CRÍTICA. Aún tomamos como axioma el dicho “el hábito no hace al monje”, aunque quizás el hábito sea el primer paso para una transformación y del travestismo exterior se llegue al cambio personal. Al menos desde el punto de vista simbólico, esa es la propuesta en La maldición de los hombres Malboro, donde el hábito es a la vez medio y mensaje. En este caso el hábito es una chaqueta de corte clásico que representa el mínimo atuendo de un modelo de machoman con todos sus atributos “Malboro”; por el contrario, la chaqueta a cuadros, la expresión de los afectos, el polo rosa y otros aditamentos representan al hombre blandengue, al “que no quiere una mujer”, según los hombres Malboro.
Los relatos del libro homónimo de Max Arel Rafael (Dalya, 2018), que son la base inspiradora del espectáculo coreografiado por Isabel Vázquez, abundan sobre los tópicos de comportamiento de un auténtico machoman. La marca de cigarrillos homófona inducía a imitar el personaje guapo y dulciduro que ilustraba sus cajetillas y cautivaba en los spots publicitarios; además de fomentar el consumo de cigarrillos de su marca, o como medio de conseguirlo, la publicidad incitaba a no perderse las supuestas esencias y valores del ser auténticamente varonil. En su torpe e ingenua imitación, el hombre Malboro se comporta como un gallito de pelea que además huele a macho, suda, escupe y vocifera con el mismo orgullo con el que exhibe sus atributos.
Sobre todo, al contrario del hombre blandengue, el machoman no llora. Este es el tema de la balada del hombre blandengue, su necesidad de liberarse del corsé machista que se ha perpetuado por generaciones y poder también manifestar sus sentimientos y emociones con total libertad.
El espectáculo está organizado en forma de números coreográficos que van exhibiendo los comportamientos del machoman y las contradicciones del hombre que no termina de sentirse cómodo en ese papel. El espectáculo es también un relato del autoconvencimiento del hombre blandengue en su apuesta por un camino opuesto al del hombre Malboro, que encarna los comportamientos nocivos del machismo que aún pervive en nuestra sociedad.
Los dos primeros números de La maldición de los hombres Malboro marcan la senda de ese relato y reúnen todas las cualidades de números “redondos”, cada uno en su registro, totalmente opuestos. La apertura del relato se inicia con el hombre blandengue en un solo de gran sabor estético y que emociona por la impronta romántica de toda la escena. A continuación, y en la lógica del binomio bien-mal, el comienzo de la acción se redondea con el número, en clave de humor, del machoman.
La alternancia drama-humor se mantiene en toda la obra, si bien persiste luego en la memoria los números humorísticos contemplados. Muchos de estos vienen marcados más bien por golpes de efectos, como el comentario “solo vi llorar dos veces a mi padre; la primera, cuando bajó el Betis a Segunda” que sintetiza el tono y fondo de toda una escena; o la escena coral en la que cantan “Macho men” y rematan con la ejecución de un seudo haka de muchos bemoles. Unos machotes en todo su esplendor.
Todos los bailarines tienen su momento de gloria en ejecuciones a solo -desiguales en factura-, si bien son los pas-à-deux los más preciosistas en la performance dancística. Sin embargo, en el espectáculo predominan las coreografías corales, ejecutadas con preciosismo y precisión por los bailarines. Reseñable es el número del hombre blandengue y sorprendente la espectacularidad del remate final, unas muestras entre otras del fino humor y la sabiduría coreográfica de Isabel Vázquez. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz 2018
‘La maldición de los hombres Malboro’. Excentrica producciones.
Idea original, dirección artística y coreográfica: Isabel Vázquez / Dramaturgia: Gregor Acuña-Pohl / Intérpretes y coreografía: David Barrera, David Novoa, Arturo Parrilla Javier Pérez, Baldo Ruiz, Maximiliano Sanford Monte