CRÍTICA. Llenazo en el Villamarta de Jerez en sesión de tarde dominguera que completó el segundo pase en casa de La flauta mágica de Mozart, producida por el propio Teatro. El genio de Salzburgo llegó solo a atisbar el enorme éxito de esta composición –impulsada para ganar dinero, todo hay que decirlo-, que compuso rompiendo cánones operísticos. Esoterismo, masonería, críticas al poder, cuento de hadas y romance se mezclan en esta narración que aún consigue atraer al público –es la quinta obra más representada en la última década- por su belleza musical y un desarrollo escénico con ingredientes de aventura, didactismo moral, simbolismo, amor y felicidad.
La producción del Teatro Villamarta se ha decantado por una versión ampulosa y plural en términos de registros de una obra de por sí poliédrica. El escenario se divide en dos partes, un parte totalmente centrada, cambiante y de ambiente variable; y la otra parte a su vez dividida en dos mitades, a un lado y otro del escenario. El decorado se complementa con proyecciones, pero estas se deslucen a veces y operan en el espectador un efecto opuesto al pretendido. Los diferentes ambientes se recrean con fortuna, especialmente los del palacio alla turca, la logia masónica y el templo. Dos enormes estatuas sosteniendo una enorme disco resaltan en muchas ocasiones el impacto visual de gran parte de la escenografía, ampliando la narración en vertical –simbología impresa sobre el disco-, si bien las transiciones sin premura de los decorados ralentizan el desarrollo narrativo. Un loable trabajo de Jesús Ruiz, que aporta contraste, variación y acentuación del simbolismo como elementos complementarios de la narración oral y cantada.
Desde el punto de vista dramático, la acción se abre igual que en la versión de 2007, con los niños manejándose en un teatro de marionetas como si el relato fuera un teatrillo donde los personajes fueran cobrando vida propia; de igual manera, los chicos cierran el teatrillo al final de la representación. Aunque correcto el planteamiento parece exceder un poco las pretensiones de Mozart. No obstante, este arco de apertura y cierre y algunas intervenciones como figurines, ayudan a dar relevancia al papel de los niñas y niños actuantes, que cumplen como pueden sus roles de cantantes.
La actuación de Leonardo Sánchez en su papel de príncipe Tamino, me recuerda el dicho “la santidad es admirable, pero aburrida”; sobre todo, por la sensación que genera una actuación sosa y sin pegada. El tenor mantiene solidez y homogeneidad en su voz casi argéntea, que mejoraría con más flexibilidad dinámica. Suena bien, estupendamente bien, pero la desenvoltura en escena de Leonardo Sánchez se ausenta demasiadas veces. Una intervención actoral algo envarada y seca, si bien condicionada por el personaje que encarna, que debe mostrar dignidad de príncipe y todas las virtudes requeridas para iniciarse en la masonería, limita la apreciación a sus notables cualidades de tenor. Quizá por esa restricción, determinadas escenas pasan sin pena ni gloria, como la que finaliza con el dúo “Und wenn es auch mein Ende wär”, que ejecutan sin afecto visible Pamina y Tamino, en consonancia esta escena asexuada con la versión del Villamarta de La flauta mágica. Esta rehúye la picardía latente en letra y arias, como ocurre con el dúo “Ihr hoher Zweck”, y es un ejemplo entre varios, al que se desglasa de la sensualidad apuntada en el libreto y se canta con metros de distancia entre Pamina y Papageno.
Pamina es interpretada por Rocío Ignacio que plantea muy bien su papel de dolorida enamorada en “Ach ich fühl’s”, la mejor de sus arias; en otras, su voz cambia de color, especialmente en los registros más graves, donde el sonido de su voz se amplía y acusa un vibrado menos controlado. Destaca Rocío Ignacio, sin embargo, por el intenso dramatismo que aporta en sus intervenciones, que encandilan al público.
Hay quien ha visto en la pareja Tamino-Papageno un juego de contraposiciones: espiritualidad y mundo material, drama-comedia, inteligente cordura – lista insensatez, aristocrático-popular, sentimiento-sensualidad, quijote-sancho panza… Lo cierto es que el binomio Papageno y Tamino también abre o cierra sonrisas, según son ellos. Manel Esteve se luce en un Papageno absolutamente cómico, con el que completa una gran actuación como cantante y actor. Aunque la composición mozartiana no es muy exigente para la voz de Papageno, Manel Esteve le añade ese plus en una ocasión cantando tumbado de espaldas. Pero sobre todo, arrebata al público con su simpatía y con algunas “morcillas” fuera de libreto que humanizan y dan tintes de “sanchismo” a su papel. Sobre todo, hace reír al público, que es lo suyo. Genial en la escena de la horca.
La entrada en escena de La Reina de la Noche es fulgurante e impactante, no así la interpretación de “O zittre nicht”, un aria exigente para una soprano que, al cantarla, desnuda la voz de Vittoriana de Amicis, quien salva no obstante con honor su papel de soprano de coloratura en la esperada aria –todo el público en vilo- “Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen”, muy aplaudida al final.
No se encuentra a gusto Stefano Palatchi en el papel de Sarastro y se nota; con una voz dura y vibrada a la que le falta aliento, describe en sus intervenciones un personaje que despierta cariño en el público, pero no emoción.
Hay algunos aspectos sobre los que se pasa de puntillas en la(s) performance(s) de la ópera de Mozart, como las connotaciones racistas y machistas del libreto, acentuadas musicalmente por el adorado compositor, que se salva de otras quemas porque su coprolalia no es de dominio público. En el libreto de La flauta mágica, Monostatos es un negro “Mohr”, moro en las traducciones, aunque con la misma característica del Otelo shakespeariano: una persona de tez morena o negra procedente de territorios controlados por el Imperio Otomano, el enemigo político en la época de Mozart de Austria y de sus ciudadanos; no muchos años antes estuvieron los otomanos a punto de conquistar Viena. De ahí, los términos despectivos en el libreto hacia Monostatos y las despreciables cualidades personales con las que le inviste. Lo chocante de una versión sin problemas con los ismos es que a este personaje le tachan de “negro Monostatos” en escena, mientras el tenor luce una piel casi albina. Acierta no obstante, José Manuel Montero en dar vida al personaje más odioso de esta ópera con su voz rasposa y gestos de malvado –y con lascivia controlada-.
El coro de Villamarta, como siempre bien empastado, y la eficaz dirección de orquesta y cantantes a cargo de Carlos Domínguez Nieto completan el cuadro destacable de esta interesante y aplaudida versión de La flauta mágica. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
La flauta mágica de W. A. Mozart. Producción Teatro Villamarta.
Orquesta de Córdoba. Carlos Domínguez Nieto, director. Francisco López, dirección de escena e iluminación. Jesús Ruiz, escenografía y vestuario. Leonardo Sánchez, tenor (Tamino); Rocío Ignacio, soprano (Pamina); Manel Esteve, tenor (Papageno); Stefano Palatchi, bajo (Sarastro); Vittoriana de Amicis, soprano (La Reina de la Noche); José Manuel Montero, Alba Chantar, Lucía Tavira, Leticia Rodríguez, María Ogueta, José Manuel Díaz, Fran Gracia, Julia García-Pelayo; Ana Rocío Gascón; Mª Carlota Rodríguez, Luis del Ojo, María Linarejos Gascón, Ignacio López-Cepero, Coro del Teatro Villamarta.
Lugar y día: Teatro Villamarta de Jerez, 26 de enero de 2020. Asistencia: aforo completo.