CRÍTICA. Por feliz casualidad, coincidió el concierto de Juan Pérez Floristán con la publicación por el Jurado de los seleccionados para el XIX Concurso Internacional de Piano de Santander ‘Paloma O’Shea’. Veintes pianistas que pugnarán este verano por el preciado galardón en el que participan jóvenes de todas las nacionalidades. Juan Pérez Floristán ganó en el año 2015 este importantísimo premio que le permite mostrarse como uno de los grandes talentos mundiales actuales, aún en proyección.
La sala era consciente de la importancia del evento y con expectación vivió el concierto, que estuvo estructurado en dos partes, con un diseño de programa pensado para despertar emoción e interés crecientes.
Pérez Floristán exhibe muy buena comunicación verbal y artística. En cierto modo, en el Teatro Villamarta abundó el didactismo en sus comentarios sobre las obras a interpretar y en la exposición de las razones del orden en el programa, una suerte de regresión desde el siglo XX a los orígenes de las grandes composiciones pianísticas, con Beethoven como referente. Las explicaciones del artista tuvieron el valor sustitutivo de un buen programa de mano y los momentos discursivos se antojaron necesarios y, en algún caso, hasta breves; como cuando proclamó el valor transformador de la música en las almas.
El inicio del concierto, sin ser decepcionante, no cubrió las expectaciones más exigentes, quizás porque en la Fantasía Baetica de Falla con el que arrancó el programa existan fluctuaciones expresivas que atemperan el impacto que producen algunos de sus pasajes, como el del arrollador inicio en el que el piano imita el rasgueo de una guitarra flamenca. Es significativo que la larga pieza del compositor gaditano, estrenada en 1920 por Rubinstein, no sea considerada habitualmente como pieza de repertorio pianístico, a pesar de la riqueza en los recursos técnicos y musicales que contiene. No obstante, la pieza de Falla fue el comienzo de un concierto de alto voltaje, en el que el auditorio disfrutó con la claridad, contención expresiva y virtuosismo de la ejecución interpretativa.
La breve y hermosa pieza de Ravel, Jeux d’eau, sirvió de punto de equilibrio en clave modernista entre el nacionalismo expresivo de Manuel de Falla y el respeto a la tradición pianística del diecinueve que proclaman los Preludios de Rachmáninoff; son preludios donde la innovación textural y lirismo alcanzan cotas inimaginables en la apreciación del público.
Si la primera parte se vivió con intensidad y cierto nerviosismo, especialmente en la audición de la obra de Falla, en la segunda parte invadió la calma con la audición de Papillon de Schumann a la espera de la exhibición final. En el programa se concedió Pérez Floristán pocos pasajes de reposo, quizá a nivel sonoro fue más perceptible la tensa quietud de las piezas de Schumann, de aparente simplicidad técnica, o menor impacto musical en el público, pero cuya ejecución dejan percibir con más la claridad en las inflexiones de color que en los pasajes melismáticos, tales como los proverbiales de la obra beethoviana que cerró el programa. La genial y efusiva interpretación de la Sonata «Appasionata» de Beethoven, obra esencial en la velada, arrancó la respuesta entregada del público.
Correspondió el pianista a los aplausos aludiendo a sus raíces jerezanas y poniendo al público de pie con la interpretación de su versión de Los Caños de Meca, bulería incluida en el álbum El Gallo Azul de Gerardo Núñez, que estaba presente en la sala. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL CONCIERTO:
Juan Pérez Floristán, piano.
Programa: I Fantasía baetica de Manuel de Falla, Jeux d’eau de Maurice Ravel, Preludios (selección) de Serguéi Rachmáninoff II Papillon de Robert Schumann, Sonata núm. 23 en Fa menor «Appasionata» de Ludwig Van Beethoven.
Teatro Villamarta de Jerez, 6 de abril de 2018. Lleno.