CRÍTICA. Acusaron de oportunismo a David Mamet, el célebre dramaturgo norteamericano, cuando en 1992 estrenó esta obra de teatro, coincidiendo con el paso por los tribunales, esta vez como acusado, del magistrado Clarence Thomas, candidato al Tribunal Supremo de EEUU, debido a una denuncia por acoso sexual de una profesora universitaria.
Ahora, con el eco mediático en España de los beneficios obtenidos en forma de títulos universitarios por políticos, esta obra puede atraer la atención por oportuna, y quizá oportunista, observando cómo las aparentes aguas de la Universidad se han convertido en un torrente que puede llevarse por delante a muchos. Pero en la Universidad, como toda institución, se detenta el poder. Detentar es una palabra chicle que tanto sirve para indicar el nepotismo propio de las “cordadas”. El poder omnímodo, decisorio y decisivo de los catedráticos, directores de departamento y cargos orgánicos, que marcan la línea entre la vida-muerte universitaria de los profesores, ya está suficientemente denunciado, pero no está mal recordarlo. Sin pertenencia a la “cordada”, el profesor o el alumno que aspira a una carrera en el ámbito universitario cae sin remedio al vacío, por lo que la endogamia y el sometimiento acrítico del profesorado es una consecuencia, aunque solo uno de los males endémicos de la Universidad, de la que se puede señalar otros vicios aún más inconfesables: corrupción personal e institucional.
Por cierto, resulta curioso que el propio autor de Oleanna haya detentando su poder sobre la pieza teatral, penalizando -es una decisión reciente- con 25.000 dólares la producción de debates con el público antes o después de las representaciones de la obra; una costumbre que se está imponiendo en Estados Unidos y el Reino Unido, pero que corta de raíz el destacado dramaturgo para sus propia producción dramática. Quizás una forma inteligente de forzar el incremento de las regalías… o, según afirma el autor, evitar divisiones personales entre las parejas del público.
El dramaturgo plantea la situación en el Acto I de Oleanna: un profesor universitario de mediana edad (John) recibe la visita de una estudiante de grado (Carol) en su despacho, donde ocurre -o no, según el punto de vista de cada uno- un acto de acoso sexual. En el Acto II, profesor y alumna, claramente antagonistas, regresan a la escena del presunto delito para tratar de resolver su caso sin intervención de un abogado o intermediario. Su “caso” es una denuncia por violación, en la versión de la alumna, que ha cortado en seco la carrera del profesor, como primera medida.
Quizá motivado por el conservadurismo general de la sociedad americana, el acoso sexual se insinúa en la pieza teatral, más que se ejecuta. En la obra original, la agresión es un simple toque en el hombro de la chica, pero siempre -en la original y en la adaptación española- existe mucha carga verbal en el texto para indicar que el profesor quiere ver a la alumna, a solas y tantas veces como sea posible, con la fingida intención de que la alumna pueda realizar correctamente sus trabajos y mejorar sus notas. En la versión española se muestra, sin embargo, más contacto físico del hombre con la chica y menos control del profesor en el acercamiento a la alumna, para reforzar el enfoque dramático sobre el acoso sexual que el profesor ejerce.
Sin embargo, la intención de David Mamet parece caminar por otros derroteros, sin desdeñar el punto feminista del caso. Si en el primer cuadro el profesor es el ser omnipotente, pagado de sí mismo, pretencioso y autoritario, en el cuadro tercero y final Carol ya tiene todo bajo su control. Ese verdadero traspaso de poder se indica también de forma visual con el cambio de posiciones de la mesa del despacho y del porte de los protagonistas. En el primer cuadro, el profesor pregona sus excelencias, de pie junto a su mesa, y la alumna está alejada, sentada en una silla, sola y con actitud sumisa. En el último cuadro ya se ha consumado el cambio de papeles. Ahora es ella quien es dueña de la mesa del despacho y quien impone sus condiciones al profesor, que se desespera, hundido en su silla, por las consecuencias -terribles- que tendrán las iniciativas de la chica. Condiciones que la ambigüedad del texto puede inducir a considerarlas arbitrarias y desproporcionadas. Tan excesivas, en el tono con el que se manifiestan y en la dureza de las medidas que se propugnan, que no tenemos la certeza de quién de los dos presenta legitimidad ante el público.
Desde mi punto de vista, el verdadero leit-motiv de la pieza dramática es el poder y las formas en que se presentan, así como las de los que no se resignan a seguir las condiciones impuestas por el poder; dicho claramente, se propugna una visión crítica a la ausencia de libertad de seguir el fanatismo en determinadas corrientes ideológicas. De ahí que, en los motivos del ataque final del profesor a la alumna, sean determinantes las condiciones que Carol trata de imponer en el terreno personal a John: la eliminación de la propia capacidad del profesor para elegir los libros incluidos en su programa docente, incluso prohíben el suyo, y la imposición o exigencia al hombre de un lenguaje políticamente correcto, incluso en la relación con su mujer a quien llama “nena”.
No hay que pasar por alto el dominio del lenguaje como forma de poder. Por eso, Carol se queja al principio de su incapacidad para entender las clases del profesor, porque este utiliza términos como “prerrogativa paterna”, “jerarquía protegida”, etc; términos y expresiones que determinan también un status de poder para quienes tienen la clave del conocimiento. Ni tampoco hay que desdeñar los sutiles dardos del dramaturgo contra el fanatismo y otras formas de opresión, como el sometimiento a lo políticamente correcto y la rigidez mental postulada por la “ingenua” Carol, que a pesar de todo no genera simpatía por su agresividad en la fase conclusiva de la representación. Desde la óptica actual en nuestro país, quizás se respire un anti-femenino latente en la obra de Mamet, a pesar de las apariencias.
Esa actitud del dramaturgo puede plantear interrogantes sobre hasta qué punto el autor dramático tiene libertad en el planteamiento temático de su obra. En ese sentido, ¿sería conformidad intelectual, léase sometimiento, del dramaturgo adaptarse a las condiciones de un texto que fuera menos agresivo con el personaje femenino, como el que se describe en Oleanna en el último cuadro?
La interpretación de Fernando Guillén Cuervo es muy realista, pero algo embarullada en algunos pasajes -poco inteligible su dicción del papel en algunos momentos-; menos flexible pero bien declamado el texto en la voz de Natalia Sánchez. Ambos hacen creíble las transformaciones de sus personajes, antagónicos en todo, incluso en el aspecto gestual. La dificultad de seguir el texto en algunos momentos y la disposición escenográfica puso distancia excesiva en el seguimiento de esta interesante pieza teatral, que hubiera merecido una adaptación en profundidad de esta obra, excesivamente “estadounidense”. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
‘Oleanna’ de David Mamet.
Elenco: Natalia Sánchez, Fernando Guillén Cuervo.
Teatro Pedro Muñoz Seca de El Puerto de Santa María, 14 de abril de 2017.