CRÍTICA. Bululú es un término que se usaba en el esplendoroso teatro del Siglo de Oro para definir a quien se encargaba de interpretar en solitario la retahíla de piezas que constituyen el género chico teatral: loas, farsas y entremeses, y otras. La Real Academia Española define bululú: comediante que representaba obras él solo, mudando la voz según la condición de los personajes que interpretaba.
El bululú vuelve a recuperar voluntariamente sentido con el actor Osqui Guzmán. Trabajando como costurero, oficio heredado de su familia, aprendió con una casete los recitados de José María Vilches, actor de origen español que se hizo popular en Argentina durante los años 70-80. Con su espectáculo El bululú, José María Vilches rescató la tradición de los actores que recorrían pueblos y ciudades con una suerte de trashumancia cultural y entretenimiento de extensa producción –más de cuatro mil funciones-. Osqui hace memoria y homenaje de José María Vilches y recupera miméticamente algunos de sus números teatrales en su espectáculo El Bululú, antología endiablada.
He descartado otro título para esta reseña: “la confusión de un karateka interior”; un título que pensé como resumen de las palabras del actor situando la acción a los espectadores: “Yo soy actor por una confusión”. Él practicaba kárate de joven e identificó algunas disciplinas impartidas en la escuela de Artes Dramáticas con las artes marciales. Eso dijo Osqui Guzmán, pero quizá fuera cuento… ¿Y qué más da? «Las cosas que ocurren sobre un escenario son mentira; pero son mentiras lindas», dijo al cierre de la función. Lo cierto es que comenzó con esta anécdota simpática y ya no paró de divertir al público –sobre todo- o de emocionar, como en la dramatización con pasión romántica de los versos lorquiano del “Romance de la luna, luna”.
Osqui Guzmán muestra en su espectáculo que el oficio de costurero influye decisivamente en su particular –y aplaudida- forma de coser la función con los retales del recuerdo. Copio uno de ellos: “En el Conservatorio hice el monólogo ‘Elogio de la mujer fea’ de Lope de Vega; tenía diecinueve años y en el patio de mi casa paterna en La Boca, inventé la pantomima de un hombre que pelea con una cucaracha”. ‘Elogio de la mujer fea’ y ‘La cucaracha’ son dos de los números representativos de El bululú de Osqui Guzmán. Un espectáculo a mi modo de ver para todos los públicos –los niños disfrutarían con ‘La cucaracha’ y el ‘Soneto a una nariz’- aunque la picardía, doble sentido e ironía situacional del ‘Elogio de la mujer fea’, del ‘Entremés de los habladores’, atribuido a Cervantes, y otros diálogos que dan el tono general del divertimento ofrecido por Osqui Guzmán a los espectadores, encuentran en el público adulto su molde perfecto.
Cosiendo los recuerdos del pasado en su imaginaria “máquina de coser”, con el detalle y perfección que admiraban todos en los trabajos de su madre, zurce Osqui un traje a la medida de sus habilidades gestuales, de su variedad técnica para el remedo y, especialmente, de su capacidad para emocionar al espectador –desde el punto de lágrima a la hilaridad sin contención-. Tampoco faltan otros detalles que no son baladíes como la reflexión sobre el teatro, las pullas de actualidad social, o el simbolismo asociado a la apertura y cierre del espectáculo con la Diablada, la impresionante máscara del carnaval de Bolivia, tierra de origen del actor. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz 2017
‘El bululú, antología endiablada’.
Actor, Osqui Guzmán. Diseño de movimiento, Pablo Rotemberg; Música original, Javier López del Carril; Vestuario, Gabriela Aurora Fernández; Asesoramiento en dramaturgia, Mauricio Kartún; Iluminación, Adrián Cintioli; Asistente de dirección, Leticia González de Lellis.
Lugar y día: Teatro de Títeres La Tía Norica, 23 de octubre de 2017. Asistencia: lleno.