CRÍTICA. Varios minutos de aplauso cerraron la función sabatina del Cyrano de Bergerac, un generoso premio al trabajo del elenco encabezado por el popular actor José Luis Gil. Tan efusiva acogida en Cádiz a esta obra de teatro recordó lo sucedido en su estreno, cuando el público premió con diez minutos largos de aplausos la puesta en escena de esta creación de Edmond Rostand. Fue hace más de un siglo y los compases iniciales de la representación en el Gran Teatro Falla, parecía congelar los modos teatrales en el tiempo.
El necesario vêtement à l’antique de un grupo de actores, casi inmóviles en el escenario al principio, aplicándose al texto recitado en verso con gorros, plumas, pelucas y sables dio también la impresión de un retorno al teatro de nuestro gran siglo de oro, coincidencia histórica de esta ficción en teatro basada en la biografía del auténtico Cyrano, coetáneo de Molière. También sonaba a tiempos pasados el cerco de luces en el proscenio que a modo de las candilejas limitaba y aclaraba el espacio escénico para la representación de un clásico.
“Cyrano de Bergerac lo tiene todo: aventura, pasión, tensión, humor, belleza, amor y desamor. Es un clásico entre los clásicos y un moderno entre los modernos”, comenta Alberto Castrillo-Ferrer, director de la compañía.
La convivencia entre clasicismo y modernidad se consigue en este Cyrano de Bergerac con pocos elementos. La rotura de la cuarta pared inicial –aparición de Cyrano en escena- es distintivo de modernidad y el primero de los recursos manejados en esta versión para desplazar el punto de interés hacia la acción más que al texto. Los intermedios o entreactos se sustituyen por números musicales cuya simplicidad melódica y brillantez armónica emulan los musicales. En el fondo del escenario se erige una estructura de bloques desplazables que configuran cuatro espacios arquitectónicos diferentes (taberna, balcón, campo de batalla y monasterio) con otros tantos niveles: dos en horizontal (acción y trastienda) y dos en vertical (donde operan vigilantes y observados). Asimismo, la estructura sirve como ciclorama.
El espacio escénico, casi libre de mobiliario y limitado por pseudo candilejas y edificio de fondo, permite la libertad de movimientos y los cambios continuos en la disposición de los personajes, lo que reduce la monotonía del recitado de una obra que tiene más peso en el texto que en la acción. José Luis Gil (Cyrano) explota esa facilidad convirtiéndose prácticamente en un punto móvil, en continuo tránsito verbal y gestual, que, junto con la brillantez de su oratoria, componen una personalidad compleja, difícil e irresistible en las tablas.
El público tarda un tiempo en meterse en la obra y la presencia de Cyrano sobre la escena en el arranque tampoco hace mucho para evitarlo, pero poco a poco el espectador sintoniza con el personaje y se embebe de todo cuanto acontece. Quizá el punto de inflexión comienza con la singular escena del beso:
Al fin y al cabo, ¿qué es, señora, / un beso? Un juramento hecho de cerca; /un subrayado de color rosa/que al verbo amar añaden; un secreto / que confunde el oído con la boca; / una declaración que se confirma; / una oferta que el labio corrobora…
Otras partes, como la primera escena de espadachines, difíciles de ejecutar sin un concienzudo entrenamiento, funcionan razonablemente bien para darle color y calor a esta obra que va de menos a más en todo. Lo mismo ocurre con las intervenciones de algunos actores como Javier Ortiz, sobreactuado en los primeros compases de su intervención, que francamente empieza a ganar aprecio conforme abandona la afectación impuesta en su rol de grande. No acierta del todo Héctor González en dar el perfil del torpe Christian, ofreciendo un carácter más infantil y bobalicón que ingenuo y tímido, aunque se luce en la espléndida escena del balcón, la más completa de todas. Ricardo Joven conecta con el público con su buen hacer y oficio como pastelero Ragueneau y Rocío Calvo salva como puede la papeleta de diferenciar el carácter de sus múltiples personajes.
Ana Ruiz, que sorprende con la bella dulzura de su voz en una pieza musical, salva más que bien el reto de actuar como partenaire del gran José Luis Gil, dominador absoluto de esta obra pensada para el lucimiento de un (buen) actor. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
‘Cyrano de Bergerac’ de Edmond Rostand. Versión de Carlota Pérez Reverte y Alberto Castrillo-Ferrer.
Alberto Castrillo Ferrer, dirección. Elenco: Intérpretes: José Luis Gil, Ana Ruiz, Héctor González, Carlos Heredia, Rocío Calvo, Ricardo Joven y Javi Ortíz. Escenografía: Alejandro Andújar y Enric Planas. Diseño de Luces: Nicolas Fitschel. Diseño de Vestuario: Marie-Laure Bénard. Música y Espacio Sonoro: David Ángulo. Maestro de Esgrima: Jesús Esperanza.Lugar y día: Gran Teatro Falla de Cádiz, 14 de diciembre de 2019. Asistencia: casi lleno.