CRÍTICA. La obra literaria de Juan Rafael Mena es un ir de sorpresa en sorpresa, todas positivas. A sus numerosos poemarios y premios literarios se une en los últimos años la publicación de un número considerable de libros en prosa. En plena pandemia sacaba ‘Vete a Madrid’, en la que el escritor isleño narraba su experiencia y lucha personal por abrirse camino en el mundo de la literatura. Es una obra de carácter autobiográfica, como él mismo confiesa, pero, al mismo tiempo, escrita con una prosa elevada que conmueve y entusiasma.
Y recientemente aparecía una nueva novela: ‘El amor tras los visillos’, publicada por la gaditana Editorial Dalya, sello de cabecera del escritor en los últimos tiempos. La obra narra el enamoramiento de Zenón Salomón, catedrático de instituto de filosofía, y, hasta ese momento, bastante escéptico en lo relativo al amor.
La acción se sitúa en los años sesenta, caracterizada por una sociedad muy religiosa y apegada a unas creencias que chocan de frente con los pensamientos de Zenón. Las disquisiciones del protagonista van acompañadas de las conversaciones que mantiene con sus tres grandes amigos: Eutimio, un estudiante de ideas revolucionarias, el poeta Cántigo y don Biblión, profesor de Historia y compañero de trabajo en un instituto. Esencialmente los dos últimos, cuyos consejos y visiones del amor ayudarán a Zenón a dar forma y color a sus reflexiones y a ese anhelo amoroso que lo devora, sin que él mismo sepa a ciencia cierta qué le sucede.
En el fondo, la novela constituye un intenso monólogo en el que el profesor reflexiona sobre el mundo, el amor, la mujer, la sociedad de su tiempo y la tesis doctoral que está redactando, basada en el concepto de la “montaña óntica”, una idea elevada y sublime, en cuya cúspide hay una inteligencia superior, conforme descendemos nos encontramos con hechos y personas que ensucian la grandeza de un ideal. Piensa Zenón que su publicación le podría perjudicar profesionalmente, porque tiraría por tierra muchos de los conceptos que estaban asentados en su tiempo y pondrían en solfa sus creencias religiosas.
La acción transcurre entre La Isla de las Araucarias (San Fernando) y Gadia (Cádiz). Los aromas de estas dos ciudades hermanas y tan cercanas en el tiempo y el espacio impregna la obra con las tonalidades del cambio de las estaciones y de las añoranzas. Leer la novela es pasear por esta Isla del Sur, visitar sus rincones y asistir entre bambalinas a una forma de vivir que se nos fue, pero que ha quedado viva en los recuerdos de aquellos que crecieron en ella y, al mismo tiempo, asistieron como testigos mudos a su demolición.
He hablado anteriormente del intenso monólogo que se percibe a lo largo de la obra. Particularmente, pienso que Juan Rafael Mena está desmenuzando todos los aspectos que confluyen en el concepto del amor y en la formación de un carácter y una personalidad. Es como si el protagonista se descompusiera en las caras de un poliedro, que se corresponden con las distintas edades de un hombre. Por un lado, está Eutimio, el joven que sueña con cambiar el mundo; Cántigo es el entusiasta poeta, muy apegado a las creencias y tradiciones de su ciudad, representa la ilusión de un creador autodidacta, que descubre el arte y la poesía y nos muestra su entusiasmo por cantar a su tierra y al amor; Zenón, el protagonista de la novela, encarna el escepticismo y el predominio de la razón sobre la sensibilidad y los sentimientos en el hombre maduro, que no se conforma con su papel de observador imparcial e intelectual y desea la ruptura con el mundo que le rodea. El estudio de la Filosofía y Teología le llevan a cuestionar todo ese bagaje cultural y religioso en el que se basa la cultura popular. Finalmente, don Biblión simboliza el sosiego, la templanza propia de las personas que han vivido y han visto mucho. Sus consejos y el respeto que muestra por aquellas personas que son diferentes a él, nos hablan de templanza en el ánimo y de sabiduría en el respeto a los demás.
Solo me resta mencionar a Carmen, la humilde costurera de la que se ha enamorado perdidamente don Zenón. Salvo un par de conversaciones, no se ve su presencia física en la obra. Sabemos cómo es por el propio protagonista, que la describe con soltura y destaca su gracia y femineidad, que lo han seducido. Por él y sus divagaciones conocemos cuáles son sus creencias y opiniones. Al final, descubriremos que está muy equivocado, y no es por lo que ella diga, sus silencios nos adentran en su alma, como en los grandes dramas de la novela realista.
En definitiva, estamos ante una novela corta, profunda y de fácil lectura, que nos desvelará los grandes laberintos por los que discurre los pensamientos y sentimientos de muchos intelectuales. DIARIO Bahía de Cádiz