entebbe (Uganda) y la amenaza de su ejecución si no se satisfacen sus peticiones.
Uno de los aspectos que más llamaron mi atención de la cinta es el intento de mostrar los dos lados del conflicto que, por desgracia, sigue sin resolverse después de tantos años. En cada escena de la película es palpable la disputa interna de los terroristas, que creen en una causa a sus ojos justa pero que eligen defender convirtiéndose en criminales. De igual forma, las partes implicadas en la actuación política tienen reservadas líneas de diálogo que muestran los dos tipos partícipes: aquellos comprometidos en solucionar el conflicto y los que solo deseaban soluciones inmediatas y de dudosa moralidad.
La corrección del planteamiento de esta película se consigue gracias a un cuidado trabajo de guión y de dirección, que se esfuerzan por mostrar los hechos de una forma fiel a la realidad, sin demonizar a ningún bando (algo a lo que Hollywood nos tienen acostumbrados). Al posicionar al espectador en los dos lados de la línea de combate, dejan que seamos nosotros los que reflexionemos en todo momento sobre los hechos, lo que es de agradecer.
En la cinta también destaca la buena construcción de los personajes, haciéndonos testigos de sus miedos, sus debilidades y de las máscaras con las que los intentan disfrazar. Unas actuaciones a la altura de la exigencia del guión, muestran en cada gesto los conflictos internos que sufren los secuestradores, destacando entre ellos Rosamund Pike y Daniel Brühl que, como es habitual en este último, borda un personaje que causa simpatía y rechazo por partes iguales.
En el plano artístico, es un acierto la decisión de superponer el arte frente a la guerra en las escenas de ataque militar, lo que da belleza al conjunto. Este paralelismo nos hace reflexionar sobre la contraposición entre civilización (arte) y la parte animal del ser humano (que busca resolver los conflictos mediante el uso de la fuerza). Este recurso artístico consigue más aún que, todo aquel que acuda a verlo, salga de la sala con un mensaje escrito a fuego: En la vida hay que resolver los conflictos con disposición negociadora. Si no, viviremos siempre en guerra.
En resumen, una buena labor de dirección hace que, para aquellos amantes del cine histórico, sea una película ágil, que muestra solo lo necesario para hacernos sentir la agonía de ambas partes implicadas sin caer en victimismos ni imparcialidades.
— Lo peor: La sobriedad del filme lo hace poco atractivo comercialmente, lo que es una pena debido a lo recomendable que es su visionario.
— Lo mejor: La breve pero intensa conversación que mantienen dos de los secuestradores. En ella se puede ver como la losa de la historia de cada país implicado (Alemania, Israel y Palestina) cae sobre sus conciencias determinando a veces sus actos.
La apuesta cinematográfica de la semana que viene:
‘Mi querida cofradía’. Comedia española en la que una mujer devota, decidida a ser hermana mayor de una cofradía, deberá superar todas las barreras pensables e inimaginables. DIARIO Bahía de Cádiz