CRÍTICA. La flor de la Chukirawa es una de las obras más importantes del teatro de Ecuador de nuestros tiempos. La protagonista absoluta del drama es una campesina ecuatoriana. En la intimidad de su hogar, ella reconstruye a saltos de memoria la historia de su hijo muerto, que decidió emigrar a los Estados Unidos, huyendo del hambre y la miseria. El hijo se enrola entonces en el ejército norteamericano y con él participa en una guerra en el desierto (Irak), aunque a las primeras de cambio, muere sin pena ni gloria en la primera acción de combate. No obstante, al chico lo tratan formalmente como un héroe, si bien su familia no obtiene ninguna compensación por el fallecimiento
La obra teatral en su conjunto es un relato de ausencias y pérdidas, de la inutilidad de la muerte y de la desgracia como destino de los débiles. El drama se desarrolla con el foco visual y textual centrado en los monólogos de la madre que cubren la historia familiar con digresiones dispersas. Ella se sitúa en el escenario en un primer plano dominado por el color rojo. Rojo sangre, rojo fuego; también de pasión y de ira controlada por la sinrazón de lo que ha sucedido. A modo de contrapunto y acompañamiento visual al fondo, dos figuras en blanco conviven en el relato: su hijo muerto –a la izquierda del espectador- y el ángel del recuerdo –a la derecha-, que se activa también como alter-ego espiritual del periodista “en off” que impulsa a la madre a narrar lo sucedido.
Además de una iluminación del escenario en penumbra, con excepción de la zona dominada por la campesina, los movimientos pausados de la protagonista, su relato interrumpido, la música acompañante envuelven al espectador con una atmósfera de concentración y espiritualidad. La obra tiene fuertes dosis de teatro poético. Una atmósfera de engañosa calma. De ahí que en ella destaquen mucho más los “arrebatos” contenidos de la doliente y sufrida, claves esenciales del teatro-denuncia que esconden las apariencias. Estos “arrebatos” sorprenden más porque su aparente actitud de sumisión y aceptación del destino, ocultan la consciente rebelión de la indígena y su determinación en acusar a los poderosos.
Destaco, de otros muchos, dos de ellos: en el primero, la campesina apela a la conciencia con claras referencias al Cristo de los evangelios azotando a los mercaderes del templo: “Diosito, el látigo no es con nosotros” (…) “Los mercaderes están por todas partes, diosito. ¿Dónde dejaste el látigo?”.
El segundo “arrebato” aparece en una escena fundamental de la obra. ¿Cómo no conmoverse con esa madre que rompe el corazón con este recitado?: “Porque todos están contentos. Los de la embajada (americana) están contentos, mi coronel de la policía está contento, usted y el señor de la cámara están contentos, el país está contento, el mundo está contento y yo soy la única estúpida que está triste ¡porque me mataron a mi hijo en una guerra de mierda, en un desierto de mierda para que todos estén orgullosos! Disculpen no más, ¡pero que se vayan todos a la mierda!”. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz 2018
‘La flor de la Chukirawa’. Contraelviento (Ecuador).
Dramaturgia y dirección: Patricio Vallejo Aristizábal / Actuación: Verónica Falconí, María Belén Bonilla, Esteban Tinajero / Música: María Belén Bonilla -Tradicional Ecuatoriana.