CRÍTICA. “¡Qué estrés!”. Oí esta expresión y cosas parecidas a la salida de la función de teatro en boca de una espectadora, de las del público-público y no de los espectadores invitados a sentarse en torno a una gran mesa de comedor en el centro de la sala. No esperarían estos, seguro, el mal rato que tal invitación les hizo pasar. No probaron bocado, solo algunos tomaron agua –y forzados por el protagonista principal- para aliviar con un trago la tensión a que estuvieron sometidos por “culpa” de un relato denso, vivo y duro; sin embargo, la vivencia estresante del relato en Camargo contagia a todos los espectadores. No hace falta suministrarse dosis de Halloween, esa mascarada insulsa supuestamente terrorífica en la que el miedo se supone inherente a unos disfraces de muertos vivientes y almas en pena. No llegarían unos cuantos jalouines juntos a producir el temor congojante –sustitúyanlo- de este Camargo que impone un silencio reverencial en el público -no digamos en los “convidados”-, más por miedo que por respeto. Halloween celebra la llegada el invierno, Camargo es la expresión del frío e intenso invierno de la locura.
La narración se corresponde con la historia vital de Daniel Camargo, asesino en serie colombiano. Por culpa de una madrastra desequilibrada que le impuso vestir de chica, primero, y el choque emocional de pillar in fraganti a su mujer con otro hombre, Camargo comenzó a violar y estrangular sistemáticamente a chicas púberes y jóvenes. Basada en estos hechos reales, esta pieza teatral “a través del misterio y el suspenso, descubre la vida íntima y los oscuros parajes mentales de uno de los asesinos en serie más aterradores de Latinoamérica; pues operó en países como Colombia, Brasil y Ecuador, sumando un total aproximado de 157 víctimas en veinte años”.
La escenificación tiene un desarrollo lineal, teatralizando los momentos más relevantes de la vida del criminal, si bien el desconocimiento previo de la biografía del personaje ayuda a mantener la tensión sobre el propio relato. El resultado emocional de las distintas estampas es disímil como resultado de las características de cada escena y también de los actores participantes en ella. No obstante, de sobresaliente aquellas en las que participa Johan Velandia, actor y director de la compañía.
La violencia impregna el ambiente hasta hacerlo irrespirable. Hay violencia verbal, dramática y gestual en toda la obra –es paradigmática en ese sentido la escena inicial en la que se cuenta la relación entre Camargo-niño y su madrastra, con problemas mentales y obsesionada con quedarse embarazada-. Hay violencia en la exposición fotográfica de las caras de cientos de víctimas de Camargo, expuestas en las paredes laterales de una imaginaria vivienda. Hay violencia en la expresión del impredecible loco, en el conocimiento de su maldad, hasta el punto que aun siendo una ficción, las emociones de las víctimas se trasladan al escenario –un escalofrío recorre el cuerpo del público con el simple toque de los dedos de Camargo en el interior del muslo de una actriz, es visible el gesto de rechazo en una espectadora cuando el actor “Camargo” acaricia con despreocupación e inocencia un mechón de pelo-. Hay violencia en el suspense, violencia en la obligación de convivir con un asesino…
Como en las buenas películas de terror, el deseo de que finalice esa pesadilla entra en balance con el disfrute por la brillante representación de esta impresionante pieza teatral. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz 2017
‘Camargo’. Compañía La congregación.
Reparto: Ana María Sánchez, Diana Belmonte, Nelson Camayo, Johan Velandia. Escrita y Dirigida por Johan Velandia. Asistencia de Director, Richard Evans. Fotografía, Camilo Montiel Mendoza. Vestuario, Ana Velandia. Dirección de arte, Johan Velandia. Iluminación, Diego Maicol Mediana.
Lugar y día: Sala Central Lechera, 27 de octubre de 2017.